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Opinió

La nueva normalidad vieja

La Veranda de Rafa Rius

Un nuevo eufemismo ha venido a colonizar los medios: “la nueva normalidad” de la que habla el compañero Sánchez, sin que nadie sepa lo que pueda tener de nueva ni que se entiende por normalidad. Normalidad viene de norma y resulta una incógnita en que puedan consistir esas nuevas normas con las que nos quieren dotar. Parece evidente que la actual crisis sanitaria y económica, va a suponer un punto y aparte con lo que hasta ahora considerábamos “normal” pero lo que también parece evidente es que esa normalidad va a ser peor de lo que ya teníamos para las personas más en precario y mejor para la minoría de siempre.

La actual crisis y su nueva normalidad, tienen como sabemos, dos aspectos: el sanitario y el económico. Veamos antes en que consistía lo que desde ahora podríamos llamar la vieja normalidad para ver en lo que puede haber cambiado:

Por lo que se refiere a la sanidad, el virus ha hecho patentes fundamentalmente dos aspectos: por un lado que la sanidad en eso que llaman España, lejos de la perfección de la que presumían algunos, había hecho por una parte, oídos sordos a las recomendaciones de los expertos en salud pública que recomendaban la construcción de hospitales de tamaño medio en barrios y pueblos importantes y habían optado por la construcción de imponentes y ostentosos macro hospitales, mucho más difíciles de gestionar de manera eficiente y por otra parte, dejaba bastante que desear en cuanto a equipamientos y ratio de personal contratado para cada servicio o departamento, situación ya conocida de antaño pero puesta más de relieve en una situación de grave crisis sanitaria en la que no es justo descargarlo todo en el trabajo abnegado de unos profesionales sanitarios insuficientemente dotados y víctimas de múltiples recortes presupuestarios -mientras aumenta la dotación de otros sectores de los Presupuestos Generales del Estado, tan éticamente prescindibles como el gasto militar- y por otro lado, sin apoyar de manera decidida y efectiva una sanidad pública que no vive de retórica y paños calientes ni de hipócritas elogios y que desde hace bastantes años, viene perdiendo terreno frente a una sanidad privada concebida como negocio, sin que los sucesivos gobiernos de todo signo hayan hecho nada o muy poco por revertir el proceso.

En cuanto a la situación económica, la nueva normalidad, poco tiene de nueva. Frente a el actual problema, se trata como venía siendo costumbre en la vieja normalidad, de privilegiar la situación de las grandes empresas que detentan el poder de controlar el mercado, en detrimento de las pequeñas empresas que suponen la mayoría del tejido productivo ( hasta un 75%) así como de los autónomos y trabajadores asalariados que ven precarizada su situación aún más si cabe y que observan con impotencia como cualquier cambio hacia esa “nueva normalidad”, es a peor, incluso con un gobierno autocalificado de “progresista”.

Por lo que se refiere a la estructura económica, la actual situación en la España de la vieja normalidad, viene de lejos. Podríamos hacer coincidir su inicio con la subida al poder del primer gobierno socialista en los años 80. En aquel momento se produjo lo que en otro desvergonzado eufemismo se llamó “reconversión industrial” y que no fue sino desmantelamiento en una doble jugada: de una parte modificar una estructura productiva heredada del franquismo y que ya no era útil a los grandes grupos empresariales y financieros y de otra, preparar las condiciones para que resultaran aceptables de cara a la admisión en el exclusivo club de la Comunidad Europea. Todo ello supuso importantes cambios en los tres sectores productivos. Por lo que respecta al sector primario, supuso un abandono de cultivos tradicionales, como los cereales, privilegiando aquellos productos que interesaban en Europa; una aceptación en la ganadería de un sistema de cuotas que destruyó buena parte de la cabaña ganadera, especialmente en el vacuno y una clara disminución de los caladeros de pesca en beneficio de otros países, lo que supuso una drástica disminución de la flota pesquera, en aquellos momentos la más importante de Europa y que daba empleo a miles de trabajadores y por último la desaparición de la minería del carbón, sostén económico de comarcas de Asturias, León o Teruel y otras como la del mercurio en Almadén. En el sector secundario, supuso el desmantelamiento de industrias como la siderúrgica, sometiéndolas también a un sistema de cuotas para evitar la competencia con otras empresas europeas. Por último, el sector terciario de servicios, se convirtió por la fuerza de los hechos, en la gran reserva de empleo temporal y precario en un país destinado a ser el destino barato de sol, playa y hostelería a precios reducidos, paraíso de los tour-operadores que ofrecían vacaciones a precios de ganga y provocaban en buena medida la creación de una inviable burbuja inmobiliaria. Tal que así era la vieja normalidad.

De aquellos lejanos polvos, en el sentido mineral de la palabra, vienen buena parte de los actuales lodos. ¿A qué llaman “nueva normalidad”?, ¿acaso a la vuelta a una situación como la descrita, ya de por sí insoportable para una gran mayoría de la población?

Había una sección en el viejo tebeo del Jaimito cuya cabecera indicaba: “chistes viejos con caras nuevas” pues bien, ahora ni siquiera eso, esa “nueva normalidad” que pretenden vendernos no son sino tenebrosos chistes viejos que ya nos sabemos de memoria y además con las viejas caras de siempre, no menos tenebrosas.

 

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