La Veranda de Rafa Rius
«Lo bueno, si breve, dos veces bueno» – B. Gracián-
«Lo breve si breve, dos veces breve» -Anónimo S.XXI-
En el hipermercado cultural en el que andamos deambulando en este inicio de milenio -aparentemente desorientados, pero en realidad sabiamente conducidos, tirando de carritos de compra cuyas ruedas ideológicas siempre derivan hacia los pasillos que interesan a los dueños del local- existe un paradigma que se ha instalado en lugar privilegiado entre aquellos que conforman lo que se nos vende constantemente como modernidad. Este paradigma, imprescindible para conocer lo que se cuece en los hornos crematorios del poder, no es otro que el de la brevedad. Parodiando y dándole la vuelta al viejo aforismo conceptista, no se trataría tanto de que lo bueno fuese mejor por el hecho de ser más breve, como de que lo breve -fuera lo que fuese- adquiriera categoría de bondad por el mero hecho de su corta duración.
Así, en alimentación, consumimos con verdadera profusión y fruición, cualquier “food”, aunque sea una auténtica “trash”, a condición de que sea “fast”. Si de música popular se trata, se nos proponen unos videoclips vertiginosos en los que los distintos planos se suceden a una velocidad tal que elude cualquier posibilidad de asimilación y sin que importe demasiado que tengan alguna relación con la música que paralelamente estamos intentando escuchar. La publicidad construye verdaderas obras maestras de orfebrería narrativa en miniatura en las que la historia -con su presentación y descripción de personajes, su nudo dramático y su desenlace- nos es contada en menos de treinta segundos. Entre los pocos resistentes despistaos que todavía andan leyendo libros de poesía, se valoran sobremanera los escritos a la manera de los haiku japoneses, poemas brevísimos en los que media docena de palabras concentran toda la intensidad lírica y abren paso a una ambigüedad preñada de múltiples lecturas, o de ninguna, porque no suele haber tiempo. Los dibujos animados y los videojuegos para niños, provocan epilepsias y otros daños cerebrales, por la intensidad, profusión y rapidez con la que se suceden las llamaradas, explosiones y cualquier tipo de impacto visual de los que están repletas sus series ayunas de contenido.
Vivimos tiempos fragmentados en fascículos y resumidos en reader’s digest. Desde los medios se elude la presentación global, pormenorizada y reposada de cualquier elemento polémico, porque eso propiciaría la reflexión crítica y eso, ¿a quién le interesa?. Vivimos tiempos de noticias breves comprimidas en cómodas grageas fáciles de deglutir y convenientemente purgadas de cualquier conflicto de intereses que pudiera enturbiar una rápida y acrítica digestión. Noticias breves, montañas de pildoras informativas que propician
-¡Oh paradoja!- que cada vez tengamos más cantidad de información a nuestra disposición y cada vez sepamos y comprendamos menos.
Hagamos la prueba del algodón: después de una acongojante y apabullante campaña electoral, con cientos de horas de información a sus espaldas, lleguémonos hasta las puertas de uno de esos patéticos vodeviles a los que llaman “colegio electoral” y preguntémosle a cualquier ciudadano de a pie que haya tenido la deplorable ocurrencia de ir a votar:
“¿Cuáles son los puntos del programa de su partido que más le convencen?”. Veinte contra uno a que se nos queda mirando con cara de zombi en medio de un silencio sepulcral.
De eso se trata: de que seamos buenos y sumisos ciudadanos y no nos compliquemos la vida, de que colaboremos, ignoremos , votemos y olvidemos.
Y para eso es imprescindible la coartada de la brevedad. Todo debe pasar ante nuestros ojos con la suficiente rapidez como para no dar espacio a la reflexión, a la rebelión. Intentan vendernos la idea de que la brevedad es necesaria porque no hay tiempo que perder.
Todo es cuestión de tiempo. “-¡Oiga, que la nueva variante de la autopista ha costado diez mil millones! – Sí, pero ahorraremos diez minutos en el trayecto”. ¡El tiempo es oro!, ¡Hay que ganar tiempo!.
Olvidando la evidencia de que con el tiempo nunca se gana, el tiempo pasa de nosotros y siempre acaba por perderse impasible, inmutable, indiferente, a nuestras espaldas.
Pobres cretinos, despreciamos cuanto ignoramos. Desconocemos el placer revulsivo de la pereza en un mundo inútilmente apresurado, el íntimo e inefable disfrute de la indolencia, ese ver pasar el tiempo por tu lao como si no fuera contigo la cosa.
Perfectos imbéciles como somos, no entendemos algo tan obvio como el hecho de que, más pronto que tarde, la única brevedad posible es la insoslayable brevedad del ser. La única verdad incontestable es la de que todos caminamos hacia el mismo agujero negro: quien más deprisa vaya, antes llegará.