Entre el despilfarro y el hambre

La Veranda de Rafa Rius

Los trabajadores en muchos casos, nos hemos contagiado de la moral burguesa. Por ejemplo: del hambre no se habla porque, para los que comemos de caliente todos los días es de mal gusto hablar de hambre.

Pues bien, habrá que recordar que en muchos lugares del mundo existe una epidemia endémica de hambre y malnutrición. Y no sólo en África, Asia o América del Centro y Sur, también en el mundo autocalificado de desarrollado, existen enormes bolsas de pobreza de las que se habla poco o nada.

En esos países como el nuestro, de macroeconomías milmillonarias y agobiantes publicidades de lujos prescindibles, coexisten multitud de microeconomías, precarias también en lo alimentario. En nuestras sociedades supuestamente desarrolladas, antes de recibir alimentos, los necesitados de ellos, tienen que sufrir el oprobio de la mendicidad. Se les obliga a formar largas colas del hambre frente a las casas de caridad, los bancos de alimentos o los comedores sociales; se les obliga a esperar bajo el frío o el calor y ante la mirada despectiva de los transeúntes. Así, los servicios sociales y las organizaciones benéficas pretenden restablecer la “autonomía” y la “dignidad” de las personas necesitadas.

Cuando una medida tan tímida y plausible, como la creación de supermercados públicos propuesta por PODEMOS, con precios controlados y asequibles -al estilo de los antiguos economatos- es tachada de ilusa e improcedente, cuando un sujeto tan impresentable como Durán i Lleida ( – el que decía aquello de: “no es posible que nazcan más Mohameds que Jordis…”) es puesto al frente de la patronal de la distribución, cuando gobiernos supuestamente socialdemócratas se olvidan de la redistribución de la riqueza y no hacen absolutamente nada al respecto… difícil es vislumbrar una solución que al menos respete la autonomía y la dignidad de las personas necesitadas de ayuda.

Cada crisis trae consigo su cuota de candidatos, sin que la crecida retroceda al nivel anterior una vez pasada la tormenta.

Año tras año, descubrimos un “nuevo público” de “beneficiarios”: estudiantes precarios, empleados con contratos indefinidos, madres solteras y jubilados que se suman a los clientes ya habituales.

Entretanto, El 26% de los españoles reconoce que se salta comidas para reducir gastos. En hogares con ingresos inferiores a 15.000€ anuales (poco más del salario mínimo) ese porcentaje asciende al 41%; dicho de otra manera: Más de seis millones de españoles sufren pobreza alimentaria y según un estudio de la Universidad de Barcelona (UB), un 13,3% de hogares –que supone el total de la población del Païs Valencià i les Illes Balears- no tienen una dieta adecuada, en cantidad y calidad, por falta de recursos.

Frente a todo ello el despilfarro. Toneladas de alimentos en perfecto uso son desechados por establecimientos de distribución, hostelería y particulares (por cierto: muy recomendable la visión del documental “Les glaneurs et la glaneuse” de Agnès Varda)

Habría que matizar y fijar las distintas escalas de despilfarro, pero en cualquier caso, aunque sólo fuera por coherencia personal, deberíamos plantearnos la necesidad de un aprovechamiento racional de nuestros alimentos.

No solucionaríamos la hambruna en Sudán, pero al menos nos sentiríamos algo mejor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies