The frontiers are my prison

La Veranda de Rafa Rius

Hay una vieja canción partisana recreada entre otros por Leonard cohen que en uno de sus versos dice que las fronteras son su prisión.

En los tiempos paleolíticos, tiempos de cazadores y recolectores, no había fronteras porque no había territorios privativos. Las andanzas de los grupos humanos de la época, les llevaban allá donde estaban los rebaños, los bosques de frutales o los campos de cereales. La Pachamama es madre, pero también es mundo y tiempo y lugar, y eso no era de nadie; en todo caso, las personas sí pertenecían a la Pachamama y a cambio ella les proporcionaba toda la tierra, el alimento, todos los lugares que pudieran recorrer, todo su tiempo de vida.

Cuando en el neolítico comenzaron a aparecer los primeros asentamientos humanos y con ellos la propiedad privada, aparecieron las malditas fronteras: “este terreno junto al río es mío” o “los límites de mi aldea llegan hasta aquella colina” y a partir de ahí, se jodió el invento, a partir de ahí aparecieron las primeras fronteras, las primeras prisiones.

Después de más de ocho mil años, hoy parecería una ingenuidad incomprensible hablar de un planeta sin fronteras. ¿Quién imaginaría un mundo sin pasaportes?. ¿Cómo concebir una humanidad sin guerras, sin disputas por una religión, una lengua o una determinada tradición? Y, sin embargo, si queremos evitar el colapso a corto plazo, deberíamos comenzar a conjeturar alguna remota posibilidad en esa dirección.

En nuestros días, podemos observar, perplejos y tristes, fracasos tan flagrantes como el de una Unión Europea que tiene poco de europea –recordemos que según la mitología Zeus tuvo que ir hasta las costas de Asia para raptar a la princesa fenicia Europa- y tiene mucho menos de unión, porque, después de infinidad de guerras a través de los siglos, la soberanía de los Estados que la forman sigue siendo intocable.

Y en otros continentes, la situación no es ni mucho menos mejor. Los primeros pobladores de América, cruzaron desde Asia por el estrecho de Bering y fueron descendiendo hacia el Sur, a través de 16 000 Km, hasta llegar a la Tierra del Fuego. Hoy sería impensable a no ser que fueran provistos de decenas de pasaportes y visados de otros tantos Estados.

En estos momentos, el problema fronterizo más acuciante es sin duda la guerra existente entre Ucrania y Rusia. Ucrania es un territorio de larga historia –no olvidemos que la Gran Madre Rusia tuvo su epifanía en Kiev- y desde que a finales de la segunda década del siglo XX, tras la experiencia libertaria de Néstor Makno, Ucrania quedó integrada en la URSS, pareció que los conflictos fronterizos se calmaban definitivamente. Craso error: en la Historia nada es definitivo y ahora mismo lo estamos comprobando.

En los Estados totalitarios, es frecuente el traslado forzoso de la población de comarcas enteras en función de supuestas necesidades demográficas arbitrarias. Stalin no podía ser la excepción a la regla y se abonó a la ceremonia de la confusión en la frontera con Ucrania. Hasta ahora, muy poca gente conocía donde demonios estaba ubicada la región del Dombás: Donetsk y Lugansk; ahora la tenemos en todos los noticiarios.

Situada al Sur de Rusia, fue la región ucraniana mas castigada por las purgas del camarada Stalin y su proceso de “rusificación”. Durante la hambruna artificial que proyectó Stalin en los años treinta –conocida como el polimodor-, un millón y medio de personas fallecieron de hambre en lo que muchos analistas califican de genocidio, paradójicamente, en la zona productora de cereal más importante de Europa. Además, medio millón de personas fueron deportadas en aquel momento a Siberia y otros lugares despoblados de la estepa rusa.

Desde entonces la región ha perdido gran parte de su identidad, pese a lo cual, en el referéndum de independencia de 1991 tras la disolución de la URSS, más del 80% de votantes de Donetsk y Lugansk, centros neurálgicos de la guerra actual, votaron a favor de su independencia de Rusia. A pesar de ello, los sucesivos gobiernos postsoviéticos, siguieron considerando la región, junto a la península de Crimea y la costa del Mar Negro –tradicional salida rusa al Mediterráneo- como parte de su territorio, en una situación extraña y con muchos elementos paradójicos que ha desembocado en el actual conflicto.

Dejando a un lado el caos que supuso la desaparición como Estado de la URSS y la aparición de nuevas repúblicas exsoviéticas, cada una con sus aduanas y sus visados correspondientes, ha quedado demostrado una vez más, por si falta hiciere, que cualquier frontera es una fuente permanente de conflictos.

Rusia y Ucrania, Rusia y Chechenia, India y China, India y Pakistán, Sudán del Norte y Sudán del Sur, Marruecos y la República Saharaui, Bolivia y Chile, Colombia y Venezuela… Y un largo etcétera de fronteras conflictivas y de sangre derramada.

Así que, como no podemos retroceder hasta el paleolítico (de momento) me conformaré con un exabrupto:

¡¡¡Malditas sean todas las fronteras!!!

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