El big bang y la cucharilla del café cortado

He’s a real nowhere man
Sitting in his nowhere land
Making all his nowhere plans for nobody

Lennon, McCartney & Harrison

La Veranda de Rafa Rius

La concepción que tenemos del tiempo y el espacio en un momento dado, por ejemplo ahora, es siempre contingente y relativa. La ignorancia es una de las características –junto a la estupidez- que mejor nos define a los humanos. A pesar de todo ello, no nos cansamos de especular acerca de todo lo especulable.

El escritor francés André Maurois en su texto: “Las paradojas del Doctor O’Grady” planteaba una hipótesis tan ocurrente como preocupante. Cierto día mientras tomaba café, dejó caer unas gotas de leche sobre la negra superficie –el café le gustaba cortado- y observó que se formaba una especie de via láctea – literal. A partir de su contemplación, dio en conjeturar que en esa vía láctea que había creado en el momento de depositar unas gotas de leche sobre su café, contenía todo un universo minúsculo y efímero que duraría tan sólo el tiempo que tardara en coger su cucharilla y remover la mezcla. En ese universo inverosímilmente pequeño, existirían galaxias, soles y planetas e incluso en alguno de ellos podría haber surgido alguna forma de vida. En ellos habitarían seres que habrían creado civilizaciones, filosofías y tecnologías inauditas. Los pobladores de esos electrones lácteos, tendrían una vida exageradamente breve para nuestra medida del tiempo pero normal para la suya. Si esta conjetura resultase cierta, también cabría imaginar que en un espacio de dimensiones tan relativas como paralelas, nosotros podríamos formar una inimaginablemente mínima parte de un universo de dimensiones tan enormes que resultarían difícilmente concebibles y del cual nuestro mundo no sería sino una minúscula partícula subatómica. Todos los millones de años de la historia de nuestro planeta con todos sus avatares, no durarían sino el tiempo que tardara a su vez ese ser de dimensiones monstruosas en tomar su cucharilla y remover su café con todos nosotros dentro. Lo que para nosotros constituiría una secuencia de tiempo casi infinita, casi una eternidad, para ese ser paralelo y asombrosamente gigantesco, representaría tan sólo un microscópico instante de su tiempo.

Agobiados por un presente caleidoscópico de múltiples facetas, tenemos tendencia a perder la perspectiva. Por seguir la pródiga metáfora cafetera, cada uno de nosotros somos un grano de arena en una playa inacabable; pero si un soplo de brisa nos eleva y contemplamos el conjunto en una visión panorámica, descubriremos que la playa no existiría sin todas y cada una de sus minúsculas partículas de arena.

De todo ello cabría concluir que la metafísica es un juego muy entretenido pero peligroso para nuestra salud mental y que no nos lleva a ninguna parte (sitting in his nowhere land making all his nowhere plains).

Si pensamos en la contingencia azarosa y sin futuro que supone la vida, en su brevedad y su falta de sentido, entonces el hambre, la crisis energética y hasta la destrucción ecológica del planeta, se nos aparecen en toda su relatividad. El carpe diem se impone.

Sin embargo, de forma paradójica, también se impone el imperativo moral: no podemos, no debemos permanecer indiferentes frente a la ignominia y el sufrimiento ajeno, mientras perseveramos encandilados por los cantos de sirena del mercado y los oropeles del metaverso.

Mientras la cucharilla desciende sobre nuestra pequeña galaxia láctea, según quiere la metáfora de Maurois, se impone el imperativo ético de luchar por un mundo más habitable.

Cada cual en su barricada y según sus posibilidades.

Por imperativo moral, ya digo.

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