La cuadratura de los círculos

La Veranda de Rafa Rius

Ahora que por fin parece que llega la primavera, acuden a mi cabeza otras primaveras, otras historias…

Érase una vez un numeroso, hermoso, grupo de gente muy indignada con lo que estaba pasando. Con la estafa descarada de los de siempre a los de siempre. Una estafa interminable que encima pretendían vendernos como crisis coyuntural del sistema. Era un abigarrado, heterogéneo grupo de gente que se reunía en las plazas de pueblos y ciudades para vivir asambleas interminables donde todo el mundo podía opinar y donde se imponía la sensación de que por una vez eran protagonistas de su historia y sentían que podían decidir sobre ella. Un caleidoscopio multicolor de variadas perspectivas se abría ante sus ilusionados ojos. Sentían la fuerza inusitada que les proporcionaba la convicción de pertenencia al grupo de afines. ¡Sí se puede!. Cualquier cosa aparecía en el horizonte como posible. Empezaba en ese momento un futuro incierto preñado de posibilidades. Como en todas las asambleas, su símbolo era el círculo. El polígono perfecto. Con lados infinitos. Sin aristas; con todos sus puntos a la misma distancia del centro, un centro vacío de poderes perdurables. Con todos sus miembros mirándose a la cara mientras se comunicaban sus inquietudes…

En el mismo tiempo histórico, érase una vez un reducido grupo de pescadores en rio revuelto que captaron las posibilidades de los bancos de pesca de las asambleas y se dedicaron a lanzar sus redes.

Bajo la bandera del posibilismo y la participación en las instituciones, basados en la teoría de que éstas eran el ámbito fundamental en el que se tomaban las decisiones, convencieron a mucha gente. Muchas personas se dejaron seducir por un flautista de Hamelín que más pronto que tarde, bajo la promesa de asaltar los cielos, ahogó los círculos en las aguas revueltas del torrente parlamentario.

Los pescadores en río revuelto nunca consiguieron asaltar los cielos y progresivamente fueron sumiéndose en la irrelevancia, satisfechos con algunas victorias pírricas que muy poco solucionaban, mientras tragaban con denuedo sapos de todos los colores, al tiempo que  convertían los círculos en cuadrados que a su vez servían de base a una pirámide en cuyo vértice se reproducían las luchas de poder a las que tan acostumbrados nos tienen otros cazadores de votos.

Estos pescadores en río revuelto decían antaño: «El cielo no se toma por consenso, el cielo se toma por asalto», «Un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo» «No cederemos al chantaje, no somos la tabla de salvación de nadie» “Podemos soñar, podemos vencer» «Nos toca ser protagonistas de nuestra historia” “El derecho a sonreír no se vende” “Hacen falta quijotes”

“Así que vas a votar para cambiar el sistema. El sistema tiene que estar hondamente preocupado”…

Pero el sistema, al parecer, estaba poco o nada preocupado…

Y votamos… y una vez más nada cambió…

Y bueno, aquí andamos, a la orilla del camino, observando el cambio de rueda con impaciencia, entonando la balada de los sueños rotos mientras esperamos la llegada del próximo vendedor de humo que, como Godot, hoy no vendrá pero es posible que mañana, sí.

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