Pandemia y sumisión: reflexiones pandémicas

La Veranda de Rafa Rius

Ahora que las cifras de personas afectadas parece que descienden y los que dicen saber nos anuncian que la cosa parece controlada, tal vez sea el momento de plantearse algunas cuestiones.

Hace tiempo, contaba un amigo una fábula moral muy reveladora: 

 Érase una vez,  había un hombre que tenía un caballo al que quería castrar y no sabía cómo hacerlo. Se lo comentó a un amigo y éste le dio la solución. – Mira, le dijo- coges un par de ladrillos, uno en cada mano; los sitúas en ambas partes de los testículos del caballo y los cierras con mucha fuerza: los testículos caerán al suelo.  – ¡Uy!, pero eso hará mucho daño, ¿no? Y el amigo le respondió: -no, si no te chafas las manos, no. Al que le pique que se rasque, y si tú no te pisas los dedos, no pasa nada. 

En dos largos años de pandemia, y lo que nos queda, lo que ha caracterizado la situación social en general, ha estado caracterizada por la sumisión y el no chafarse los dedos. Frente al miedo a la muerte, cualquier aquiescencia a las normas dictadas por los poderes que controlan el Estado, resulta  poca. La empatía parece ser una pasión inútil. Se trataría de obedecer antes que cuestionarse la procedencia de las medidas adoptadas. 

Frente a la ortodoxia de las normas prescritas por quienes saben, e impuestas por quienes pueden, cualquier disensión deviene demonizada y perseguida por los buenos ciudadanos sumisos al poder, que siempre abundan. 

Una vez más el pensamiento binario se impone: o conmigo o contra mí. O estás del lado de la ciencia y la verdad o eres un antisistema, un peligro público  ignorante y populista porque lo que emana de las fuentes del poder, resulta incuestionable. En este caso, cualquier forma de heterodoxia resulta inaceptable y culpable de crímenes de lesa humanidad. Cualquier matiz disidente de la versión oficial resulta sospechoso. La verdad trasciende cualquier cuestionamiento y está siempre en manos de los que detentan su propiedad incontrovertible. La ciencia –cualquier cosa que sea- llega a ser paradigma axiomático de la realidad legitimada desde el poder. Por tanto, no se concibe que resulte ser algo contingente y en continua revisión como ha venido siendo y debería ser. 

Y no se trata de negar la utilidad social de la ciencia que a lo largo de la Historia ha demostrado sobradamente su eficacia y su versatilidad, sino de alejarla de una consideración religiosa y dogmática que la aparte de uno de sus principales valores como es su capacidad de autocuestionamiento y revisión permanente de sus supuestos. Ninguna verdad es inmutable y eterna, todo es cuestionable y sometido a contingencias. Los descubrimientos científicos no pueden acabar siendo instrumentos incuestionables en manos de los poderes financieros y estatales para imponer sus intereses.

La libertad individual de expresión y elección debería ser inalienable e irrenunciable, porque los distintos poderes financieros y estatales tienen una larga práctica en no pillarse los dedos cuando mutilan el escroto del personal que molesta.

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