Como atún en almadraba

La Veranda de Rafa Rius

Somos atunes en la almadraba, nos movemos como peces en el agua llevados por nuestro aparente libre albedrío, pero, de pronto nos topamos con una red que nos impide seguir nuestro camino. No importa, damos la vuelta y seguimos nadando felices hasta que nos encontramos de nuevo con la red, pero como somos peces y tenemos, como quiere el tópico, memoria de pez y no poseemos memoria histórica ni de la otra, seguimos dando la vuelta una y otra vez hasta que nos izan para convertirnos en un bocadito de sushi.

En esta sociedad poscibernética de 5G y multimillonarios aburridos, de turismo en el espacio exterior, no es casual que el espacio virtual se conozca como “redes”. Redes de nódulos interconectados pero también de las otras, de las de almadraba, en las que nosotros, atunes sumisos y obedientes, establecemos nuestros diálogos de besugos y nadamos confiados en que gozamos de libertad de movimientos cuando en realidad lo hacemos en un espacio reducido y acotado en el que nuestras libertades acaban donde empieza la red. Qué más les da, en ese espacio reducido y controlado, nos han vendido la moto de que tenemos acceso -siempre que dispongamos del capital suficiente- a todo tipo de mercancías y bienes de consumo (en su mayoría perfectamente prescindibles) que harán de nuestra vida una suerte de paraíso en la tierra.

Por otra parte, como remate y jugada maestra, nos han metido el miedo en el cuerpo ofreciéndonos seguridad, contándonos que más allá de la red de redes pululan los tiburones más sanguinarios, pero se han callado que buena parte de esos tiburones ya están dentro de la almadraba y además son unos tiburones taimados cuyas dentelladas silenciosas nos devoran sin que apenas nos demos cuenta.

Por si eso fuera poco, las circunstancias siempre parecen operar a su favor, siempre parecen encontrar nuevas coyunturas para mantener e incrementar la sensación de miedo, ese miedo que nos hace dóciles. De otro lado, el pánico es un terreno propicio a todo tipo de cábalas y rumores que se propagan como el fuego en una pradera seca. Hasta en situaciones tan infaustas como una pandemia, encuentran motivos y oportunidades para poner en práctica nuevos mecanismos de control social e individual; y qué miedo más efectivo, universal y paralizador que el miedo a la muerte.

Así que aquí estamos, más acobardados que indignados. Frente a ese miedo a la muerte, cualquier sacrificio nos parece poco e incluso las transgresiones a lo políticamente correcto en tiempos de pandemia están codificadas y son inocuas para el poder porque entran de lleno en el campo de la estupidez colectiva, tal como la celebración de un botellón o de un triunfo (¿?) deportivo.

Así pues, ¿por qué decimos negacionismo cuando en muchas ocasiones deberíamos decir disidencia? Y no estoy hablando de ese puñado de descerebrados filofascistas que no saben hacer otra cosa que calumniar, insultar y lanzar exabrutos zafios contra todo aquel que no trague sus ruedas de molino ni tampoco de esos gurús esotéricos que prometen la salvación salutífera absoluta. No, estoy hablando de esa mayoría silenciosa y sumisa que escucha y asiente a todas las palabras puestas en boca de Pablo Simón y compañía, como si fuera la palabra revelada de una nueva biblia sanitaria y social.

Estamos de nuevo ante otro caso de pensamiento simple y binario propio de nuestra posmodernidad: o conmigo o contra mí, o con mi ciencia o con la superstición; no se admiten matices ni sutilezas y cualquier forma de pensamiento crítico y disidente es considerada como una traición inaceptable y responsable directa de todas las desgracias que nos agobian.

¿Negacionismo? ¿Alguien en su sano juicio puede negar a estas alturas, que estamos viviendo y muriendo en medio de una terrible pandemia con su secuela de trágicas consecuencias sanitarias y socioeconómicas? Pero, de igual modo, ¿Alguien puede negar que ahora, tal vez más que nunca, se hace necesario un pensamiento crítico que desvele las trampas del poder y sitúe la pandemia en su justo contexto?

Puestos a matizar, no sería desdeñable que tomáramos en consideración el hecho de que, como nos recordaba Guy Debord hace más de 50 años, vivimos en la sociedad del espectáculo y en ella, todo, hasta lo más trágico, deviene en parte pura representación.

De igual manera que durante la pandemia ha seguido aumentando el número de millonarios en igual medida que el número de personas precarias y el abismo social es cada vez más insondable y que la maldita pandemia ha devenido ocasión de negocio para aquellos que desconocen cualquier tipo de escrúpulos y el dolor ajeno les resulta, eso, ajeno, existen también personas lúcidas y poseedoras de ese bien tan escaso que antaño se llamaba sentido común, que desde la sensatez de un pensamiento crítico, sin perderse en la inextricable maraña de unas estadísticas que ocultan más que muestran y sin dejarse llevar por el circo mediático de continuos despropósitos, pretenden aprovechar tan infaustos momentos como los que estamos viviendo, para explorar una salida que sirva para aprovechar las enseñanzas y potenciales conclusiones útiles que las secuelas de tan trágicos tiempos vayan consintiendo.

Así pues, quizás sería bueno dejar el sistema binario para la informática: (0 ó 1 – planteamiento oficial o negacionismo) y extraviarnos en reflexiones abiertas a todo tipo de matices que nos permitan desvelar algunas de las incógnitas de una situación no tan insólita como quieren hacernos creer.

En cualquier caso, bueno sería seguir en la brecha, pertrechados con una racionalidad crítica que nos permita ir más allá de las negras tormentas que agitan los aires. Ya decía Bertolt Brecht que los grandes cambios siempre empiezan en un callejón sin salida.

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