
El final de los tiempos
La Veranda de Rafa Rius
Todas las religiones venden apocalipsis a la carta y de las más variadas estirpes. Todas basan su marketing en las más diversas escatologías; tienen todas ellas – vaya usted a saber por qué- una especial predilección por las postrimerías de este mundo, ignorando deliberadamente que no hay otro. Para sus cabecillas, vender parcelas en cualquiera de sus paraísos es al parecer una operación inmobiliaria sumamente rentable.
Y aunque todas las religiones cojean del mismo pie, son sin duda las monoteístas las más conspicuas y contumaces. Las tres tienen como libro de cabecera un Antiguo Testamento que no es sino un relato fabuloso de un terror sin tregua, un escenario controlado con poder omnímodo por un dios vengativo y cruel que deja caer su santa ira sobre cualquier desgraciado a la más mínima supuesta provocación.
Así ha sido siempre a través de la Historia y ahora continúan igual. Mientras machacan sin piedad a sus primos hermanos de religión, invocan a su dios para que los guíe y proteja, porque su dios siempre está de parte de cada uno de ellos y en contra del vecino.
En cualquier caso, la victoria de uno o de otro en sus continuos armagedones, depende de factores en absoluto metafísicos y más bien de orden político-militar.
En estos momentos EEUU-Israel tienen un poder económico y militar infinitamente superior a unos palestinos convertidos desde hace tiempo en los parias del Islam. El Islam de unos países que, más allá de sus retóricas manifestaciones de fe, a la hora de la verdad, están siempre con el más poderoso porque los palestinos tienen poco que vender…
Sin olvidar al cristianismo en general y a la Iglesia Católica en particular que a lo largo de dos mil años bañados en sangre –con aberraciones tan notorias como las cruzadas o la inquisición- han demostrado saber nadar y guardar la ropa. En todo caso, las tres religiones monoteístas, al tiempo que predican amor y salvación eterna, se machacan sin piedad en nombre de su dios.
Unos siguen esperando la llegada del mesías mientras se dan cabezazos contra un muro disfrazados de enterradores con trenzas, otros esperan el segundo advenimiento rodeados de una caterva de cristos, vírgenes y santos y unos terceros predican con fervor la yihad, convencidos de que la guerra puede ser santa y los llevará sin escalas a un paraíso poblado por 70 huríes por barba (a ellos, claro, porque a ellas, como no guerrean, no tienen derecho a huríes).
Y entretanto, los parias de cualquier religión o sin ella, siguen sufriendo las consecuencias de tanto despropósito mientras esperan un final de los tiempos que para ellos llegará más pronto que tarde dadas sus precarias condiciones de subsistencia.
Lo que los gurús de toda ralea parecen ignorar es que el meteorito ya ha caído sobre nosotros, dinosaurios frágiles, y la clepsidra de nuestra desaparición como especie ha comenzado a gotear implacable hacia un apocalipsis que nosotros mismos hemos provocado.
Y a partir de ahí, no hay paraíso que valga.