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Opinió

Poderoso caballero es Don Dinero

La Veranda de Rafa Rius

Al parecer, recitaba estos días el Ministro de Consumo Sr Alberto Garzón, comunista de pro, la letrilla de Quevedo que en quinientos años no ha perdido actualidad: “madre yo ante el oro me humillo…” y acto seguido promulgaba un Decreto Ley sobre el juego, a entera satisfacción de los tiburones de las finanzas que tienen en el juego uno de sus negocios más lucrativos y en el que se humillaba ante ellos y de paso nos humillaba a todos los que sobrevivimos en eso que llaman España.

En el precitado Decreto, el Sr. Garzón, también lampedusiano de pro, ha regulado algo el desmadre del juego, para que todo siga igual. Modifica lo accesorio para dejar intactos los aspectos esenciales del expolio, ignorando aspectos centrales como el tema de la salud pública, los graves problemas sociales y personales que genera y los gastos que en el sistema origina. Mientras en los hospitales se llenan las secciones de ludopatía de los servicios de psiquiatría y los barrios obreros acumulan la mayor parte de casas de juego, los miembros del Gobierno silban canciones de amor…

Contradictorio como soy y consciente de que el prohibicionismo no ha servido nunca para otra cosa que no sea provocar el deseo exacerbado hacia aquello que se quiere prohibir y mejorar sus cuentas de resultados, no puedo dejar de pensar que el llamado “juego”, concebido como un elemento más del sistema de control social, no sirve sino a los intereses políticos y financieros de quienes manipulan nuestras vidas en su exclusivo provecho. Que un gobierno autocalificado de “progresista” colabore en las estrategias de negocio de las mafias de la ludopatía, es si no sorprendente, al menos lamentable.

Cuentan las antiguas crónicas y nos lo recuerda Étienne de la Boétie en su obra Sobre la Servidumbre Voluntaria, que el emperador persa Ciro tuvo que hacer frente a una rebelión en Lydia; sus capitanes estaban dispuestos a sofocarla a sangre y fuego, pero Ciro los disuadió; bien al contrario dispuso que se organizaran en Lydia toda clase de juegos, apuestas y loterías. Al poco tiempo había desaparecido el espíritu de rebeldía y sus gentes andaban enfrascadas en sus juegos y totalmente enajenadas y olvidadas de sus pasadas inquietudes revolucionarias.

Por otra parte, el juego, en su primitivo significado puramente lúdico, es un aspecto fundamental de equilibrio en la constitución de la personalidad. El juego en su acepción más literal; aquella que se agota en si misma y no tiene otra finalidad que el disfrute de un tiempo sin tiempo en el que mantenerse al margen de cualquier ocupación “productiva” es no sólo plausible sino encomiable. Desde el momento del nacimiento, los niños – y también los adultos mientras no matemos el niño que llevamos dentro- necesitamos esa sensación de hacer algo que nos reporta placer sin mayores consecuencias.

Frente a esa forma de concebirlo, el modo de producción capitalista que ha demostrado sobradamente su capacidad de recuperar y hacer suyo todo aquello susceptible de constituir un negocio, se ha encargado de subvertir y prostituir los valores primitivos de lo puramente lúdico para hacerlo confluir con sus intereses.

Así las cosas, y conscientes de la contradicción que supone plantear prohibiciones cuando sabemos de su inutilidad, habría pese a todo que poner trabas al tinglado del juego, dificultando al menos el acceso de los menores y cargándolo de unas obligaciones impositivas tales que hiciesen menos atractivo y lucrativo el negocio.

En cualquier caso, más allá del fiasco de la nueva Ley, es obvio que se trata de un tema complejo para el cual es urgente intentar arbitrar soluciones más drásticas e imaginativas, al menos mientras haya muchas más preguntas que respuestas.

1 COMENTARIO

  1. Dels comunistes millor mai fiar-se.
    És una lliçó que ensenya la història.
    Rien ve va plus.

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