La Veranda de Rafa Rius
“Cuanto más usas el móvil menos te mueves”
Anónimo – Siglo XXI
En el Paleolítico – como quien dice anteayer – las personas, para buscarse el sustento, se desplazaban una media de entre 20 y 30Km diarios, si bien es cierto que su esperanza de vida superaba en poco los treinta años. En cambio, en nuestros atareados días, somos muchas las que andamos apenas un kilómetro al día aunque en general, vivimos más tiempo que nunca en la historia y en diversos vehículos, recorremos a lo largo de nuestra vida unas distancias que jamás hubiéramos sospechado hace apenas cien años. Ya sea para acudir al trabajo, para hacer turismo – las que pueden – o para migrar, los aspectos de nuestra vida relacionados con el movimiento de personas han cobrado especial relevancia. La diferencia fundamental es que en los dos primeros casos se hace por placer o por imperativo laboral y en el tercer caso – los migrantes – se mueven huyendo de una muerte segura.
A partir del último cuarto del siglo XX y lo que llevamos de éste se han modificado notablemente nuestros hábitos de movilidad. De una parte, los más importantes desde el punto de vista cuantitativo y sobre todo cualitativo han venido siendo los que tienen que ver con las migraciones forzosas (vaya pleonasmo) surgidas como consecuencia de las condiciones de vida creadas por el sistema capitalista – más de sesenta millones en todo el planeta según datos de ACNUR. Estos desplazamientos se han producido tanto en el espacio interno de los diferentes países – junto a nosotras podemos observar el despoblamiento de la España rural, un poco más allá, la aparición en muchos países superpoblados de megalópolis con más de 20 millones de habitantes, la mayoría en condiciones infrahumanas.
Si tomamos en consideración el hecho maldito de la inacabable sucesión de guerras en los países más castigados por la superexplotación capitalista postcolonial y la servidumbre derivada de la geoestrategia de las grandes potencias que provocan de manera recurrente y tal parece que inexorable, continuas masacres, pandemias y hambrunas, habremos de concluir que el fenómeno migratorio es tan universal como insoslayable en el actual contexto socio político.
Si además, los políticos en el poder que se reclaman de izquierdas, defensores de los derechos humanos y hondamente preocupados por el bienestar de las personas, no sólo se han demostrado incapaces de gestionar los flujos migratorios sino que frente a ellos no han sabido sino implementar medidas represivas y de control de fronteras, provocando la muerte de miles de migrantes abandonados a su infausta suerte, tendremos que reconocer que es un problema de difícil solución en el actual estado de cosas.
Cambiando diametralmente de escenario, en el mundo autocalificado de desarrollado, que se diría otro mundo pero que es el mismo, dejando aparte sus bolsas de pobreza y precariedad, que también las hay y muchas, y en el seno de las cuales la gente que cambia de lugar sólo lo hace para buscarse la vida como puede, el resto de peña que se mueve no lo hace huyendo de nada que no sea la mediocridad tediosa de sus vidas inanes. Enjambres de turistas de aluvión, ávidos tan sólo de selfies que demuestren que estuvieron dondequiera que sea, invaden monumentos y ciudades en busca de rentabilizar (¿?) sus vacaciones, vivir experiencias insólitas (¿?) o vaya usted a saber qué. En estos países, el sector terciario de servicios, ha venido a intentar sustituir la decadencia de los dos primeros sectores económicos, con una agricultura y una industria cada vez más depauperadas en un contexto en que el capital financiero es de forma clara predominante.
En el caso del Estado Español, dentro del reparto de roles impuesto por los poderes que controlan la Unión Europea, hemos sido agraciados con los de camarero y guía turístico. Frente a unas muchedumbres procedentes de los cuatro puntos cardinales que invaden a diario nuestras ciudades, se encuentra el hábitat natural de unos vecinos que se ven agredidos –de momento metafóricamente- y desplazados por oleadas continuamente renovadas de visitantes, a los que en general, les importa un bledo conocer otras formas de vida y menos aún confraternizar con sus habitantes.
Así las cosas, nos hallamos en un mundo en el que conviven dos formas de movilidad diametralmente opuestas; en ese mundo inadmisible, paradójico y desquiciado encontramos imágenes tan terribles como las de esos turistas que reposan su tedio en las playas del Sur de Europa mientras contemplan indolentes el desembarco de náufragos de pateras o los cadáveres arrojados en la arena por la xenofobia indiferente y culpable de unos países supuestamente desarrollados y democráticos.
¿Apaga y vámonos? No, encendamos todos los focos y sigamos luchando contra lo intolerable, de manera que las personas que se muevan en cualquier punto del planeta lo hagan por propia elección en un mundo sin fronteras.