La Veranda de Rafa Rius
Poco que ver con la acracia. La acracia tiene que ver con lo social, la akrasía con lo individual. Aristóteles en el libro VII de su Ética a Nicómaco, la viene a definir como el deseo que vence a la razón. Dejarse llevar por la akrasía, supone actuar haciendo aquello que nos apetece por encima de aquello que racionalmente pensamos que nos conviene y es lo correcto. Si somos golosas, comeremos productos que contienen azúcar aunque sepamos que no es sano o podamos acabar diabéticas. Si nos gusta el alcohol, beberemos aunque acabemos con el hígado hecho gelatina. Si en cambio nos resistimos a ello, actuaremos según lo que se supone moralmente adecuado.
Sin embargo, caer en el reduccionismo moral de analizarlo siempre en términos de absoluta coherencia binaria (Akrasía = vicio, enkrateia o continencia = virtud) supone que el deseo siempre nos lleva por el mal camino y por el contrario, seguir los dictados de la razón, siempre resulta éticamente correcto. ¡Aventurada suposición, pardiez! ¡Cuántas veces hemos podido comprobar que seguir nuestro deseo, además de proporcionarnos placer, nos conduce a lo mas conveniente para nosotras! ¡Cuántas veces racionalizar en exceso determinadas conductas nos lleva inexorablemente a meter la pata!
Pues bien, si el concepto de akrasía que, como hemos dicho, pertenece al ámbito de lo individual, cometemos el atrevimiento de extrapolarlo al terreno de lo social, nos podemos encontrar con curiosas consecuencias. Si tenemos en cuenta que en nuestra aldea global, los beneficios del crimen organizado en las diversas mafias –trafico de armas, de personas, de drogas y blanqueo de capitales, principalmente- superan los de la mayoría de las quinientas primeras empresas clasificadas en el ranking de la revista Fortune y que muchas de estas empresas mantienen además una fluida relación de cooperación con los distintos grupos mafiosos, comprobaremos que, en la actualidad, la nítida línea que según los pensadores clásicos separaba el vicio de la virtud, el bien del mal, va poco a poco adelgazándose hasta llegar a difuminarse por completo.
Si a ello le añadimos que numerosos miembros de los diversos Estados, con sus diferentes fórmulas de Gobierno, son en buena parte cómplices cuando no colaboradores entusiastas y beneficiarios de esas actividades supuestamente ilícitas, podemos llegar a la conclusión, empañada y lastrada por un comprensible pesimismo, de que poco margen queda para la acción individual o de pequeños colectivos sin acceso a los grandes ámbitos de decisión. Y que nadie venga con el cuento de las posibilidades de la acción parlamentaria en los diversos Poderes Legislativos cuando estamos hartas de comprobar la inanidad de unos Parlamentos convertidos en teatrillos fuleros incapaces de implementar leyes que beneficien a las personas más necesitadas de ello.
En cualquier caso, más allá de la akrasía y como salida de la razón práctica (qué hacer), por imperativo ético habría que seguir al pie de las diversas barricadas, cuando lo único que poseemos con alguna certeza es tiempo y aún así, no sabemos hasta cuando.
Un ácrata en camiseta
El argumento de Rafa Rius tiene su enjundia si no fuese por que mezcla términos que son totalmente contrapuestos, lo diga Platón, Aristóteles o toda su parentela. Dicho en román paladino; lo individual poco o nada tiene que ver con lo social. Dichoso aquel que en sociedad sabe elegir y tomar de esta aquello que se cree conveniente, aún a riesgo de ser etiquetado de antisocial u otras zarandajas por el estilo. el saber decir ¡NO! a lo que la sociedad empuja, además de ser saludable, es el mayor ejercicio de libertad que un individuo puede hacer, no sólo en su beneficio, sino que además marca precedente en el corral humano.
Emili Justicia