La Veranda de Rafa Rius
En la teoría económica neoliberal anglosajona se conoce como commodities a las diversas materias primas energéticas, minerales, vegetales o animales a las que consideran como base para establecer cualquier estrategia de negocio en sus distintos campos de saqueo. Pues bien, desde hace un tiempo se viene considerando en la práctica a la fuerza de trabajo como una commodity más, una simple materia prima, como cualquier otra mercancía dentro de las variables a tener en cuenta a la hora de valorar los costes de un proyecto. El factor humano inherente al hecho de que esa commodity sea llevada a cabo por personas, cada una con su historia individual a cuestas, es un asunto irrelevante. Se hace un ERE y se despide a cientos o miles de personas, como se cambia un proveedor de materias primas por otro que deje mayor margen de beneficio. Las cuestiones éticas no dejan huella en la cuenta de resultados y por tanto no forman parte de los algoritmos con los que se diseñan los planes de negocio. Lo único que parece evidente es que el capitalismo y su economía ultraliberal de mercado, se adaptan con una enorme rapidez a los vertiginosos cambios de la sociedad cibernética. Y sus redes llegan hasta el campo del lenguaje, inventan neologismos tramposos para que sirvan a sus intereses.
El penúltimo truco lingüístico ha sido el de la “economía colaborativa”, hermoso eufemismo adjetivo que no hace sino encubrir su palabra fetiche: desregulación, o lo que es lo mismo, contratos a la carta, falsos autónomos… Ahogados por el frío mecanismo de la oferta y la demanda, siempre con la espada de Damocles de la temporalidad y la precariedad pendiendo sobre nuestras cabezas… Y todo seguirá en esa línea mientras el negocio funcione. Si la cosa se pone chunga, los más conspicuos liberales que abominan de las interferencias de Estado, no dudarán en acudir a Él para que les envíe a las “Fuerzas de Inseguridad” o al mismísimo Ejército si falta hiciere.
“Economía colaborativa”, nos cuentan chistes viejos con caras nuevas de lo que no es sino la vieja cantinela liberal: “Dejadnos en paz que nosotros ya nos autoregularemos, estableceremos las mejores condiciones de explotación laboral y ya recurriremos a Estado cuando precisemos de Él”.
Partiendo de la base de que lo que cuenta en las materias primas no es tanto su valor de uso como su valor de cambio establecido en Bolsas como la de Chicago en cuya ruleta se juega a “Futuros”, apostando sobre el valor de cambio que tendrá la materia en cuestión en un momento determinado por venir; sin importar que ese mecanismo destruya el control de su valor de uso, desregule los precios y lleve a la hambruna y la miseria a millones de personas, es de temer que con el trabajo, aunque de momento aún no cotiza en bolsa -todo se andará- pasará tres cuartos de lo mismo.
En los últimos tiempos, los grandes tiburones transnacionales que establecen su territorio de caza en las redes, como Amazon o Google, han fijado su mirada y sus objetivos de negocio en el mercado de trabajo. De momento han empezado por el transporte de personas con empresas como Uber o Cabify, pero la cosa no ha hecho más que comenzar y más pronto que tarde llegará a sectores hasta ahora impensables como la Sanidad o la Educación. De hecho, ya aparecido un neologismo que intenta explicarlo: uberización. Según sus gestores, la uberización representa “una vía de escape frente a los marcos normativos más restrictivos” (léase convenios, obligaciones fiscales, de Seguridad Social, etc), mientras que, por el contrario, para sus trabajadores representa una nueva vuelta de tuerca hacia la precariedad y la desprotección.
Cuando la explotación capitalista se uberiza, cuando el esfuerzo laboral de las personas se convierte en una mercancía más, cuando nos cosifican aceleradamente, entonces las que éramos personas devenimos commodities, simples objetos de usar y tirar.
Y como decíamos, esto no ha hecho más que empezar… En nuestras manos está el evitarlo.
Un ácrata en camiseta
No se entiende cómo á estas horas alguien se puede rasgar las vestiduras en el mundo laboral en lo que respecta a los falsos autónomos, sean de Uber o Cabify. Sectores enteros han ido desapareciendo del mapa productivo sin hacer ruido, o muy poco y, cuando lo hicieron las organizaciones supuestamente «obreras» miraron para otro lado. Ningún gremio con aspiración de hacerse un espacio en el reparto de ese pastel que tanta mierda destila, ha hecho algo significativo que los dignifiquen a ellos como organizaciones obreras, más bien al contrario; como nuevos conversos pusieron siempre el pie, (el de ellos) en el gañote de los obreros en general. Así, la amnesia cunde mucho, sobre todo en los sectores del calzado, del textil, de la albañilería en general, etc., donde su última agonía pasó por la fase servil de los falsos autónomos.
El articulista menciona la manera eufemista de cambiarle el nombre a las cosas y los casos. La izquierda es igual de miserable en su uso o tanto más. El lenguaje de la izquierda no le va a la zaga a la derecha en cuestiones de neolenguaje. Ninguno representa a la clase trabajadora y, ante este acto solemne que como apoteosis, los trabajadores de Uber, Cabify agitan sus gastadas banderas, sus gastados slogans, su gastada memoria, sin poner los ojos donde verdaderamente hay que ponerlos. Son y es las cúspides de Uber y Cabify empresas buitres, que tienen sus sedes en paraísos fiscales y les importa un rábano dos mil o doscientos mil trabajadores «autónomos». El Estado, el que sea… se hará cargo de ellos durante un año o dos y después a tomar viento que es muy saludable. ¡Es una música tan vieja cómo la vida misma!
Emili Justicia