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Opinió

Sacrilegio ma non troppo (un recuerdo)

La Veranda de Rafa Rius

Los meses de mayo parece que arrastren con ellos aires de rebelión; como si a pesar de los abundantes indicios nefastos que la actualidad proporciona, todavía fuese posible creer en el tiempo de las cerezas, en que las cosas podrían ser distintas si así lo quisiéramos y lo lucháramos y no sólo en el París de la Commune o del 68, sino ahora y aquí mismito.

La blasfemia y el sacrilegio son dos de los escasos placeres que nos quedan a los que, descreyendo de toda la sarta de malintencionadas sandeces teológicas con las que nos han mortificado, nos hemos visto obligados por las circunstancias a observar cómo discurría nuestra infancia mientras tragábamos las piedras de molino con las que nos obligaban a comulgar la Santa Madre Iglesia y sus esbirros. Ahora, en raras ocasiones y en medio de toda esa jungla de indignidad, mentiras y represión que conforma nuestro día a día, de las oscuras regiones de la memoria, brota por un instante la chispa de un claro recuerdo que ilumina tan triste pasado. He aquí uno de esos recuerdos:

Discurrían a la sazón, interminables, los últimos años de franquismo con Franco. Eran jornadas de huelgas y manifestaciones de las de antes, sin permiso, sin servicio de orden y sin robocops antidisturbios acompañando la procesión. Ocupábamos la calle y cuando comenzábamos a oír las primeras sirenas, desaparecíamos raudos por las esquinas. En aquella ocasión, después de un último salto, cuando comenzaba a caer la noche de mayo y tras ser perseguidas una última vez por los grises de turno, habíamos quedado para la cita de seguridad y control de posibles detenciones, en la iglesia de un barrio apartado en la que oficiaba un cura de una especie hoy aparentemente desaparecida: los curas obreros. Una vez allí y tras comprobar que no había damnificadas, decidimos en asamblea encerrarnos en esa iglesia y pasar allí la noche juntas. Cuando llegó la hora de dormir, el párroco nos sugirió que nos tumbáramos en la zona del altar porque allí al menos había una moqueta que nos aislaría de la humedad. Andaba yo intentando conciliar el sueño cuando al darme la vuelta para acomodar mejor mi postura, descubrí en la penumbra, echada a mi lado, a una mujer que se me antojó bellísima. La situación era tan insólita, la sensación de peligro tan real, nos encontrábamos tan cerca, que poco después estábamos besándonos sobre la dura moqueta, a la sombra del altar mayor, bajo la caja dorada donde se guardan las hostias. A pesar del lugar elegido, la ceremonia –como no era infrecuente en aquellos lejanos tiempos- no llegó a consumar el sacrificio. Nos limitamos a seguir besándonos morosa, amorosamente, hasta que nos dormimos estrechamente abrazados.

Y estrechamente abrazados fuimos despertados a temprana hora porque el cura tenía que celebrar (¿?) la primera misa de la mañana. Al salir, mientras desfilábamos hacia la sacristía con el saco de dormir bajo el brazo, nos embocamos con toda naturalidad un puñado de hostias del copón, es decir, desayunamos cristo. Por el otro extremo de la iglesia, un grupo de beatas entraba a consumir su diaria dosis de salvación, en busca de un prometido y siempre aplazado paraíso que debían intuir cercano dada su avanzada edad. Poco después fuimos abandonando el templo de uno en uno -para tratar ingenuamente de despistar- y dispersándonos en busca de nuestras rutinas cotidianas.

En los inciertos caminos de la vida jamás me fue dado encontrar de nuevo a esa compañera que había compartido su noche, sus caricias y sus sueños conmigo. Apenas habíamos hablado, apenas la complicidad de un ingenuo sacrilegio como despedida. Nunca supe su nombre. Su velada imagen, su hermoso recuerdo, pasaron a formar parte de los pecios que la memoria va abandonando de tanto en tanto sobre nuestras desoladas playas.

Ahora que un nuevo mayo nos invita a la revuelta, recuerdos tal que así, nos dan fuerzas para no olvidar las barricadas. Ya lo decían las paredes de París «Las barricadas cierran la calle pero abren el camino»

1 COMENTARIO

  1. Bueno últimamente aunque no nos vemos siempre tienes tendrás un pequeño trocito de mi maltrecho corazón en tus manos, la veranda la empezaste conmigo, te acuerdas? y la historia que cuentas me la contaste, mucha vida juntos pero lejanos sr. rius. Vaya desde aquí un saludo y decirle que mi traje de arlequín no ha encogido. con todo el amor del mundo…maría.

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