La Veranda de Rafa Rius
“El trabajo os hará libres”, declaraba el infame letrero que colgaba sobre la puerta de entrada a diversos campos de exterminio nazis. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” proclamaba el Génesis de la mitología judeo-cristiana. ¿En qué quedamos, el trabajo es una condena o un espacio de libertad?. Visto el sarcasmo genocida que ocultaba la proclama nazi, sería cuestión de inclinarse por la opción punitiva de la Biblia.
Parece suicida plantearse una crítica radical al trabajo como forma de utilizar el tiempo que poseemos entre esos dos grandes vacíos que limitan nuestro pasado y nuestro futuro. En tiempos de trabajos escasos, precarios y mal pagados; en momentos como los actuales donde la explotación es cada vez más sofisticada, salvaje y desmesurada y con tendencia a empeorar, no parece oportuno abominar de aquello que nos permite sobrevivir, pero es que no hablamos de sobrevivir sino de vivir con dignidad y en toda su plenitud. Sin tener que malvender nuestra energía y nuestro tiempo.
Quizás convendría puntualizar que, en la crítica, estamos hablando de trabajo asalariado. Debería ser obvio que no se habla aquí de la utilización de nuestro tiempo en realizar aquello que nos satisface sin recibir ningún salario a cambio y con la única -y no poca- recompensa del placer que nos proporciona su práctica.
Y hablando de trabajo asalariado: Siempre que empieza un nuevo año, el gobierno de turno se apresura a publicar las estadísticas de creación de empleo, siempre rebosantes de optimismo y convenientemente maquilladas y falseadas. Para empezar, ¿por qué llaman creación de puestos de trabajo cuando se trata de un miserable contrato temporal y precario? ¿por qué contabilizan como creación de 20 empleos lo que no son sino los 20 contratos de días o incluso horas que un mismo trabajador ha tenido a lo largo de un trimestre? Y para acabar: ¿por qué los oficialistas y mal llamados sindicatos, reos del régimen que los subvenciona generosamente a cambio de su connivencia, se empeñan no sólo en firmar lo que les pongan por delante, sino también, con total cinismo, proclamar a los cuatro vientos los grandes logros que han conseguido arrancar con su lucha denodada. Sin ir más lejos, fastuosas subidas de salarios y pensiones. Confiamos en gente para la que su ideal de vida es el mantenimiento continuo y permanente de un statu quo que les beneficia, que las cosas sigan siempre como están, que así ya les va bien. Y al que le pique que se rasque.
Y, pese a todo, seguir adelante, aunque no nos quede nada excepto la nítida comprensión de que las estadísticas y las posverdades que nos cuentan son falsas, y que en realidad, el auténtico enemigo de nuestros enemigos es la verdad pura y simple –si es que a estas alturas tal cosa existe. Pretenden hacernos creer que avanzamos, pero es hacia atrás: en lo tocante a conquistas sociales estamos en el mismo sitio que hace 40 años, si no peor, sólo que cada vez con menos argumentos para la esperanza.
Y frente a tanta mentira, la convicción firme de que existen multitud de maneras de ocupar nuestro tiempo y hacer que nos permita vivir dignamente, sin necesidad de caer en la explotación de nuestra fuerza de trabajo. Echando imaginación al asunto, reduciendo nuestro nivel de consumo a lo necesario y pensando, como diría Machado, que las cosas que poseen verdadero valor, no tienen precio.