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Opinió

Viejunos e inservibles

La Veranda de Rafa Rius

Para aquellas personas que mantenemos la acracia como referente de organización de la sociedad, los partidos políticos nunca nos han parecido una herramienta útil de transformación social. Los datos que la realidad nos aporta a diario no hacen sino confirmarlo. Centrándonos en eso que llaman Estado Español, un análisis somero del comportamiento en estos momentos de las cuatro principales organizaciones partidistas con ocasión de la supuesta moción de censura al gobierno bastaría para comprobarlo.

El hecho de calificar de “supuesta” a la moción de censura recientemente escenificada es mucho más que una forma de adjetivar. Se supone que dentro de las reglas de juego parlamentarias, una moción de censura puede tener dos motivaciones. En primera instancia, la más obvia, derribar al gobierno en ejercicio y a su presidente cuando se considera que su actuación, por diferentes motivos es inaceptable. No es el caso que nos ocupa puesto que antes de iniciarla ya se preveía con toda certeza su resultado negativo. En el otro supuesto, las razones de la moción se pierden en un laberinto de motivos de tan variado como incierto origen. En principio, dado que el triunfo quedaba descartado, la puesta en escena se revelaba como el factor determinante de la iniciativa. Dentro de la estrategia de propaganda y marketing electoral de cara a unas posibles elecciones anticipadas, la formación morada necesitaba una forma barata y eficaz de dar a conocer su mensaje. Teniendo en cuenta que, una vez abandonadas sus anteriores veleidades horizontales y regeneradoras, este mensaje no presentaba excesivas novedades ni elementos catalizadores de voluntades indignadas, se hacía imprescindible mantener al menos la retórica de un discurso que tan buenos resultados les ha dado hasta el momento.

El fundamento de su moción se lo había servido el PP en bandeja. La corrupción endémica e institucionalizada de un partido de derechas a la antigua usanza, que se considera llamado a dirigir la sociedad por derecho propio teniendo en cuenta el origen familiar de la mayoría de sus miembros, junto a la sensación de impunidad de quien se sabe más allá de las leyes –hay un común denominador en todos los encausados por corrupción: todos se consideran inocentes- ofrecía un motivo más que apropiado para ejercitar sus dotes parlamentarias de denuncia, en un debate inane que no ha centrado su interés en un resultado más que cantado, ni siquiera en un sosegado intercambio de argumentos lógicos para fundamentar sus propuestas sino en un cutre, soez, morboso y mediático combate de insultos y descalificaciones, con tal de ver quien consigue un mayor porcentaje de “share” televisivo.

Como comparsas de tan magno evento actuaban PSOE y C,s. Por lo que se refiere a los autoproclamados socialistas, en fase de reestructuración interna, se han limitado a abstenerse en un calculado ejercicio de ambigüedad –ni contigo ni sin ti sino todo lo contrario. Si Sánchez se hace con el control efectivo del partido tras su congreso, si el juicio en curso de los ERE en Andalucía (Recordemos: 800 millones de dinero público) no acaba con un partido partido y si sus viejas momias nunca del todo jubiladas dejan de proyectar su sombra ominosa, tal vez puedan hablar con PODEMOS y vocear aquello de “la socialdemocracia unida jamás será vencida” Difícil lo tienen cuando dos gallos con el ego hipertrofiado quieren controlar el corral del centro-izquierda, pero todo podría ser… Respecto a los Ciudadanos, les ha tocado el papel menos lucido en el reparto. Su menguado peso electoral hace que no puedan plantearse ninguna iniciativa propia, limitándose a elegir el Señor con el que ejercer de escudero. Aunque su lugar natural está junto al PP, no descartan apoyar a los socialistas más moderados (Díaz en Andalucía) si con ello obtienen alguna prebenda. En cualquier caso su papel se barrunta secundario y como mucho dará para permanecer agazapados en la sombra por si los poderes fácticos precisaran de ellos como recambio del PP, si se produjera una poco previsible debacle –Dios no lo quiera- producto del tsunami de corrupciones varias que les agobia.

Así las cosas, ¿Tiene todo ello alguna relación con un cambio radical en los supuestos que conforman la sociedad capitalista ultraliberal que lleva camino de acabar a corto plazo con todos nosotros junto al planeta que nos cobija? Es muy de temer que no, los partidos son herramientas viejunas e inservibles. El Parlamento es un teatrillo donde se representan sainetes más pasados y pesados que los de Arniches e igual de intrascendentes.

Habrá que concluir que todas las personas, en mayor o menor medida, por activa o por pasiva, somos sujetos políticos y conjeturar que más allá de los partidos y el parlamentarismo al uso, podemos construir un modelo de sociedad en la que, lejos de partidos, de líderes carismáticos y salvapatrias varios, consigamos vivir una vida más plena y feliz. Porque no hay otra.

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