La Veranda de Rafa Rius
No ha mucho nos enterábamos estupefactos y patidifusos de que Kichi, alcalde de Cádiz, antiguo militante anticapitalista, conspicuo militante de Podemos y decidido partidario de los bombardeos saudís en Yemen (por algo ha defendido la construcción de cinco fragatas para Arabia en los astilleros de Navantia a ello destinadas), ha concedido la medalla de oro de la ciudad a la “virgen” del rosario con la aquiescencia entusiasta de PSOE, Ciudadanos y PP y la abstención de IU. La entrega de la medalla que tan amplio consenso ha suscitado en el ayuntamiento, ha partido de una solicitud con recogida de 6000 firmas en una ciudad de 119 000 habitantes, lo que supone un 5% del censo. A pesar de lo cual, los solícitos munícipes se han apresurado a darle curso con el peregrino argumento de que gobiernan para todos los ciudadanos.
Lo que en el PP a estas alturas resulta más que previsible, en Podemos podría llegar a sorprender si nuestra capacidad de sorpresa no estuviera ya tan saturada. En demasiadas ocasiones los nuevos partidos huelen a naftalina y sacristía tanto o más que los viejos. ¿Quién no recuerda las incursiones en la filosofía china de Felipe González cuando decía aquello de que lo importante en un gato no es su color sino que cace ratones, o de la “Realpolitik”, de lo diferente que se ven las cosas desde el gobierno o desde la oposición? Pues bien, parece que Kichi ha entrado en un bucle y vuelve a los viejos usos y costumbres. Dejando aparte lo minoritario de la petición o el hecho teórico aunque constitucional de la supuesta aconfesionalidad del Estado (art. 16.3), se supone que un alcalde está para gobernar la ciudad, para implementar medidas que beneficien al conjunto de sus habitantes y no para repartir medallitas a quien se le ocurra y, como de costumbre, no con el dinero de los 6000 peticionarios sino también de los 113 000 que no han dicho nada al respecto. Al parecer, una vez más, quien delega otorga.
A primera vista aparenta una cuestión menor -¡total por una medalla!- pero quizá no lo es tanto. Si analizamos el subtexto de la noticia, aparecen una serie de connotaciones que denotan indicios de un recorrido mucho más profundo, que van mucho más allá del hecho en sí. Estos indicios tienen que ver con un concepto que subyace en lo más recóndito del inconsciente colectivo y que está detrás de muchas de las incógnitas más inextricables e irracionales con las que nos solemos encontrar. Me refiero a la tradición. Cuantas veces hemos escuchado justificar una determinada estupidez diciendo: “-¡Pues siempre ha sido así, eso es de toda la vida!”. Y, claro, si siempre ha sido así, por algo será. Su implantación en el tiempo, su carácter perdurable es suficiente justificación para su existencia. “Las vírgenes en España siempre han tenido sus medallas”. Y a otra cosa, mariposa.
Si aceptamos que en Valencia se maltrate a los niños haciéndolos volar sobre las cabezas de los fieles fanáticos para que intenten tocar el manto de su “patrona”, si aceptamos la irracionalidad de gran parte de la tradición sin cuestionarla, acabaremos aceptando que, si siempre ha habido ricos y pobres o violencia contra las mujeres… por algo será. Me temo que no. Si queremos mejorar algo el mundo en que vivimos, la lucha contra la tradición, entendida como aceptación acrítica de lo que hay y defensa de los postulados más insensatos por su simple permanencia en el tiempo, es inaplazable.
Y dar cumplimiento a la tradición, concediendo a la “virgen” del rosario la medalla de Cádiz, la ciudad donde en 1812 se elaboró la primera Constitución moderna del Estado, no es seguramente la mejor manera de mejorar nada.