La Veranda de Rafa Rius
Ruta de la Desolación. Calais, Idomeni, Lesbos, Gurugú, Lampedusa, Darfour… Demasiados puntos negros en la Ruta de la Desolación. Ignominia, oprobio, vergüenza para nuestros gobernantes displicentes que legislan inhumanas arbitrariedades desde sus despachos climatizados. Ignominia, oprobio y vergüenza para nosotros que los hemos elegido y que oteamos desde la distancia y con indiferencia la Ruta de la Desolación mientras tomamos café.
Horas lentas sin reloj, polvorientas o embarradas, para los que habitan o transitan en un parsimonioso cataclismo la Ruta de la Desolación. Largas hileras espectrales de personas caminando exhaustas hacia ninguna parte, atravesando en el crepúsculo vías de trenes remotos que se hunden en lo oscuro o bloqueadas sin esperanza en la ciudad de nailon en medio de un desarraigo sin horizontes.
Campamento de los condenados. Monstruosa ciudad de precariedades extremas que se pierde en la niebla. Arquitectura infame del desorden aberrante y la demencia. La noche está en calma. El día traerá una nueva batalla por la supervivencia. A lo lejos se divisa la silueta de una mujer que camina morosamente. Se desliza sobre el barro, bordeando rebosantes letrinas. ¿Cuál es su refugio? ¿Acaso es una tejedora que se desliza a través de un túnel de tiempo, un túnel que la saque del infierno y la lleve a momentos y lugares más felices? ¿Es una urdidora de argumentos y destinos en la gran trama del mundo?
Pálidos relámpagos desgarran el cielo nocturno. De tanto en tanto, una luna de hojalata ilumina los espectros dormidos sin sueños en la Ruta de la Desolación. Se oyen aleteos. Pájaros de la noche que han venido a robar los deseos y mudarlos en pesadillas. La ciudad de plástico se aparece como un monstruoso transatlántico a la deriva bajo la escasa luz de perdidas estrellas.
Junto al primer iglú, un oso de peluche hunde sus patas en el barro. La vida se escapa imperceptiblemente sin que nadie sepa muy bien hacia adonde. Algunos en su duermevela rezan a su Dios para que los lleve lejos del horror, lo que no dicen es que su Dios responda frente a tanta iniquidad.
Entretanto, muy lejos, aislados en remotos edificios de cristal, jaurías de impávidos inútiles mandamases se mecen en el olvido, perpetran infamias sin cuento y piensan que, en el fondo, el mundo no está tan mal…
A un lado del poblado, desvencijados vagones repletos de cadáveres durmientes, aún vivos, se oxidan sobre unas vías muertas.
Se escuchan ladridos lejanos.
Lo demás todo es silencio en la ciudad de nailon.
Por el cielo del Este, entre las nubes, se anuncia el nuevo día con un intenso azul cian.
Ha comenzado de nuevo a llover sobre la Ruta de la Desolación.