La Veranda de Rafa Rius
Hacia finales del verano de 2015, un tema monopolizaba casi en exclusiva las portadas de periódicos y telediarios: la migración de refugiados procedentes -especialmente, pero no sólo- de la santísima trinidad de países devastados: Siria, Irak y Afganistán. Ahora mismo, cuando escribo esto -mediados de octubre- los directores de periódicos y cadenas de radio y TV y sus amos financieros, han conseguido una obra maestra del ilusionismo que el mismísimo Houdini habría envidiado: escamotear y hacer desaparecer casi por completo cualquier referencia a los cientos de miles de personas que deambulan atónitas y exhaustas por los puertos, carreteras, bosques y puestos fronterizos de media Europa. Tan sólo ocasionalmente, las imágenes de cadáveres de niños muertos en playas del Egeo, son suficientemente impactantes, tienen suficiente morbo mediático y por tanto comercial para merecer sus desvelos.
En eso que llaman España, para mantener la atención sobre el tema, contamos con la inestimable colaboración de algún arzobispo paranoico y ruin que habla de que no todos son trigo limpio (como si en el seno de la Iglesia todos lo fueran) y del peligro de la llegada de caballos de Troya del islamismo, sin preocuparse por entrar en flagrante contradicción con el principal precepto de su religión: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No importa, como se demuestra cada año en tantas fiestas de tantos pueblos, los moros siempre han estado en contra de los cristianos. Y tras ese profundo análisis, no hay más que hablar.
Entretanto, a años luz de estúpidas y estériles polémicas, esos muchos miles de niños mujeres y hombres, de personas iguales en derechos y dignidad a nosotros, siguen vagando perdidas y olvidadas, en medio de la indiferencia de casi todos. Mientras, en el gobierno de la autodenominada con notorio eufemismo “Unión Europea”, siguen dilucidando si son galgos o podencos y, siendo incapaces de arbitrar una solución mínimamente justa y plausible, demuestran que más allá de lo estrictamente económico, la UE no existe. Quizás ahora que el invierno se nos echa encima, cuando empiecen a morir de frío e inanición, cuando aparezcan unos cuantos cadáveres de niños congelados en medio de los bosques balcánicos, la noticia recuperará el morbo comercial suficiente para volver a asomar en los medios de incomunicación.
Y por si algún alma buena pensaba que ésta era una situación difícil pero coyuntural, en las últimas semanas se están recrudeciendo los bombardeos en Siria a cargo de la aviación de Putin, aliado de Bashar al Assad, sobre ciudades ya en ruinas como Alepo. Por su parte EEUU y Francia, parece que tampoco quieren perder la ocasión de “intervenir”. Con semejante panorama, la situación se presenta como la de una confusa guerra de todos contra todos en la que los repugnantemente denominados “efectos colaterales” en forma de cadáveres de civiles, y demolición total de pueblos y ciudades, carecen de importancia. La situación en Irak y Afganistán tampoco parece mucho más halagüeña… En un contexto tal que así, hablar de la posibilidad de vuelta a casa de los refugiados tiene todo el aspecto de un chiste macabro.
Así las cosas y dado que vivimos en el seno de una sociedad capitalista de mercado, las situaciones hay que analizarlas en términos de coste-beneficio. En el caso que nos ocupa, ¿Qué beneficios reportaría a los grandes grupos del negocio de la comunicación mantener el foco en el tema de los refugiados? Es de temer que ninguno. Si algún día acabara la situación de guerra y se planteara el asunto de la gestión y los contratos para la reconstrucción del país, la cuestión sería diferente.
Entretanto, mientras llega el momento de volver a su tierra, si es que llega, los refugiados continuarán desaparecidos de nuestros periódicos y pantallas. Que se busquen la vida como puedan y si resultan heridos o caen enfermos, para eso están Médicos sin Fronteras –si no los bombardean antes, claro.