Ràdio Klara 104.4FM València

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Opinió

La insoslayable brevedad del ser

La Veranda de Rafa Rius

imgres-3“Lo bueno, si breve, dos veces bueno.”
-B. Gracián-

“Lo breve, si breve, dos veces breve”
-Anónimo S. XXI-

En el hipermercado cultural en el que andamos deambulando en este principio de milenio -aparentemente desorientados, pero en realidad sabiamente conducidos, tirando de carritos de compra cuyas ruedas ideológicas siempre derivan hacia los pasillos que interesan a los dueños del local- existe un paradigma que se ha instalado en lugar privilegiado entre aquellos que conforman lo que se nos vende constantemente como modernidad. Este paradigma, imprescindible para conocer lo que se cuece en los hornos crematorios del poder, no es otro que el de la brevedad. Parodiando y dándole la vuelta al viejo aforismo conceptista, no se trataría tanto de que lo bueno fuese mejor por el hecho de ser más breve, como de que lo breve -fuera lo que fuese- adquiriera categoría de excelencia por el mero hecho de su corta duración.

Así, en alimentación, consumimos con verdadera profusión y fruición, cualquier “food”, aunque sea una auténtica “trash”, a condición de que sea “fast”. Si de música popular se trata, se nos proponen unos videoclips vertiginosos en los que los distintos planos se suceden a una velocidad tal que elude cualquier posibilidad de asimilación y sin que importe demasiado que tengan alguna relación con la música que paralelamente estamos intentando escuchar. La publicidad construye verdaderas obras maestras de orfebrería narrativa en miniatura en las que la historia -con su presentación y descripción de personajes, su nudo dramático y su desenlace- nos es contada en menos de treinta segundos. Entre los pocos resistentes despistaos que todavía andan leyendo libros de poesía, se valoran sobremanera los escritos a la manera de los haiku japoneses, poemas brevísimos en los que media docena de palabras concentran toda la intensidad lírica y abren paso a una ambigüedad preñada de múltiples lecturas, o de ninguna, porque no suele haber tiempo. Los dibujos animados y los juegos de ordenador, provocan epilepsias y otros daños cerebrales, por la intensidad, profusión y rapidez con la que se suceden las llamaradas, explosiones y cualquier tipo de impacto visual de los que están repletas sus pantallas ayunas de contenido. En el campo de las artes plásticas, tanto en arquitectura, en escultura, como en pintura, se ha hecho abortar una cierta tendencia hacia el barroco que pareció rebrotar con fuerza a mediados de los lejanos ochenta, y nos hemos instalado en lo que podríamos llamar un neoclasicismo minimalista: unos edificios racionalistas y funcionales en los que no observamos un solo detalle de más, unas esculturas estilizadas y despojadas de cualquier elemento superfluo, y una pintura que, lejos de los excesos del pop, el expresionismo abstracto y las viejas vanguardias históricas, elabora un discurso desde la desnudez, donde la ausencia o la brevedad de elementos significantes ha de ser suplida por la mirada cómplice del espectador.

Vivimos tiempos fragmentados en fascículos y resumidos en reader’s digest. Desde los media se elude la presentación global, pormenorizada y reposada de cualquier elemento polémico, porque propiciaría la reflexión crítica y eso, a quién le interesa?. Vivimos tiempos de noticias breves comprimidas en cómodas grageas fáciles de deglutir y convenientemente purgadas de cualquier conflicto de intereses que pudiera enturbiar una rápida y acrítica digestión.
¡Oh paradoja!- cada vez tenemos más cantidad de información a nuestra disposición y cada vez sabemos y comprendemos menos. Hagamos la prueba del algodón: después de una acongojante y apabullante campaña electoral, con cientos de horas de información a sus espaldas, lleguémonos hasta las puertas de uno de esos patéticos vodeviles a los que llaman “colegio electoral” y preguntémosle a cualquier ciudadano de a pie que haya tenido la deplorable ocurrencia de ir a votar: “¿Cuáles son los puntos del programa de su partido que más le convencen?”. Veinte contra uno a que se nos queda mirando con cara de zombie en medio de un silencio sepulcral.

De eso se trata: de que seamos buenos ciudadanos y no nos compliquemos la vida, de que colaboremos, ignoremos , votemos y olvidemos.

Y para eso es imprescindible la coartada de la brevedad. Todo debe pasar ante nuestros ojos con la suficiente rapidez como para no dar espacio a la reflexión, a la rebelión. Intentan vendernos la idea de que la brevedad es necesaria porque no hay tiempo que perder.

Todo es cuestión de tiempo. “-¡Oiga, que la nueva variante de la autopista ha costado diez mil millones! – Sí, pero ahorraremos diez minutos en el trayecto”. ¡El tiempo es oro!, ¡Hay que ganar tiempo!.

Pobres necios, despreciamos cuanto ignoramos. Desconocemos el placer revulsivo de la pereza en un mundo inútilmente apresurado, desdeñamos el íntimo e inefable disfrute de la indolencia, ese ver pasar el tiempo por tu lado como si no fuera contigo la cosa.

Perfectos majaderos como somos, no entendemos algo tan obvio como el hecho de que, más pronto que tarde, la única brevedad posible es la insoslayable brevedad del ser. La única verdad incontestable es la de que todos caminamos hacia el mismo agujero negro: quien más deprisa vaya, antes llegará.

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