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Mitos y ritos

La Veranda de Rafa Rius

En la antigüedad, el mito siempre precedía al rito. Tras el complejo proceso de formación de un mito, comenzaba a surgir toda una serie de espacios, actos y ceremonias a él dedicados, aparecía toda una serie de ritos que suponían la existencia previa de un mito en el que se basaban y a cuya protección se acogían. Esto valía tanto para las religiones monoteístas como para las politeístas o hasta para las religiones sin dios como el budismo. No se podría concebir la existencia del oráculo de Delfos y todas sus ceremonias predictivas sin la previa formalización de la figura de Apolo. Del mismo modo, los caminos que conducen a la búsqueda del dharma (indagación sobre la verdad) o el nirvana (disolución del yo, ausencia de deseo) no serían transitables sin la existencia, al parecer histórica, de Siddhartha Gautama, llamado Buda. Análogamente, fue a partir de Saulo de Tarso, conocido por sus seguidores  como San Pablo, cuando los cristianos iniciaron la construcción de toda una liturgia (misa, sacramentos, vestuario ceremonial) que pretendía ritualizar las doctrinas atribuidas a Jesucristo. Sabían que para hacer digerible el mito, había que cuidar el rito.

En la actualidad, las cosas han cambiado significativamente y por lo general, el rito precede al mito. En las modernas religiones de masas, primero se crea un complejo entramado ceremonial, acto seguido se crea la necesidad del mito, con la adecuada manipulación de las conciencias, y, por último se introduce un personajillo fácilmente moldeable, en el momento y lugar adecuados, y tras una exhaustiva campaña mediática, sólo hay que sentarse a esperar para ver surgir sucedáneos de mito por doquier, como setas tras la lluvia, tan numerosos y con el mismo carácter efímero. No importa: con una adecuada campaña de márketing, para cuando esos mitos de bolsillo vayan a caer en el olvido, ya habrán devengado suculentos beneficios que es de lo que se trataba.

En primer lugar se crea un deporte ritualizado de masas: pongamos el fútbol. Se establece un espacio-tiempo para la misa semanal – ceremonia deportiva: el domingo en el estadio. Acto seguido, se bombardea al personal durante toda la semana con atosigantes informes sobre los aspectos más nimios del evento y a partir de ahí, sólo hay que poner en funcionamiento la caja registradora: los mitos (Ronaldos, Ronaldinhos, Ronaldetes… ) brotarán como por generación espontánea.

Y lo que vale para el fútbol, vale para el automovilismo, el baloncesto, los Grandes Hermanos (si Orwell levantara la cabeza… ) , las Operaciones Triunfo (¿Para cuando una Operación Fracaso?)  e tutti quanti…

Pero, ¿qué sentido tiene ese giro de 180 grados en la secuencialización entre el mito y el rito? Porque todo tiene su intención patente u oculta.  Si algo hemos aprendido de esta maldita sociedad de consumo propia del capitalismo sofisticado, brutal y estupefaciente que nos domina, es que en él pocas cosas son gratuitas. El cambio obedece seguramente a la necesidad de poner en primer plano todo el complejo entramado de rituales de sumisión, mucho más efectivos que la figura del propio héroe, dada su falta de sustancia y su condición patéticamente precaria. Veamos.

Los viajes de Ulises han traído hasta nosotros su mensaje a través de cientos de generaciones. El perfume de la bella Helena todavía llega hasta nuestro olfato. Las locas orgías de las ménades de Dionisos aún nos hacen vibrar. Fernando Alonso, Rafa Nadal o cualquier otro de los fantasmas mediáticos vacíos y banales que agitan ante nuestros ojos alucinados y cómplices, no creo que duren tanto.

Si hay algo pues, que defina a los héroes actuales es, de un lado, su condición de pañuelos de papel: usar y tirar. Cuando dejan de servir o están demasiado sucios, a la papelera y a por otro. De otro lado, su carácter intercambiable: es tal su fragilidad que frecuentemente ingresan con gran facilidad en la categoría de juguetes rotos, dejan de ser útiles y desaparecen. No importa, tienen un perfil tan bajo y poco definido que cualquier otro de su condición puede ocupar su lugar. El olvido actuará, la gente podrá seguir gozando de su nuevo referente mítico de andar por casa, la gran rueda seguirá girando y produciendo suculentos beneficios y todos tan contentos.

Cuando el pobre Hobbes formulaba su teoría del monstruoso Estado – Leviatán, no podía llegar a imaginar que el rito iba a devorar al mito y que  un Leviatán agonizante, vería pasar ante sus ojos a multitud de Leviatancitos, quizás más pequeños, menos evidentes pero mucho más taimados y voraces, que irían devorando con gula infinita cuanto encontraran a su paso.

¡Y usté que lo vea!

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