El asesinato de George Floyd por la policía en los EE.UU. ha removido las conciencias y las sensibilidades de millones de personas en todo el mundo y nos ha puesto ante los ojos la barbarie del racismo. Rosa Luxemburg en 1916 lo ya predijo: “Socialismo o barbarie”. Millones de personas en el mundo, y desde luego en España, ya han aceptado la barbarie como cosa normal e inevitable. Otros millones, aquí y allá, se rebelan ante ella; lo estamos viendo estos días y lo hemos visto en otras ocasiones.
Pero quedarse en la denuncia del racismo es no ir hasta el fondo del mal ¿qué hay detrás del racismo?
Detrás del racismo está la lucha de clases siempre. Y en la época contemporánea, la lucha de clases en su forma más extrema: el fascismo.
La clase dominante siempre ha buscado culpables de los problemas que ella misma provoca.
Con este truco oculta, por un lado, su responsabilidad en los males que su egoísmo o su ineficacia causan a millones de personas a las que manda y explota.
Y por otro lado consigue canalizar contra esos supuestos culpables -chivos expiatorios o cabezas de turco, como se les suele llamar-, el descontento de las clases sociales que sufren los problemas.
Antiguamente señores y reyes necesitaban culpar a alguien de la peste y la guerra. Actualmente, cuando el capitalismo financiero, monopolista e improductivo supura globalmente destrucción, desigualdad e injusticias, necesita más que nunca culpables y dispone de más medios que nunca para crearlos. Alguien ha de cargar con la culpa de la destrucción de la naturaleza, de la pobreza, la precariedad, el paro, los desahucios, la desigualdad creciente, la injusticia, la brutalidad y la impunidad de los ejércitos y las fuerzas represivas… e incluso, por lo menos en España, alguien ha de tener la culpa de los muertos por un virus desconocido.
Los chivos expiatorios siempre son personas o grupos fácilmente identificables: los “diferentes” o los “rebeldes”. Antes los “diferentes” eran judíos, moros, gitanos, rameras, brujas y otras gentes de “de mal vivir”. “Rebeldes” eran los herejes, bandoleros, proscritos…. los “antisistemas” de cada época, ya que siempre los hubo.
Los “diferentes” hoy son los inmigrantes racializados -negros, latinos o norteafricanos, perseguidos y encerrados en esa ignominia de los CIES- pero también los pobres de solemnidad, las personas sin techo o sexualmente “diferentes”. Y los “rebeldes” son –somos- las personas políticamente contestatarias, críticas contra el sistema capitalista y patriarcal: feministas, ecologistas, animalistas, sindicalistas, socialistas, podemitas, comunistas, libertarios, antisistema, antifascistas, en una palabra “rojos”….
El carácter de clase de esta culpabilización se evidencia en el hecho de que se criminaliza siempre a personas que molestan por cómo son -un negro, un marica- o por cómo piensan – un rapero, un periodista crítico, un militante-. En cambio nunca se criminaliza a personas que detentan o defienden el poder por lo que hacen – políticos corruptos, empresarios defraudadores, policías brutales -: estos pueden, con total impunidad, robar, matar o hacer atrocidades perjudiciales para la mayoría: ¿No es criminal asesinar a 15 inmigrantes en el Tarajal en 2014? ¿No es perjudicial desahuciar de sus casas a 1860 familias españolas en Madrid para vendérselas baratas a un fondo buitre? ¿No es brutal torturar a la gente por sus ideas o encarcelar a un rapero por sus canciones?
Tanto necesita culpables la clase dominante que si no existen se los inventa: la eterna ETA, las armas de destrucción masiva, el complot judeo-masónico, el terrorismo, el comunismo…. O el padre de Pablo Iglesias, un sindicalista, acusado ¡¡de terrorista ¡¡ Ya lo decía Goebels, ministro de propaganda de Hitler: una mentira mil veces repetida se convierte en verdad.
En Nueva York o en Madrid la lista de crímenes y barbaridades impunes de la derecha es infinita. En cambio a George Floyd lo asesinó la policía, al parecer, por un billete falso de 20 euros: es la perversión total de la justicia, la política y la moral. Trump o Cayetana siguen sembrando odio; el emérito sigue inviolable, Bárcenas, Aguirres y Zaplanas libres… Y los diferentes o los rebeldes en la cárcel por robar una gallina o cantar una canción, o asesinados bajo la rodilla de un policía. No pasa nada.
Hay aún otra consecuencia, la peor de todas: que millones de personas de clase trabajadora –obreros precarizados, parados, autónomos, pequeños comerciantes, agricultores, jóvenes sin futuro- ante la miseria presente y el negro futuro, dirijan su rabia contra los diferentes de su propia clase sean blancos o negros –claramente los emigrantes- o contra los rebeldes – más o menos rojos-: los señalen, los teman y, consecuentemente, los odien; que justifiquen la represión contra ellos y, si llega el caso, que ellas mismas los ataquen: ¡nos quitan el trabajo, se aprovechan de lo nuestro, son ilegales, primero los españoles! Y tratándose de rojos: ¡son antipatriotas, malos españoles, idos a Venezuela y…. ¡A por ellos! El ambiente social y político, a la vista está, se vuelve irracional, irrespirable, tóxico: personas de la misma clase social con los mismos problemas, sin buena sanidad, sin buena escuela y hasta sin casa y sin comida, se enfrentan entre sí infectadas de desconfianza, racismo, xenofobia, patrioterismo, violencia y odio. Eso sí que son virus letales.
El proceso es siempre igual y se ha visto muchas veces en la historia. Y para que no aprendamos…. ¡no nos enseñan historia! PROBLEMASàIGNORANCIA àMANIPULACIÓNàMIEDO Y ODIO.
ESTO NO ES AÚN FASCISMO, PERO LE FALTA POCO PARA SERLO.
El fascismo es la forma de defensa que utiliza el capitalismo en momentos de crisis graves para seguir creciendo. Es la cara más brutal del capitalismo.
No es fácil explicarlo: tiene componentes económicos muy importantes, relaciones sociales complejas, características políticas específicas y una ideología complicada: no todos aquellos a los que llamamos fascistas lo son.
Pero, a pesar de su complejidad, hay dos características básicas en el fascismo que la persona más ignorante puede reconocer, si las conoce, claro.
– La primera es que para un fascista hay “por naturaleza” (ellos hablan de los genes, la sangre, la raza… como si fuésemos animales) seres superiores, nacidos para dirigir y mandar, y seres inferiores, nacidos para trabajar y obedecer. Igualmente hay razas superiores y nobles, y razas inferiores y viles. Y como resultado, hay pueblos superiores que están en el mundo para dominarlo y hay pueblos inferiores que están sobre la tierra para ser explotados y dominados… Desde luego esto es irracional e indemostrable, pero encaja perfectamente con la segunda característica.
– La segunda característica del fascismo es su desprecio radical por el pensamiento y la razón y su culto a la fuerza, entendida no sólo como fuerza física, sino como “poder” –el que da el dinero, un ilustre apellido o un uniforme-. Para un fascista la razón y el diálogo no sirven para organizar la vida pública, ni para garantizar la ley y el orden. Los fuertes, los superiores utilizan la fuerza, “los puños y las pistolas” como decía José Antonio. Son pues visceralmente antidemócratas: pueden parecer demócratas cuando ganan unas elecciones, pero no cuando las pierden. Es su derecho natural detentar el poder y utilizar toda la fuerza posible para mantenerlo: de ahí su afición al ejército, a los grupos paramilitares y los golpes de estado. En España sabemos mucho de esto…
LOS PRINCIPIOS FASCISTAS –SUPERIORIDAD Y USO DE LA FUERZA- NO CREAN EL RACISMO, que es muy anterior, PERO LO JUSTIFICAN, como también al supremacismo, la xenofobia, la homofobia, el odio a los pobres o el machismo.
Un fascista no ataca a los emigrantes, comunistas o mujeres sólo porque crea que son causa de sus problemas económicos, sociales o políticos, los ataca porque tiene derecho a hacerlo: hay una inferioridad natural en ellos o ellas y una superioridad natural en él, que lo justifica. Es lo que pensaban los arios de los judíos, el Ku Klux Klan de los negros, el facha que mata a un indigente o a un marica, el policía que mató a George Floyd. No son seres humanos como yo: son infra-personas, aunque se trate de un sabio judío o de un atleta negro.
ESO YA ES FASCISMO PURO Y DURO, AUNQUE EL QUE LO PRACTICA NO LO SEPA.
Ser superior y tener poder, son condiciones que dejarían fuera a muchísima pobre gente que ni de lejos entraría en el círculo de los elegidos. Pero, de la misma manera que la religión nos convence de que podemos entrar en el reino de los cielos si somos buenos, también el fascismo convence a millones de personas de que pueden ser seres superiores y poderosos si son fascista: si creen una serie de cosas, actúan de una cierta manera, y se dejan guiar con fe ciega por un cierto líder.
Hay que reconocer que la ideología fascista es una red muy bien tramada de falseamiento de la historia, mitos, tradiciones, prejuicios, símbolos, camaradería cuartelera, sentimientos viscerales y grandes palabras de contenido ambiguo que pueden ser interpretadas de muchas maneras: patria, bandera, destino, gloria, dios, tradición, civilización, occidente…. Por eso atrapa a millones de mentes poco acostumbradas a razonar. El fascismo da las “soluciones” más simple a los problemas más complejos y consigue algo casi milagroso: que millones de personas que un día se sienten inferiores, miserables e impotentes, al día siguiente se sientan superiores, heroicas y dominadoras sólo por el hecho de pertenecer al selecto grupo de los fascistas españoles, alemanes o norteamericanos. ¡Qué no pagaría un psiquiatra por conseguir tal cosa!
En el caso concreto de asesinato de George Floyd está claro que para el policía blanco, negro o amarillo, adiestrado por la clase dominante en la ideología de la superioridad y el uso del poder, Floyd, además causar problemas por usar un billete falso, era un ser inferior y desvalido: a un negro rico o a un jeque árabe no le hubiese puesto la rodilla al cuello aunque lo hubiese cogido robando un banco –que es lo que suelen hacer-. A ese policía –y a los demás- apretar el cuello de Floyd le hacía sentirse parte del poder establecido, aunque sólo fuese como el perro guardián del capital. Eso es fascismo, aunque el policía no lo sepa. Si hubiese sabido que su papel era el de perro guardián de su patrón, si tuviese conciencia de ser un desgraciado, un miserable policía haciéndole el trabajo sucio al amo, seguramente no hubiese podido matar a uno de su clase: es más, no podría ser policía. Ese es el resultado de no tener conciencia de clase: no saber cuál es tu sitio y tu función en la sociedad y al lado de quién estás.
Ni allí ni aquí millones de personas han oído nunca aquello de “UNÍOS HERMANOS TRABAJADORES, VUESTRA FUERZA ESTÁ EN EL NÚMERO, LA ORGANIZACIÓN Y LA SOLIDARIDAD”. Y como no lo han oído, no lo saben. La conciencia no nace y crece sola, hay que sembrarla y cultivarla como hacen, muy bien por cierto, los curas o los fascistas; pero en cambio han dejado de hacerlo ya hace mucho los sindicatos y los partidos supuestamente obreros.
Claro que hay personas conscientes, que saben quién son, quién les miente, les roba y les reprime, y por qué. Claro que se manifiestan, claro que luchan. ¿Pero cuántos? ¿En que periódico, radio o TV se podría estar difundiendo este texto, aparte de en Radio Klara?
El vacío que en millones de trabajadores ha dejado la falta de conciencia de ser trabajador, lo está llenado ¡y de qué manera! la IDEOLOGÍA FASCISTA INCULCADA DESDE LA INFANCIA.
Así se explica que una “cosa” como Trump, mezcla de Mussolini y John Wayne, con la Biblia en una mano y el revolver en la otra, sea para millones –y no sólo de blancos- el representante de la ley y el orden. A su lado Hitler parecería un profesor de la Universidad. Allí tienen sus modelos… un Gary Cooper en “Sólo ante el peligro” ¿quién no lo recuerda?: hombre, blanco, heroico, bien plantado y con pistola… Más en peligro y más solos estaban los indios de las praderas y los negros de las plantaciones, pero estos ni se recuerdan ni sirven de modelos a nadie. De Cooper a Trump el modelo ha ido a peor pero en uno estaba ya el germen del otro. No es la gente la que se salva a sí misma, es el ser superior el que los va a salvar: sheriff, führer o caudillo.
Aquí nos han impuesto otros modelo: el Cid Campeador, Isabel la Católica y el caudillo Franco, nacidos para mandar e implacables en el uso de su fuerza contra toda clase de diferentes o rebeldes: moros, judíos, moriscos, Juan Luis Vives o Goya: todos expulsados, todos fuera… Y en tiempos muy recientes, asesinados dentro o exiliados fuera tuvieron que morir republicanos, demócratas, socialistas, anarquistas, comunistas, sindicalista, científicos, artistas o intelectuales –todos antifascistas, diferentes, rebeldes-… desde Machado a Companys, del minero asturiano al miliciano andaluz, del Dr. Peset, a Durruti o a Pau Casals, de la maestra gallega al tejedor de Alcoy, de María Zambrano a Margarita Xirgú, Luis Buñuel, Lorca o Juan Ramón Jiménez. Estos seres superiores, no por la sangre o la raza sino por su lucha o por sus obras, para los fascistas no eran más que “seres inferiores”. Un torero de postín es en cambio, para ellos –y para muchísimos españoles- un artista y un modelo de español.
Un asesinado en Minneapolis ha conmocionado al mundo. 6000 ancianos muertos en las condiciones más trágicas y tristes, solos y sin atención sanitaria en las residencias de la Comunidad de Madrid, de las cuales es responsable, aunque no quiera, el Gobierno de esa Comunidad, mandada ininterrumpidamente desde 1995 por el PP, no están moviendo a nadie y aún se está discutiendo quién tiene la culpa. Y no pasa nada.
Los mismos partidos que no soportan la memoria antifascista ni la apertura de las fosas donde están enterrados los muertos que “los suyos” mataron hace 80 años, porque dicen que “no hay que abrir viejas heridas”, han estado abriendo todos los días las tumbas recién cerradas de los muertos de la pandemia y arrojándolos obscenamente a la calle ante la opinión pública para acusar al otro, al diferente, al enemigo supuestamente rojo: el Gobierno de España.
La barbarie está ya aquí, nos han acostumbrado. A veces podríamos pensar que tenía razón Lucia Sánchez Saornil, poeta y luchadora anarquista, cuando se preguntaba: “¿Será verdad que la esperanza ha muerto?”
Pero ella lo dijo hace ya muchos años y muchos seguimos luchando sin perder la esperanza.
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