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Opinió

Democracia y derecho a decidir, valga la redundancia

Artículos Perecederos. Antonio Pérez Collado

En este intenso e interesado proceso de interpretación a que se están sometiendo determinados conceptos durante el procés catalá parece que todo vale con tal de que refuerce lo que cada bando quiere apostillar; poco importa que la reiterada aplicación sea parcial, tendenciosa o infrecuente en el vocabulario del personaje que intenta convencernos de que la razón está con los suyos y, de paso, dejar sin argumentos a la parte contraria.

Democracia es, sin lugar a dudas, una de las palabras o término más manoseados desde que se nos anunció que un nuevo Estado se gestaba a orillas de este Mediterráneo que cantara Serrat y llenaran de toallas y sombrillas los millones de turistas que se tuestan en sus playas cada verano. En efecto, al gobierno central le faltó tiempo para decir que esa posibilidad de salirse de España no está en la Constitución (la misma Carta Magna que sus políticas vienen pisoteando desde hace años) y que la amenaza de un referéndum para la independencia de Cataluña constituye el más grave ataque a la democracia vivido en este país de golpes de estado y represiones varias.

Desde el estado en ciernes tampoco se ha dudado en ampararse en esa democracia que igual vale para un roto que un descosido. Por si no eran suficientes razones la historia y la cultura ancestrales del pueblo catalán (tan mestizo como todos los pueblos de la península y donde los diez primeros apellidos van del García al Martínez, todo sea dicho) también se apeló de inmediato al atropello mortal a la democracia que supondría prohibir que la ciudadanía de la nación catalana ejerciera su irrenunciable derecho a decidir.

Y si ambas partes pueden escudarse en la observancia y hasta la exaltación de los valores democráticos para defender sus opuestas e irreconciliables posiciones, es que el sentido y los contenidos de la tan vapuleada y mancillada democracia han variado con el devenir de los tiempos y la involución de los gustos de quienes se ocupan de decirnos lo que tenemos que pensar, decir o hacer.

Si –como todo el mundo sabe- democracia, gobierno del pueblo, viene de la unión de los términos griegos demos (pueblo) y kratía (gobierno) lo más lógico es concluir –como así recoge la RAE- que se trata de una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. Por añadidura se entiende que en ese sistema son las personas las que proponen, debaten y acuerdan las cuestiones que afectan o puedan interesar a la colectividad. Así, parece más que evidente, en una democracia todos y cada uno de los ciudadanos tienen derecho a decidir; otra cosa es si la democracia se ha devaluado tanto que ha reducido ese derecho básico al de nombrar cada varios años a los costosos profesionales que van a pensar, opinar y decidir por toda la sociedad. En ese caso, que desgraciadamente es el caso que nos ocupa, estaríamos hablando no de la Democracia genuina y directa, sino de una democracia representativa.

Y en dicho escenario ya son los que nos representan y deciden en nuestro nombre los que nos dicen cuándo y qué podemos decidir. Ahora y concretamente en Cataluña se ha decidido desde arriba que se tiene todo el derecho del mundo a decidir la creación de un nuevo estado, pero ni en esas queridas tierras hermanas ni en ningún otro sitio llega el momento de que podamos ejercer el derecho a decidir si nos corresponde una vivienda digna, si nos merecemos un salario suficiente para vivir, si nuestra sanidad y nuestras escuelas seguirán siendo públicas y de calidad, si cortamos con la dinámica de destrucción de nuestro hábitat, si mejoramos el sistema público de pensiones o si fijamos entre todos unos ingresos mínimos y máximos para cada persona o núcleo familiar. Me detengo aquí, aunque la lista de cosas que tendríamos derecho a decir puede alargarse mucho más.

Y puesto a ejercer libremente mi derecho a decidir he decidido que no estoy, para nada, con los estados actuales o venideros; aunque vengan envueltos en la bandera republicana. Me interesa mucho más la libre federación de pueblos y gentes, la autogestión plena de todos los ámbitos de nuestras vidas.

Antonio Pérez Collado

Ateneo Libertario Al Margen

1 COMENTARIO

  1. Los argumentos contra el PROCÉS, están tan impregnados de la «caverna»que su música y olor suenan y huelen igual, y se lian mucho en su intento de diferenciarse,

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