La Veranda de Rafa Rius
Frente a la importancia sustantiva de los sustantivos, que suelen pasar por ser las únicas voces con sustancia, los adjetivos siempre parecen tener únicamente una presencia adjetiva, accesoria, marginal y en última instancia prescindible. Sin embargo, en bastantes ocasiones no es ni mucho menos así. Un ejemplo claro: últimamente oímos hablar con relativa frecuencia -aunque no todo lo que se debiera- de los problemas de las personas migrantes. Como sabemos, el término migrantes designa a los seres humanos que han tenido que abandonar por causas de fuerza mayor sus lugares de residencia para establecerse en otros nuevos. Pues bien, si lo designamos así, simplemente migrantes, el nombre no sólo resulta ambiguo, sino equívoco y en último extremo engañoso. Le falta un adjetivo fundamental desde el punto de vista semántico y cuando hablamos de gente con graves problemas, si tratamos de los más de sesenta millones de personas que deambulan perdidas o secuestradas por el ancho mundo, el adjetivo que mejor les cuadra es sin duda el de pobres, migrantes pobres. Si no, no se entiende. Un alto ejecutivo de empresa transnacional, un deportista de élite o simplemente alguien que posea unos centenares de miles de euros para adquirir una vivienda de lujo en el país de llegada, no van a tener ningún problema en obtener la nacionalidad, vayan donde vayan.
En los movimientos migratorios, los problemas, como de costumbre, sólo los tienen los pobres. En un primer término, las dificultades de integración, no son tanto de orden ideológico o sociológico como de orden económico, como no podía ser de otra forma en un contexto capitalista. De hecho, incluso en los Estados con unas políticas de xenofobia más exacerbada, que mantienen a los migrantes pobres recluidos en denigrantes campos de concentración sin ningún motivo que lo justifique y saltando por encima de todos los tratados internacionales al respecto, no dudan en recibir alborozados, con los brazos abiertos, a un inversor extranjero o a unos futbolistas forasteros que refuercen el carácter vencedor de sus equipos.
Así que, dejémonos de pamplinas, dejemos de hablar de modo genérico de migración y llamemos a las cosas por su nombre. Hablemos de pobreza, de militarismo, de fanatismo religioso, de explotación capitalista… y del resto de Leviatanes que se esconden tras los movimientos migratorios de las personas que no viajan precisamente por turismo ni por “movilidad exterior” que diría nuestra impresentable Ministra de Trabajo. Si queremos comprender para transformar, no caigamos en la trampa de los sustantivos genéricos y adjetivemos adecuadamente: migrantes explotados, marginados, desposeídos, expulsados; en definitiva: pobres.
Como podemos comprender, los pobres adjetivos pobres, también son Importantes, también tienen sustancia.
Cierto lo que dice el artículo.
No me parece acertada la expresión «contexto capitalista»; me parece que sería tan errónea o equívoca como si, por ejemplo, en la Alemania del año 1940 dijésemos «contexto de Hitler».
Lo que quiero decir es que si los adjetivos cobran cada día más importancia (yo hace muchos años que adjetivo a mansalva) es porque a cada segundo que pasa pareciera que los significados de los conceptos y la sustancia de los sustantivos estuviera siendo deliberadamente destruidos, degenerados, malversados, confundidos, etc.
Un adjetivo, generalmente, se sabe lo que quiere decir; no sucede igual con sustantivos o conceptos que, REPITO, son asesinados a cada segundo.
Hasta el propio George Orwell en su libro 1984 ya recalcaba todo esto del lenguaje hasta la saciedad.
Y como la imbecilidad o la estupidez no pueden ser acotadas o limitadas, se puede observar que las personas humanas no se privan de hablar de sustantivos o conceptos de los que no tienen ni idea, por ejemplo.
Saludos.