Miguel Hernández Alepuz
Gandesa tiene un aspecto rural, a pesar de ser capital de la comarca Terra Alta. El viajero llega cuando es la hora de comer y ya no es momento para pasear por su casco histórico. Es 9 de octubre, fiesta de su comunidad autónoma, y por eso ha aprovechado el puente para visitar estas tierras atormentadas. Escoge la terraza de un bar sencillo ubicado en la Plaza del Comercio, desde donde se puede ver que desemboca una calle muy estrecha llamada acertadamente “sense sol”. Atiende un cubano al que se le notan las ganas de hablar, y cuando averigua que el motivo de la visita es la Batalla del Ebro recomienda ir al museo y hablar con quien trabaja allí, una mujer rusa. Si estuviéramos en los años de la Guerra Fría todo esto resultaría muy sospechoso.
Tras la comida el paseo lleva, como en todos los pueblos, a la iglesia y el ayuntamiento, pero también a una Casa del Inquisidor, a algunas casas señoriales y a una cooperativa de vinos cuyo edificio modernista construyó un discípulo de Gaudí. Por todas partes aparece el escudo de la villa en el que campea un guante en recuerdo de la “Farsa de Gandesa”. El museo cierra pronto y no es gratuito, así que ya no vale la pena entrar, aunque servirá para hacer acopio de unos folletos que, junto con artículos y libros que ya se llevan en el equipaje, se utilizarán para preparar el ataque de los días siguientes a los espacios de la Batalla del Ebro.
En la primavera de 1938 los sediciosos, tras su victoria en la batalla de Teruel y su ofensiva sobre Aragón, habían alcanzado el Mediterráneo por Vinaroz, dividiendo así en dos a la zona republicana. Los líderes de ambos bandos, por razones diferentes, deseaban prolongar la guerra. Franco, en contra de la opinión de otros generales y de sus aliados Hitler y Mussolini, impuso su estrategia de una guerra de desgaste, de enfrentamiento directo aunque costara muchas vidas por ambos bandos, porque su objetivo no era ganar la guerra lo más rápidamente posible sino la destrucción del Ejército Popular y el exterminio del enemigo. Por su parte, Negrín pensaba que la guerra europea era inminente y que Inglaterra y Francia pararían los pies al expansionismo nazi y formarían un frente común con la amenazada República Española. Los militares del bando gubernamental decidieron tomar la iniciativa y diseñaron una gran ofensiva para cruzar el Ebro y tomar Gandesa. Se pondrían en juego una inmensa cantidad de soldados y de medios para tomar por sorpresa al enemigo. Además de lograr que se prolongara la guerra por un tiempo quizá decisivo, se salvaría Valencia, primer puerto de la zona, de gran riqueza agrícola y con una potente industria siderúrgica en Sagunto. Si todo iba bien, incluso se podrían volver a unir las dos partes ahora separadas. La Batalla del Ebro fue la mayor que jamás haya ocurrido en el territorio peninsular. Casi 200.000 soldados se enfrentaron en una gigantesca carnicería, con 60 km. de frente de Amposta a Mequinenza. El efecto sorpresa se consiguió, pues en cuatro días se tomó un territorio que al enemigo le costaría casi cuatro meses recuperar, pero su resultado marcó el fin de la guerra y de la Segunda República.
El viajero no es aficionado a la historia militar, ni se le alcanzan los tecnicismos sobre armamento, ni suele disfrutar con las hazañas bélicas. Piensa que las guerras son un fracaso de la inteligencia y que, aunque nos las suelan vender como una oportunidad para el heroísmo y la gloria, en realidad sus ingredientes principales son el odio, el sufrimiento y la muerte. Ello no impide que valga la pena acercarse a este acontecimiento tan importante con mirada crítica y con el deseo de aprender del pasado.
Corbera está a solo 4 km. de Gandesa y, aunque el viajero ya sabe lo que va a ver, la realidad le sobrepasa. El pueblo fue tan machacado por los bombardeos y la metralla que una vez acabada la guerra no valió la pena reconstruirlo y sus supervivientes decidieron bajar la loma de la Muntera sobre la que estaba emplazado y levantar otro junto a él, dejando así testimonio de la barbarie. Al “poble vell” se accede por la calle del doctor Ferrán, hijo de la villa y descubridor de la vacuna contra la rabia. Allí se puede encontrar un monumento a los Brigadistas Internacionales. Las cinco columnas de hierro simbolizan los cinco continentes de los que eran originarios estos hombres y mujeres valientes que dejaron su casa, su familia y en muchos casos su vida, para luchar contra el fascismo.
El “poble vell” de Corbera d’Ebre es un pueblo fantasma por el que estremece pasear. El silencio solo se ve alterado por el sonido del viento al golpear en las montañas de cascotes y por el graznar de los cuervos en el cielo. Hasta ese verano de 1938, Corbera era solo un tranquilo pueblo agrícola. Ahora es un escenario perfecto para entender los desastres de la guerra, de cualquier guerra. La casa de la foto tiene grabado en la piedra sobre la puerta el año 1934. Quién le iba a decir a su propietario que apenas cuatro años después su casa y todas las de su pueblo, serían ametralladas y bombardeadas.
En el pueblo nuevo encontramos el Centre d’Interpretació 115 días, en referencia a los días que duró la Batalla del Ebro. Este Centre, junto con otros cuatro más, forma parte de una red creada por la Generalitat de Catalunya. En esta red no se integra el de Gandesa, llamado Centre d’Estudis Batalla de l’Ebre (CEBE), creado por un grupo de estudiosos y coleccionistas particulares. Estos Centros de Interpretación son espacios reducidos pero bien aprovechados donde prima la finalidad didáctica. Cada uno de ellos se ha especializado en un aspecto de la Batalla. El de Corbera es muy adecuado para iniciarse ya que ofrece una visión de conjunto. Se recrean no solo escenas bélicas como la vida en las trincheras o el paso del río, sino también de la vida cotidiana de la comarca antes de la catástrofe. Hay armamento, vestuario, insignias, banderas, panfletos propagandísticos, periódicos de la época, audiovisuales, etc. A la entrada se pueden adquirir artículos de merchandising y cuando el viajero llegó también se encontró una mini exposición temporal e itinerante de la Batalla de Normandía. El audiovisual más importante recoge testimonios de supervivientes de la zona, entonces niños y hoy ya ancianos. Un solo dato puede dar idea de la magnitud del desastre. Un anciano recuerda el hambre de la postguerra y dice que su familia pudo sobrevivir durante cuatro años gracias a la venta de armamento y material de todo tipo de la Batalla que buscaban por los campos y los montes, y que vendían a chatarreros locales.
El siguiente destino es estremecedor. Se trata del Memorial de la Batalla del Ebro, situado en Camposines. Este cruce de caminos estratégico estuvo en poder de los republicanos desde la mañana del primer día, el 25 de julio, hasta cinco días antes de la retirada, el 11 de noviembre, a pesar de los duros ataques del bando sedicioso. Durante la Edad Media era un pequeño poblado junto a una ermita; ahora solo queda la ermita, unas ruinas y este Memorial. El espacio incluye un osario restringido al público donde se irán colocando los restos de las víctimas que actualmente siguen apareciendo. Fémures y calaveras se asoman al realizar tareas agrícolas o instalar plataformas eólicas. La mayoría de los que van apareciendo son o bien soldados del bando republicano o civiles de la zona, ya que el bando vencedor solo se preocupó de recoger a sus muertos. En un principio se colocaron placas doradas con los nombres de las víctimas conocidas por orden alfabético. De los aproximadamente 20.000 muertos de la Batalla del Ebro, en el Memorial de Camposines se pudo poner nombre y apellidos a 1.145 en 2010. Pero cada año hay que ir colocando una nueva placa, a razón de 30 ó 40 nombres por año.
Con el ánimo todavía encogido, el viajero se encamina hacia sus primeras trincheras, en realidad una pequeña posición de retaguardia en la red de protección del pueblo de Fatarella. Además de la línea en zigzag de la trinchera, con el fin de facilitar su defensa, se puede apreciar un refugio utilizado como lugar de resguardo o también destinado a dormir.
El Centre d’Interpretació de La Fatarella está dedicado a los Internacionales en el Ebro, pero seguramente debido a los recortes en personal, los centros se abren en fines de semana alternos y éste no toca. Así que es momento de reponer fuerzas en la mesa y seguir el camino.
El siguiente lugar es el Campamento del XV Cuerpo del Ejército. Fue un espacio destinado a la atención de heridos, tareas de intendencia y control de la zona, pero sobre todo jugó un papel fundamental en la planificación de la retirada ordenada al final de la batalla, lo que permitió salvar miles de vidas. Actualmente se puede ver desde él la central nuclear de Ascó.
Llegamos al lugar donde ocurrió la escaramuza más dolorosa para el bando rebelde. Sus víctimas fueron los integrantes un batallón carlista, curiosamente el único cuerpo armado integrado únicamente por catalanes, los requetés del Tercio de Monserrat. Recibieron la orden de asaltar la posición Targa, cota 481, frente a Cuatro Caminos. La mala coordinación y la falta de medios ocasionaron el mayor sacrificio humano sufrido por una unidad de combate en el frente. El tercio catalán perdió el 75% de sus integrantes, entre muertos y heridos. Al anochecer de ese 19 de agosto los soldados republicanos, conscientes del gran daño ocasionado al Tercio, ofrecieron de viva voz que no serían atacados durante la recogida de muertos y heridos y así se hizo. Actualmente, es lugar de peregrinación para los carlistas catalanes y españoles.
La última visita del día, antes de que la luz se vaya del todo, es el lugar conocido como Els Barrancs, en el término de Villalba dels Arcs. Se trata de una línea de trincheras de más de 700 metros de la que se conservan buena parte de sus elementos originales, como los pozos de tirador, los refugios y barracas y las líneas de evacuación. Este sector fue inactivo durante buena parte de la Batalla, y cuando llegó la hora de la retirada fueron abandonadas estas posiciones sin luchar, de ahí seguramente su buen estado de conservación.
El 11 de octubre comienza con la visita a otro lugar de peregrinación fascista, el Coll del Moro. Se sitúa cerca de un gran yacimiento ibero de igual nombre, y la coincidencia del emplazamiento no es casual, ya que desde ese lugar se dominan muchos kilómetros a la redonda. Aquí situaron su observatorio en septiembre de ese año los integrantes del Alto Mando del bando insurrecto, y aquí fue donde se tomó la fotografía más famosa de Franco durante toda la Guerra Civil. Muy cerca se construyeron unos refugios unipersonales destinados a protegerlos del posible bombardeo de la aviación republicana. El monumento actual fue mandado construir por Franco como un acto de memoria y propaganda. El 18 de julio de 2013 la Fundación Nacional Francisco Franco visitó el lugar con un sacerdote, que pronunció unas palabras, suponemos que impasible el ademán, y posteriormente celebraron una comida de hermandad en Gandesa.
Y de un punto estratégico a otro que no lo fue menos, ya que se trató del más elevado de la zona, la cota 705, en la Sierra de Pàndols. Allí se produjeron algunos de los más crueles combates de la Batalla del Ebro, sobre todo del 9 al 19 de agosto. Solo en esos 10 días murieron 40.000 personas de los dos bandos. Con un calor insoportable, sin agua y con pocos alimentos, los soldados republicanos protagonizaron una dura resistencia contra el ejército franquista. La pérdida de la Punta Alta, como también se la conoce, no supuso la expulsión de las tropas republicanas, que resistieron en la sierra nada menos que hasta el 11 de noviembre.
Los supervivientes de la Quinta del Biberón levantaron en 1989 un Monumento a la Paz, y cada 25 de julio se reúnen en él los “biberones” que van quedando. Eran de la quinta de 1941, pero fueron movilizados el 12 de abril de 1938, es decir, tenían entre 17 y 18 años cuando fueron a la guerra.
El siguiente objetivo es el pueblo de Flix, nombre que proviene del latín “flexus”, en referencia al meandro que realiza allí el Ebro, el mayor de todo su recorrido. En Flix se situaba la industria química más antigua en el Estado español, creada por unos alemanes. Este motivo era suficiente para convertirlo en un objetivo de los bombardeos del bando sedicioso y por tanto de que se construyeran varios refugios antiaéreos.
El viajero proviene de una ciudad donde hay localizados 258 refugios antiaéreos, con capacidad para más de 40.000 personas, y sin embargo ni uno solo de ellos es visitable, ni con fines turísticos, ni documentales, ni sociales, ni culturales, a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades españolas o europeas. Una ciudad que fue capital de la República del 6 de noviembre de 1936 al 31 de octubre de 1937, que fue la sede del 2º Congreso de Intelectuales Antifascistas, donde se pasearon Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Octavio Paz, André Malraux o Nicolás Guillén, y donde nada o casi nada recuerda estos hechos históricos. Todo ello no es casual, claro, ya que obedece a un intento deliberado de ocultar el patrimonio y ahondar en el olvido. Una ciudad, en definitiva, donde el callejero sigue reflejando quien ganó la guerra y quien la perdió.
Y hablando de derrotas, el propio Flix y el siguiente pueblo, Ribarroja de l’Ebre, fueron los últimos puntos, la noche del 15 al 16 de noviembre, por los que pasó el ejército republicano en su retirada. Una vez pasaron todos los soldados y los vehículos, los puentes fueron dinamitados.
Antes de que el día acabe, todavía da tiempo de ver más trincheras, esta vez con unas vistas extraordinarias sobre el río Ebro, en la Punta del Duc.
El último día el viajero visita el Centre d’Interpretació de Pinell de Brai, especializado en las “Veus del front”. Allí se incluye material sobre la prensa de la época, nacional e internacional, la propaganda, las consignas de los comisarios políticos y de los capellanes, los panfletos que uno y otro bando arrojaban a los suyos y al enemigo, las canciones, las cartas privadas que enviaban y recibían los soldados, etc. Un espacio museístico que, sin duda, merece la pena visitar. En un espacio que simula un búnker, de altura muy reducida y con una escenografía adecuada a la situación, se pueden oír mensajes militares originales y el ruido que las bombas hacían al caer y al explotar.
Al salir se pueden visitar, por libre o mediante una visita guiada, las “cases caigudes”, una zona del pueblo que acogía los servicios de intendencia, sanidad y descanso de la retaguardia republicana y que por tanto se convirtió en objetivo prioritario de la aviación y la artillería facciosa. Actualmente, son un ejemplo, otro más, de cómo quedaron las viviendas civiles tras el paso de la guerra por ellas.
De vuelta a Gandesa, el viajero no puede olvidarse de su museo. Además de un rico muestrario de armas, insignias militares, objetos cotidianos y un largo etcétera, hay dos escenografías, una de un equipamiento sanitario durante la batalla, y otra de una trinchera, incluida sus ametralladoras. Además, hay un audiovisual donde se recogen testimonios de supervivientes y otro que en realidad son cuatro superpuestos sobre una maqueta de la comarca, pero este último estaba estropeado. Particularmente interesantes resultan los panfletos originales de ambos bandos que llaman a la desmovilización o lo contrario según proceda. Los del bando franquista pidiendo a los soldados enemigos que se entregaran y ofreciendo un buen trato resultan particularmente repugnantes para todo aquel que conozca la salvaje represión de la postguerra contra todo aquel que no comulgara con las ideas del Nuevo Estado.
Tras la comida, y ya de vuelta a casa, solo resta visitar el aeródromo de La Cenia, pueblo fronterizo entre Tarragona y Castellón. En 1937 la Aviación Republicana construyó este aeródromo, pero al año siguiente pasó a manos del enemigo, convirtiéndose en la base de operaciones más importante para la Legión Cóndor alemana en la Campaña de Levante y en la Batalla del Ebro. Los pilotos alemanes experimentaron nuevas tácticas de combate y nuevos aparatos, y enviaban de todo ello informes a Alemania. El aeródromo incluía tres pistas de despegue, un refugio antiaéreo, la casa de mandos y otras instalaciones. El museo estaba cerrado y solo se pudo leer los letreros exteriores y apreciar el edificio y el entorno.
Los cálculos del gobierno de la República salieron mal por culpa de la estupidez y la cobardía de los gobiernos francés y británico. Los acuerdos de Munich, firmados el 30 de septiembre, supusieron la incorporación a Alemania de los Sudetes, pertenecientes a Checoslovaquia, con el argumento de que la mayor parte de su población era de habla alemana. Gran Bretaña y Francia cedían a las presiones alemanas y abandonaban a su aliado checo, pensando que así se evitaba la guerra. De paso, condenaban a la República Española. Lejos de calmar al monstruo, lo alimentaban. La Guerra Civil acabó el 1 de abril y justo cinco meses después comenzaba la II Guerra Mundial.
Las tierras del Ebro han sabido recuperar su memoria, pero ello no han sido la norma sino la excepción en el ámbito del Estado español. La Guerra Civil generó un patrimonio histórico que ha padecido una prolongada ignorancia oficial, fruto seguramente de la manera en que se realizó la “Transición”. Se han perdido muchos años, pero para algunas actuaciones e iniciativas todavía se está a tiempo. No sería justo que tanto sufrimiento quedara sin más en el olvido.