El dedo en el ojo. Félix García Moriyón
Habían anunciado hace tiempo que pensaban convocar la consulta aunque el Tribunal Constitucional decidiera que era ilegal. Hace ya algún tiempo que Artur Mas aclaró que no se iba a celebrar la consulta con un dictamen en contra de dicho tribunal, pero Esquerra Republicana mantuvo la a inicial y apeló a la desobediencia civil, recurriendo al prestigio moral de Luther King para avalar su posición. Poco antes, Pablo Echenique, eurodiputado de Podemos, fue claro: «Cuando una ley es injusta, la desobediencia civil es una vía muy legítima y digna, especialmente si se hace de manera pacífica».
Tenemos, por tanto, una propuesta de desobediencia civil, pero en este caso auspiciada por personas que ocupan cargos institucionales en virtud de las leyes que van a prohibir supuestamente la consulta. Echenique señala bien el fondo del asunto: ante las leyes injustas, solo cabe la desobediencia. Eso sí, la propuesta política de la desobediencia civil es justa solo si se hace de forma pacífica, ignorando, al parecer, que solo se puede hacer pacíficamente. Es una forma de resistencia no violenta que busca la deslegitimación de las leyes injustas y de las autoridades que se encarga de hacer cumplir esas leyes.
Quizá los primeros que la aplicaron con contundencia fueron los cristianos en su enfrentamiento con el Imperio Romano. El caso de Mauricio y la Legión Tebana, aunque legendario y con insegura base histórica, muestra bien el fondo del planteamiento: no se obedece una ley considerada moralmente injusta y se asumen las consecuencias de haberla infringido, incluida la pena de muerte. Cumple los requisitos que definen la desobediencia civil: busca un cambio social (la desaparición de unas leyes), actúa por motivos morales, lo hace de manera pública y abierta, no recurre a la violencia y asume el coste que esa actitud supone.
La propuesta se convierte en núcleo de los programas políticos de algunos movimientos sociales y políticos en el siglo XIX, con la obra de Thoreau, Desobediencia Civil, como declaración inicial de intenciones. Adquiere plena madurez y repercusión social y política con Gandhi en su enfrentamiento con la dominación inglesa en la India y con Luther King en el movimiento por los derechos sociales en Estados Unidos. Hay otros ejemplos muy valiosos, pero bastan esos dos. Desde entonces ha adquirido cierto prestigio y ha puesto de manifiesto que puede ser una estrategia eficiente y eficaz en la lucha por la transformación radical de la sociedad, es decir, una transformación que apunta a las raíces de las relaciones de poder que sustentan regímenes (parcial o totalmente) injustos, por tanto (total o parcialmente) ilegítimos.
No dudo de su validez. Es más, vinculada a la acción directa, a la que da forma adecuada, constituye la propuesta posiblemente más coherente con ese deseo de cambio social. Así es porque exige un elevado compromiso moral y una fuerte conciencia de la injusticia existente y de la necesidad de un cambio fundamental; busca además medios coherentes con el fin buscado, destacando que una causa noble nunca justifica una actuación innoble; y hace presente ya, aquí y ahora, el tipo de relaciones sociales que se están proponiendo. Una corriente importante del anarquismo, entre la que podríamos poner a Tolstoi y en España a Ricardo Mella, apostó por este tipo de actuación política, aunque no fue compartida por la gran mayoría del movimiento anarquista, más dispuesto a utilizar la violencia entendida claro está como legítima defensa.
En movimientos sociales como el 15-M y en diversas movilizaciones para hacer frente a las profundas injusticias legales que se han cometido durante los últimos años, la desobediencia civil ha jugado un papel importante. El lema de tomar las calles ejemplificaba una manera de provocar un cambio real en la sociedad. La actuación del SAT, asaltando un supermercado, constituyó una buena prueba de esa combinación de desobediencia civil y acción directa, como lo fue hace años el atentado contra la presa de Itoiz; lo mismo podemos decir de la Plataforma contra los Desahucios, sin olvidar la objeción fiscal y el papel tan importante que desempeñó el MOC en los años sesenta y setenta del pasado siglo para acabar con el servicio militar obligatorio. La no violencia activa, plasmada en desobediencia civil, fue esencial en las primeras manifestaciones de la llamada primavera árabe, si bien casi todas ellas han dado paso a formas mucho menos pacíficas de enfrentamiento.
Volvamos por tanto a la pregunta que da título a estas reflexiones: ¿pueden los cargos políticos elegidos desobedecer las leyes por las que han sido elegidos? Fácticamente pueden, al menos proponerlo y eso están haciendo. Lo que no está tan claro es que sea una propuesta coherente con su condición. De alguna manera siegan la hierba que pisan, lo que les hace perder la razón de ser de su opción política personal.
Recordemos el caso de Gandhi. Acusado por las autoridades inglesas, fue a juicio. No admitió abogado y se lo dejó claro al juez: solo tenía dos opciones, o bien hacer cumplir la ley y condenarle, o bien reconocer la legitimidad moral de su comportamiento y bajarse a hacerle compañía en el banco de los acusados. El juez, claro está le condenó y Gandhi fue a la cárcel.
Eso convierte la propuesta en una posible contradicción. Si optas por participar en el sistema parlamentario, parece que se sigue necesariamente que vas a cumplir las reglas del juego. No hay cabida para la desobediencia, salvo que hagas lo que Gandhi: asumo las consecuencias, acepto ser juzgado y condenado, lo que posiblemente incluya la inhabilitación política. Es decir, el abandono del cargo. No creo que los de Esquerra, políticos profesionales desde hace tiempo, quizá miembros de la denostada casta política, estén dispuestos a eso. Podemos constituye una experiencia en principio novedosa y quizá su deseo de romper con la casta política desde dentro les lleve a encontrar formas imaginativas de lucha social, incluso desobedecer las leyes que ellos mismos se han comprometido a elaborar, defender y hacer cumplir. Está por ver.
Curioso. Que un gobernante proponga la desobediencia civil es curioso, sí. Pero bueno, ciertamente me importa un ardite que esto sea contradictorio en mayor o menor medida.
En cualquier caso, lo suyo es cogerle la palabra a esa opción de desobedecer civilmente y ponerlo en práctica.
Pero en fin, todo esto, como casi todo, es vacía y ridícula palabrería, hipocresía gigantesca, feroz individualismo, fobia hacia todo lo que no sea el ombligo particular de cada uno, etc.
Con toda esta basura digerida, aprendida, hecha costumbre, hecha Ley, etc………, muchísimo me temo que todavía han de pasar y suceder muchos DESAPRENDIZAJES DE TODOS ESTOS APRENDIZAJES TAN IMBECILIZANTES Y CUANTOS MÁS NOMBRES QUERAMOS PONERLES DE ESTE TIPO. Es decir, que por mucho que se diga, se argumente, se exponga, se planifique, etc., al final de todo quedará en prácticamente nada, un eructo, un rebuzno, un comportamiento antisocial-cínico-hipócrita-ombliguero, etc.
Falta mucho por DESAPRENDER, queridos amigos.
Hasta entonces nos seguirá comiendo la mierda, los vendidos, los falsos, los trepas, los estómagos perrunos agradecidos, los criminales de todo tipo, la criminalidad hecha ley, etc.
De alguna manera, el hecho de que una persona con cargo político proponga (y practique) la desobediència civil sería equivalente a que lo haga una persona que trabaja de funcionaria: estan contrariando unas normas legales que se han comprometido a cumplir y hacer cumplir.
Ese marco normativo que han aceptado es complejo, y las personas que trabajan dentro de él pueden decidir en un momento dado que se ha convertido (total o parcialmente) en ilegítimo, por ejemplo porque la sociedad muestra un desacuerdo mayoritario y propone cambios. En ese caso, no veo contradicción en que la persona con cargo político o la persona que trabaja de funcionaria, decidan desobedecer una norma de forma pública y no violenta, buscando ese cambio hacia una situación más justa. Recordemos que uno de los objetivos, implícitos o explícitos, de estos trabajos es «servir a la sociedad».
Aplaudo pués, al bombero que se niega a romper una puerta en un deshaucio, a la funcionaria de hacienda que se niega a aceptar una orden de la superioridad para beneficiar fiscalmente a una gran empresa, a la alcaldesa que propone cortar el paso por su municipio a los camiones que transportan armamento,….
Cierto es que un funcionario puede poner en práctica la desobediencia civil, pero posiblemente no es lo mismo un funcionario que un represenante electo. En este caso, no tengo nada claro que sea creíble que Oriol Junqueras y otros como él vayan a asumir esas consecuencias. Por otra parte, si pretende sacar las urnas a la calle y que se vote, desobedeciendo una posible prohibicón, supongo que terminará siendo un acto de consecuencias poco presisibles.