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Opinió

Un fantasma recorre Europa

El Vaivén de Rafael Cid

rafaelcid1“Si pudieran curarse /
ciertos humanos /
del vicio de apropiarse /
de sus paisanos…”
(A contratiempo.  Chicho Sánchez Ferlosio)

Un fantasma recorre Europa: el ultranacionalismo. Grecia, Noruega, Alemania, Austria, en sus últimas convocatorias electorales han arrojado un inquietante apoyo social a los partidos de corte xenófobo. El ciclo se inició hace años en el país heleno con la entrada en su parlamento del grupo Amanecer Dorado, de clara simbología y expresividad neonazi, y últimamente otras formaciones afines ideológicamente han obtenido notables resultados en los comicios celebrados en varias naciones de la Unión Europea. En Alemania, la formación Alternativa para Alemania ha estado a punto de superar el límite legal y entrar en el Bundestag, y en la vecina Austria el Partido de la Libertad se ha situado en tercer lugar a muy poco distancia del Partido Socialdemócrata y del Partido Popular, que hasta ahora han gobernado el país mediante una gran coalición. Una ofensiva ultra que en nada reduce la reciente detención de los líderes de Amanecer Durado por las autoridades griegas por su presunta implicación en el asesinato de un rapero antifascista.

¿Significa esto que el nazi-fascismo vuelve por sus fueros? Asumir esa valoración sería desenfocar el problema y recurrir a fórmulas añejas para analizar problemas de hoy que poco tienen en común con las circunstancias en que se desarrolló el fenómeno ultranacionalista a mediados del siglo XX. En realidad la crecida de estos partidos en respaldo social se debe, en buena medida, a que estas fuerzas políticas han sabido presentarse ante la población más golpeada por la crisis como los únicos grupos opuestos a las políticas de austeridad impuestas por al Troika. Ese vacío en el terreno de juego político, y no su concreta adscripción ideológica xenófoba, es lo que ha primado en el criterio de mucha gente a la hora de darles su confianza en las urnas.

Y es ahí donde hay que indagar sobre las raíces del fenómeno que parece devolvernos al pasado en un contexto del todo diferente. Hay una lógica en este teórico resurgimiento de la extrema derecha que tiene que ver con el monopolio asfixiante que la derecha tradicional y izquierda institucional han hecho del espacio político durante muchos años. Compromiso con el sistema dominante que al estallar la crisis ha sido visto como una traición por los sectores sociales más vulnerables. Tanto conservadores como socialdemócratas se han inmolado en el reparto del poder turnándose en su gestión en una trayectoria que a la larga ha servido para supeditar las demandas populares a sus propias estrategias como “multinacionales electorales”. De esta forma, cuando llegó la recesión ambas opciones se han revelado como los defensores a ultranza de los intereses del neoliberalismo, dando la espalda a las necesidades de sus afiliados, simpatizantes y representados.

Además, el rodillo neoliberal ha pecado de exceso de confianza en sus capacidades taumatúrgicas. Fiados de que el control ejercido sobre buena parte de las instituciones sociales, conformadas a imagen y semejanza de sus intereses (desde los tribunales a los medios de comunicación), les blindaban ante cualquier eventualidad, han menospreciado los signos de malestar y de revuelta que la crisis económica estaba provocando abriendo a sus pies un foso de descrédito social. Incluso en un primer momento cometieron la imprudencia, fruto de su secular prepotencia, de creer que una cierta dosis de “grupos fachas” vociferando aquí y allá podría servir para hacer que el miedo sofocara esas incipientes protestas ciudadanas y reconducirlas de nuevo al redil del sistema. Ahora se ve que estos exorcistas de fin de semana jugaron con fuego y por eso se han atropellado improvisando una operación de ilegalización de facto de Amanecer Dorado ante la eventualidad de que en las europeas de mayo de 2014 los ultras logren un buen pellizco.

Pillados en su propio laberinto que, por un lado, le hacia necesitar el soporte legal de los votantes cada cuatro años y ,por otro, mantener intacta su fidelidad al neoliberalismo rampante, el ala socialdemócrata de la trama optó por la fuga hacia adelante asumiendo a cámara lenta el discurso y el programa de sus antiguos competidores. Con ello pretendía no perder pie ante un cuerpo electoral cada vez más derechizado y pasivo por la influencia de la cultura política dominante apesebrada en los medios de comunicación e institucionales. En ese camino de ida perdió las pocas plumas que le quedaban de sus señas de identidad y se mimetizaron con la derecha. Ahí es donde entran aberraciones políticas como que el líder del SPD alemán proclamara antes de las elecciones que en ningún caso pactaría con la izquierda o que el gobierno socialista de Hollande amplíe y profundice la política racista de expulsión de los gitanos rumanos que inicio el halcón Sakozy.

Al respecto, conviene recordar que las bases estratégicas de esta involución vienen de lejos, de cuando el demócrata Bill Clintón derogó la legislación (Ley Glass-Steagall) que abrió el camino a la desregulación financiera, y de la puesta en marcha de la famosa Agenda 2010 por el canciller socialdemócrata Gerard Schröder en el año 2003, piedra angular de la regresión social y salarial en que se basan las actuales políticas de austeridad perpetradas por la Troika y los gobiernos cómplices. Precisamente en estos momentos, y quizás como lógica culminación de este viaje a ninguna parte, la Internacional Socialdemócrata se encuentra envuelta en una graves crisis ante la pretensión de algunos de sus miembros liderados por el SPD alemán de refundarla como Alianza Progresista, dando entrada a formaciones “no socialistas”.

El problema de la extinción del pluralismo político, en el marco del debate ideológico entre contrarios, ha sido estudiado por la politóloga Chantal Mouffe, quien advirtió de los riesgos que entraña esa clonación al dejar campo libre para la aparición de opciones populistas. En su libro “La paradoja democrática” analiza el “consenso centrista” y culpa a la izquierda de abandonar su misión de crítica al sistema devaluando la democracia como un simple simulacro. Lo que pasa es que los grupos xenófobos que hoy han surgido al calor de la crisis no son experiencias marginales, sino partidos legales con creciente apoyo social que utilizan la vía electoral para hacerse con influencia y poder.

Así que no estamos ante un súbito rapto de conciencia por el cual sectores de población hasta ahora acomodados en el sistema pierden el norte y se ponen en manos de alocados grupos de extrema derecha. Ni tampoco es válido el manido supuesto que atribuye este presunto renazimiento a una estrategia de las clases dirigentes para contener posibles desbordamientos sociales, sobre todo cuando la recesión económica empieza a ceder. No hay Plan B oculto. Es más sencillo, nos encontramos ante la capitalización por grupos ultranacionalistas opuestos a la Unión Europea de la desesperación que ha desatado en amplias capas de la población la barbarie de la crisis.

Es un fenómeno de perversión política, no una conspiración diabólica ni un episodio de locura colectiva. Y por lo tanto tiene arreglo. Se combate con conciencia social, movilización ciudadana, solidaridad desde la base, libertad sin exclusiones, participación política y un ejercicio de democracia directa y participativa insobornable. Ni fantasmas ni exorcistas. Mas 15-M, más plataformas, más mareas, más movimientos sociales, más primaveras antisistema consecuentes y responsables. Y mucha, mucha, dinamita cerebral.

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