La Veranda de Rafa Rius
Algunos significados miembros (con perdón) de la Asociación de Vecinos del barrio de Velluters en Valencia, andan estos días enérgicamente soliviantados con el azote de la prostitución callejera que afea las históricas calles de su barrio y hace decrecer aún más si cabe los márgenes de beneficio inmobiliario de sus viviendas. Alegan en sus proclamas –no son demasiado originales- la inseguridad ciudadana, la suciedad, la insalubridad, la presencia de camellos y proxenetas y el mal ejemplo que todo ello supone para los niños del barrio.
No he visto en cambio que se hayan parado demasiado a pensar en la situación en que están las empleadas púbicas –que también son públicas a tenor de su trabajo, aunque no les hayan quitado la paga de Navidad porque nunca la han tenido.
Las tradicionales industrias artesanales de la seda y el terciopelo -Velluters: terciopelistas- presentes en la zona desde los gremios medievales, a lo largo del siglo XIX se fueron perdiendo. El barrio se fue despoblando de artesanos y en él se fue instalando población marginal, aprovechando la degradación inmobiliaria y los bajos precios subsiguientes. Dentro de ese lumpen, cobró especial importancia la presencia de prostitutas favorecida por el carácter recoleto de sus callejuelas, su situación céntrica y su proximidad a la estación ferroviaria, por la que llegaban a la ciudad gran parte de los clientes de los pueblos cercanos que aprovechaban su visita a la capital para hacer una escapada a lo que se empezó a conocer como Barrio Chino.
Dejando para otra ocasión la polémica acerca de la prostitución, habrá que aceptar en cualquier caso que es una realidad social problemática que habría que afrontar de cara, con todas sus implicaciones, y no barrerla bajo la alfombra, como tantas veces se ha hecho.
Después de casi doscientos años de su ubicación, habría que establecer de entrada algo que los vecinos indignados con el tema parecen no tomar en consideración: no es justo confundir en ningún caso la prostitución con las prostitutas. Se puede entender su rechazo a la presencia de camellos y proxenetas –también se da la presencia cotidiana de numerosa policía municipal, nacional y hasta autonómica, pero eso no parece molestarles- y habrá que seguir insistiendo en que los proxenetas constituyen una especie parásita y despreciable que habría que erradicar de una vez por todas, pero las prostitutas, tanto las explotadas por sus chulos como las que ejercen su trabajo por propia iniciativa, no son en absoluto responsables de la situación, como tampoco lo son de la hipocresía de esos vecinos –alguno de ellos seguramente cliente habitual- que confunden churras con merinas y a los que sólo parece preocuparles -con el pretexto de los niños, unos niños que suelen saber bastante más de lo que sus padres quieren creer- el mal efecto estético que produce en su remozado barrio la presencia en esas dos callejas (no quedan más) de esa población marginal de mujeres, algunas de ellas de edad más que madura, que se buscan la vida como pueden en medio de la jungla salvaje de nuestra maldita sociedad.
No parece quitarles el sueño en cambio, la prostitución organizada de mujeres, buena parte de ellas posiblemente secuestradas o menores, que llenan los clubs de la asociación nacional de empresarios de locales de alterne (ANELA), unos locales en los que se ha descubierto en numerosas ocasiones la presencia de mafias dedicadas a la explotación atroz y despiadada de mujeres inmigrantes.
Estos vecinos en eso no entran, tan solo parecen decir: “Que se apañen. A mi, mientras me limpien mi barrio…”
Quieren convertir la ciudad en una especie de parque temático aséptico, desnaturalizado y sin alma, apto únicamente para guiris fotografiadotes y vecinos limpios, formales y normales.
Por azares del destino, me ha tocado vivir en diversas ocasiones en zonas próximas a enclaves de prostitución callejera ya desaparecidos: la plaza de los Patos, El Parterre, el Puerto… Jamás he tenido ningún problema de convivencia y siempre he sido tratado con respeto y consideración.
Lo que tienen que hacer es ofrecerles una posibilidad de trabajo digno o una jubilación anticipada, que bien se la han ganado con una ocupación como la suya. Y las que quieran continuar, que las dejen en paz y se olviden de jesuitismos cínicos y de monsergas demagógicas.