La Veranda de Rafa Rius
Imbuido del lenguaje de los ordenadores, siguiendo la lógica cibernética dominante, el discurso político actual tiende a ser binario: 10010111010001… Ya no reduccionista, sino directamente binario. El abanico de posibles opciones ante a una determinada situación se simplifica hasta tal punto que excluye de manera calculada todas aquellas alternativas que no entren dentro de la lógica del sistema o que incurran en la más remota posibilidad de poder perjudicarlo. Todo se nos plantea en términos de blanco o negro, excluyendo de entrada cualquier gama de grises.
Madrid o Barça, PP o PSOE, austeridad o crecimiento, intervención o desastre, reducción de sueldo o despido, europeos o tercermundistas, capitalismo o caos… Nos toman por idiotas, y quizás con razón. Alejados de cualquier forma de sutileza, de cualquier posibilidad de matiz, intentan abocarnos cotidianamente a la insoslayable elección entre susto o muerte.
Veamos un pequeño ejemplo revelador y extrapolable: un tal Roig, amo y señor de mercadoma (sic) hace bastantes años implantó un sistema de venta que al parecer le ha dado óptimos resultados: de cada producto sólo tiene dos marcas en las estanterías de sus supermercados, la del fabricante líder en ventas y la de la marca blanca propiedad de la propia empresa; así evita a sus clientes los enojosos dilemas que plantea el tener que elegir entre una amplia variedad de productos. Fifty fifty, para que más complicaciones.
El Gran Hermano nos vigila constantemente con su ciclópeo y omnipresente ojo electrónico, detecta hasta nuestras más íntimas necesidades y se apresura a facilitarnos la tarea de elegir acotando a dos las alternativas posibles, dándose además el caso de que, las más de las veces, a la hora de la verdad no suelen ser dos sino una y la misma.
Por medio de este limpio y sencillo procedimiento, desprovisto de cualquier otra intención oculta, nos evitan los problemas y complicaciones que suele traer consigo la dispersión de perspectivas.
Comienzan por hacernos creer que es lo mejor para nosotros y acabamos por convencernos que es preferible no complicarse la vida perdiéndose en inextricables laberintos conceptuales en los que inevitablemente nos extraviamos cuando se nos presentan demasiadas alternativas.
Como si nos tuvieran –voluntariamente- secuestrados en un gigantesco Barrio Sésamo, nos infantilizan hasta tal punto que andamos constantemente moviéndonos entre Epi o Blas, dentro o fuera, arriba o abajo, frio o caliente, conmigo o contra mí…
En este sentido, cabría tomar en consideración que, cuando a un niño le hacen la eterna y estúpida pregunta: “¿A quien quieres más a papá o a mamá?”, el fraude consiste en que aparentemente lo obligan a elegir entre dos únicas opciones cerradas, cuando en realidad la respuesta va tramposamente dirigida a una tercera posibilidad de contestación: “¡A los dos igual!” . Pues bien, rompamos de una vez por todas con la lógica de lo dual; en un caso tal que así, podríamos conjeturar que la réplica más sensata y libertaria debería explorar una cuarta posibilidad:
“¡A ninguno de los dos!”