La Veranda de Rafa Rius
¿Hablar de moda con la que está cayendo? Pues mire usted por donde, sí. Vamos a hablar de trapos, de ropa, pero de una muy especial: la que lucen los maderos de combate, la antidisturbios fashión.
Desde los primeros grises grises franquistas que apenas se limitaban a pillar un casco y un escudo y salir a la calle con su uniforme de cada día, a los deslumbrantes cibermaderos actuales que parecen salidos de un cómic futurista, hay un largo trayecto estilístico, para nada casual ni inocente.
La mayor parte de actividades humanas tienen su ritual, y en ese protocolo ceremonial, la vestimenta desempeña un papel fundamental. ¿Qué sería de la liturgia católica sin sus sedas, rasos y púrpuras, sin sus casullas, dalmáticas, estolas, cíngulos y demás pasamanerías varias, todo profusamente bordado? ¿Qué sería de los militares sin sus uniformes, desde las atrevidas minifaldas de los centuriones romanos a los mareantes estampados de camuflaje de los ejércitos actuales, pasando por la vistosa indumentaria de la caballería del s. XIX, con casco de plumas incluido, que se diría salida de un desfile del día del orgullo gay?
Pues bien, nada de esto es gratuito. Aparte de oscuras pulsiones narcisistas (Ay, Madre, ¡Qué guapo está mi niño de uniforme!) la intencionalidad, en todas las épocas y contextos ha estado clara: singularizar, distanciar, atemorizar.
En el actual uniforme de los antidisturbios (bastón rígido de 60cm., casco antidisturbios con visera y nuca plegables, protector de hombros de triple escama, escudo en policarbonato, protector inguinal…) no hay nada dejado al azar. Sus claras referencias a la iconografía del cómic manga y los superhéroes de la editorial Marvel, son, como digo, cualquier cosa menos inocentes.
En último extremo, su finalidad evidente es causar terror en quien lo contempla, de manera que la acción represiva subsiguiente sea afrontada desde una posición de ventaja. Como saben muy bien los matones de cualquier especie, si el enemigo te teme, ya tienes gran parte de la batalla ganada.
Por otra parte, el miedo no sólo está provocado por la percepción de un peligro real e inmediato –el robocop que tienes encima blandiendo una porra- sino que esa sensación de riesgo evidente, provoca una ansiedad que se proyecta hacia el futuro -en gran parte a través del inconsciente- y contamina tanto los sueños como las realidades. Lo que se pretende desde las para nada ingenuas instancias de poder represivo, presentando así a sus maderos, es acongojar al personal, de manera que la próxima vez que nos veamos metidos en una tesitura semejante, nos lo pensemos dos veces antes de ir, y si vamos, nos portemos como sumisos corderitos.
Saben muy bien que el miedo es un arma muy útil para el control social. De la misma manera que utilizan diversos escenarios de inseguridad ciudadana manipulada para crear miedo social, conocen perfectamente la utilidad política de inocular una sensación de terror en todas aquellas personas que osen salir a la calle –a su calle- para reclamar sus derechos pisoteados. Y en este punto, en lo tocante a provocar miedo, las formas en la vestimenta represiva adquieren una especial relevancia.
El problema para ellos es que, por muchas pasarelas de la moda madera que se monten, últimamente la gente ha tomado la calle como algo suyo y esta ahí para quedarse. Frente a los espacios vacíos ciudadanos, esas plazas inhóspitas de hormigón creadas para encerrar a la gente en sus casas, frente a los no lugares inasequibles a la convivencia de las personas, estamos reinventando entre todas nuevas formas de relación y participación. Todo esto puede desembocar en algo que valga la pena o disolverse en la nada; en cualquier caso, no serán los antidisturbios con su ciberfashion quienes nos lo impidan. Quien descubre algo, ya no puede ignorarlo. Esto no ha hecho más que empezar.