La Veranda de Rafa Rius
Una de las claves del movimiento del 15M ha sido sin duda el hartazgo y la indignación provocados por unas políticas impotentes y en demasiados casos corruptas que no han sabido ni querido gestionar con un mínimo de coherencia esa gran estafa del capitalismo que nos han vendido como crisis.
Parece que existe un consenso más o menos generalizado sobre el carácter sistémico y no coyuntural de las graves dificultades por las que atraviesan en la actualidad las economías occidentales y como consecuencia de ello sus sufridas ciudadanas. Pues bien, a partir de esta constatación surge una flagrante contradicción en el seno de un amplio sector de las implicadas en el 15M, a saber: si lo que falla es el sistema, si las políticas actuales no nos representan ¿A que viene participar en la gran farsa electoral del 20N y pedir el voto para unos partidos que por muy de izquierdas o alternativos que se nos presenten, no se cuestionan en ningún momento el actual estado de cosas y por tanto sólo nos ofrecen más de lo mismo? ¿Cómo se puede colaborar de modo gozoso y sumiso con un parlamentarismo totalmente mediatizado por los intereses de Mercado, que utiliza los resortes de una supuesta democracia participativa en su exclusivo beneficio ignorando las deseos y aspiraciones de la inmensa mayoría de la población?
Los partidos autocalificados de izquierdas dicen participar en el tinglado para defender los intereses de las clases populares y llevar hasta las instituciones los anhelos y demandas de aquellas que dicen representar pero en España, tras treinta años de denodados fracasos y tomaduras de pelo continuadas y con un sistema electoral manifiestamente sesgado y arbitrario que los grupos mayoritarios por él beneficiados jamás consentirán en modificar, parece que poco les queda por hacer salvo aumentar modestamente el número de sus convidados de piedra, perdidos en un Parlamento que les ignora y ningunea y en el que todo el pescado está vendido.
A pesar de ello insisten una elección tras otra con un denuedo digno de mejor causa: ¡Ahora sí! ¡Esta vez será diferente! ¡Votadnos y así… tendremos dos o tres diputados más!
Resulta patético a la par que triste. ¿No habíamos quedado en que lo que se pretende es una verdadera transformación social? ¿A qué viene entonces participar en un juego en el que los dados están cargados y del que ya se sabe a priori quienes van a salir ganadores y perdedores? ¿Qué intereses reales oculta semejante actitud masoquista y en apariencia absurda?
Aceptar de manera sumisa lo que hay, implica descreer en la posibilidad de que haya vida más allá del capitalismo, fiando toda posibilidad de cambio a un futuro incierto y siempre aplazado.
Valdría tal vez la pena que de una vez por todas, nos planteáramos la posibilidad real de transitar los territorios inexplorados que se extienden más allá de la miseria capitalista para dejarnos de abstracciones y paños calientes y dilucidar cual podría ser el espacio político, real y concreto, de la anarquía y de cualquier otra propuesta que camine en la dirección de una auténtica y tangible transformación social.
Más acción directa sobre la realidad y menos templar gaitas electorales desafinadas.