El curita y la alcaldesa; durante toda tu vida, hijo de puta…
En el puerto de Altea, en un yate, a cinco minutos de la casa de Zaplana, a siete del chalet de Alvarito, aparecen pruebas contundentes. Contabilidades en Alicante y Barcelona; fichas de la gran partida que sirven lo mismo para negociar con interior que para tumbar a un juez. En la diócesis de Orihuela el periódico quema. Hacen falta más cortafuegos. Radio Liberty llamando a Cartagena. Marchando una de michirones.
El curita y la alcaldesa; folletín de pornoterror por capítulos
En los amenes del zaplanismo, barra libre de cemento hipotecario y hormigón crediticio, economía de dieciséis válvulas, algunos confesionarios piramidales vendían sellos de juguete a la feligresía más confiada mientras otros, imperiales, cocinaban bodas escurialenses con invitados del gran mundo; el rey, Berlusconi, Blair, Pedro José, Zaplana, Correa, Alvarito. La piel de Rouco Varela brilla en el altar como un jueves santo. Refulge Aznar, antes de la vigorexia, más que el gallo de la pasión. Algo parecido a un intento de sonrisa se atasca en el mecanismo gástrico cardenalicio al cruzar la mirada con el padrino. Poder contra poder. Los amigos del novio, con bula parrandera, simpatiquean con las más altas y decrépitas aristócratas del solar ibérico.
El monasterio revive nostalgias de Flandes. Una boda como dios manda; sin líos de manzanas.