De Mezquita a Catedral otro milagro inmobiliario

Ángeles Sanmiguel

“Inmatricular a mansalva” por parte de la Iglesia católica fue paradigma a partir de mil novecientos setenta y ocho pasmando al personal estupefacto ante tal pillaje, con salvoconducto oficial, de bienes pertenecientes al pueblo de España como la Mezquita de Córdoba, el arte mudéjar aragonés o el prerrománico que cayeron, antes de mil novecientos noventa y ocho, en las garras de uno de los mayores depredadores inmobiliarios del mundo. ¿Qué hicieron en los registros de la propiedad y notarías cuando un obispo se calzaba monumentos? ¿Acallar cualquier deontología de gremio? ¿Acaso la catedral de Nôtre Dame en Paris no es del Estado francés? Pues bien, “la Mezquita de Córdoba es de un obispo, estamos ante un escándalo jurídico”. ¿Qué impide al Gobierno español rescatar las innúmeras propiedades de toda índole saqueadas por un estado soberano independiente como es la Ciudad del Vaticano? En la Comunidad valenciana el listado exacto de bienes afanados sigue sin ser publicado.

“Una verdad a medias es como una mentira”, tan irrefutable reflexión identifica la sempiterna maniobra que ha logrado el absurdo en escenarios de poder. Históricamente, y para no romper con la norma, en lo referente al rescate de las riquezas inmobiliarias atesoradas por una de las religiones imperantes, cualquier disidencia en la cadena de mando ha sido escarmentada; el valenciano exministro de Cultura y Deporte José Manuel Rodríguez Uribes, actual embajador en la UNESCO, presentó su anteproyecto de la nueva Ley de Patrimonio Histórico y “la consecuencia fue que lo quitaron del Gobierno”. Tristemente la realidad muestra una mísera respuesta generalizada ante este gran tenedor inmobiliario que actualmente puede privatizar cuantos monumentos tenga en posesión aunque no le sea posible traficar mercantilmente con ellos; bienes que Franco, mediante la Ley Hipotecaria de mil novecientos cuarenta y seis, marcándole un golazo al pueblo, le otorgó barra libre a la Iglesia para que esta se quedase con lo que quisiera sin título de dominio alguno rematando la jugada uno de los individuos del fatídico trío de las Azores el cual otorgaría a los obispos la categoría de registradores de la propiedad sobre templos de culto. ¡Poco nos pasa!

Cubierta por un manto mágico de invisibilidad para la fiscalización, la Iglesia católica en España ha ido engrosando su cartera inmobiliaria hasta convertirse en la “mayor propietaria del Estado español” con más del ochenta por ciento del patrimonio histórico, un sinfín de monumentos civiles y edificios de culto, campos de fútbol, locales comerciales, frontones, viviendas. Es significativa la estrategia de ultimísima tendencia en el orbe clerical, por parte de múltiples confesiones religiosa, más o menos ultraortodoxas, que consiste en copar el parque inmobiliario invirtiendo en pisos, edificios, casas campestres y otras modalidades habitacionales en las que aposentar a la feligresía más entusiasta e incondicional otorgándole un hogar con exenciones, según epígrafe de catalogación, claro está si son de las ocho religiones tocadas por la varita mágica del Gobierno. Chalets y residencias de mayor o menor superficie pasan a formar parte del tesoro inmobiliario religioso sin olvidar donaciones en vida a cambio de asilo en la senectud, herencias, con campañas publicitarias promocionando, y otras muchas fórmulas que también se acogen a ventajas gubernamentales. Hacer el panoli viene siendo una forma de resolver bastante usual en altas esferas institucionales genómicamente sumisas a ciertas entidades endógenas y exógenas tanto de carácter económico como místico. Márgenes de beneficios reducidos, dirección omnipotente con decisiones centralizadas y operaciones con grupúsculos son tres de las afirmaciones que posibilitan el que surjan problemas en toda organización. El catedrático norteamericano Chris Argyris, versado en relaciones empresariales, afirmaría la importancia de la autocrítica: “Estos directivos saben perfectamente que sus inclinaciones personales, su modo peculiar de ver el mundo no son ni los únicos ni necesariamente los mejores”, así mismo valora dicho profesional la capacidad de quien identifica la manera de solucionar un problema como parte de dicho problema. La ciudadanía debe ser tratada como adulta y no metamorfosear la toma de decisiones que a la larga o a la corta le afectaran. George Bernad Shaw en “Guía del revolucionario” escribiría: “A los políticos de antes les bastaba con saber adular a los reyes; los de ahora tienen que aprender a fascinar, entretener, camelar e ilusionar a los votantes”.

En Córdoba se ha substanciado uno de los más increíbles prodigios, “como si fuese el milagro de los panes y los peces”, ya que sin tener que demostrar nada la Iglesia católica se ha embolsado la Mezquita rebautizándola ante una pasividad general sólo explicable bajo la perspectiva expuesta por el jurista y escritor cordobés Antonio Manuel de que “cuando la amenaza es terrible nos quedamos quietos, con miedo ante lo poderoso”. ¿Qué mayor poder que el de quien sale inmune de sus escándalos jurídicos, sexuales, patrimoniales y violaciones de derechos humanos? ¿Cuándo la ciudadanía comprenderá la diferencia entre posesión y propiedad? Hasta la Segunda República en España “los bienes de la Iglesia siempre pertenecieron al Estado”.

“Todos los gobiernos han sido rehenes de la Iglesia católica” aduce el teólogo y escritor Juan José Tamayo en la presentación del libro “Los obispos de la Mezquita” obra de Miguel Santiago autor que en sus páginas desmantela “el montaje de la Iglesia” confesando en su charla, moderada por Raquel Ortiz de Valencia Laica, el fastidio que le causa la tan empleada últimamente en panegíricos panfletarios la palabra Reconquista. Desde el siglo trece al quince la Mezquita fue lugar de peregrinaje peninsular y norteafricano también albergó la Corte de Justicia Suprema manteniendo su estructura original, con sucesivas ampliaciones; en beneficio de la Mezquita de Córdoba se aunarían las tres culturas predominantes: judía “tenían pasta”, musulmana “obreros” y cristiana realizando “colectas para el mantenimiento”, tres credos que convivirían pacíficamente en la España musulmana. ¿Por qué salvaguardar absolutismos religiosos? ¿Por qué el pueblo ha de pagar las cuentas de las religiones? ¿Acaso por el hecho de ser cinéfilo el Gobierno te paga la entrada del cine? Alcalde, alcohol, almohada, arroz, azúcar, barrio, café, guitarra, zanahoria y ¡ojalá! son algunas palabras de origen árabe.

Isabel la Católica quien en el Alcázar de Córdoba dictaría la “ley de las holgazanas” prohibiendo a las viudas recibir cualquier beneficio económico o heredar a fin de evitar trocasen en perezosas, no quería modificar la Mezquita a la que el pueblo siempre defiende, “que no se la toquen”. ¿Por qué en ciertas alcaldías quien manda es el obispo pasando a ser monago quien titula el consistorio?

Vivir del cuento, de cualquier cuento, y vanagloriarse de ello requiere de pericia supina no cabe duda. ¿Qué vil mortal puede disfrutar de un inmueble sin pagar alquiler, sin hipotecarse para su compra, sin haber heredado? ¿Inmatricular por la sotana lo que da la gana? ¿Cargar gastos de restauraciones y rehabilitaciones al erario público? ¿Negocios turísticos en edificios usurpados sin fiscalización de las ganancias? Veinte millones de euros anuales por las entradas a la Mezquita vienen a ser las ganancias y “sin transparencia”. Ante tal tesitura, considera Santiago, “nos están rompiendo la estructura social, encima nos roban lo patrimonial al pueblo”.

Juan Álvarez Mendizábal, alguien que se codeaba con la banca internacional, con los Rostchild, financiador de guerras, de origen judío y cuna gaditana, motivó la desamortización de los bienes de la Iglesia católica, desde entonces todo proyecto de censurar a dicha entidad se le ha dado en llamar contubernio judeo-masónico, tal como indica el profesor de periodismo Ángel Rodriguez. La estatua de Mendizábal, colocada en Madrid desaparecería posteriormente, en mil novecientos cuarenta y tres, cuando bailándole el agua a los poderes de la cristiandad, fue sustituida por la del clérigo mercedario y escritor Tirso de Molina.

“Se cargaron todo el artesonado, sus dovelas rojas y blancas, esos arcos los pintaron con cal, ni Dios conocía ya la Mezquita”, en el año dos mil seis “se inmatricula por treinta euros”, por su parte el obispo de Córdoba Demetrio Fernández (el cuál “afirmó que la fecundación in vitro se trataba de un aquelarre científico”) le cambia el nombre pasando de Mezquita a Santa Catedral y de arte musulmán a arte bizantino. Tariq Alí cineasta y escritor paquistaní en “Coloquio con Juan Goytosolo” le pregunta al susodicho escritor barcelonés: “¿Por qué en la época posfranquista, a la clase dirigente literario-política sigue asustándole reconocer estas cosas, que se mantienen ocultas en la historia del país, incluidos los setecientos años de gobierno islámico?

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