Democracias moribundas: ¿y si el voto de la mayoría es inútil y se suplanta por amenazas de guerra civil?
Carlos Monty

Sin embargo, los tres países comparten una patología común. La patrimonialización de la vida política por el sector más conservador y rancio de sus respectivas sociedades. Solo es una democracia legítima si es la suya, si hacen y deshacen ellos. Lo contrario, es un accidente contra el orden natural (y religioso, suele ir acompañado siempre) de las cosas.
Excluyente, supremacista, autoritario, lo que quieran, pero se ha ido adueñando progresivamente del relato popular gracias a sus ilimitados recursos económicos y de poder, sobre todo en EE.UU.
Desde hace semanas allí no se para de hablar sobre que la primera potencia del mundo (todavía) se encamina hacia una Guerra Civil. Lo piensa el 43% de la población según una reciente encuesta. Lo secundaba un influyente podcast del New York Times hace 3 semanas, las medios recogen constantes declaraciones de candidatos «trumpistas» que no aclaran si acatarán los resultados si pierden el próximo Martes 8 y sin mencionarlo directamente, hasta Joe Biden no deja de salir en las teles avisando que la «democracia está en peligro» en referencia tanto al próximo martes como respecto al intruso fanatizado en casa de Nancy Pelosi de la pasada semana.
Rojos (republicanos) y Azules (demócratas) parecen del todo interesados en seguir sobrecalentando la polarización civil, sin duda para movilizar a sus electores potenciales, pero a la vez jugando con puro fuego en los dos casos.
Porque lo importante de la herencia «trumpista» no es ya el Brexit sobre informaciones falsas, o quién gane la semana que viene y si de ello se concluirá que Donald Trump se vuelve a presentar en 2024, sino mucho más importante, que el valor del voto y la voluntad de la mayoría, que son los pilares de las democracias burguesas representativas, ya no importan, han sido anuladas con la estrategia de negar el resultado si me perjudica, arrastrando a su paso la credibilidad de la administración pública de cada país al completo. En definitiva la anulación del Estado como representación social «libremente» elegida.
Y lo frustrante es que esta intoxicación revolucionaria (en el sentido de cambio brusco) no ha venido de las clases trabajadoras y excluidas (cada vez más subvencionadas por el Estado, pese a todo), sino de los sectores del fanatismo intolerante del «Dios, Patria y Rey» (sustituyendo el rey por el salvador, el Caudillo de toda la vida, se llame Trump o Bolsonaro). No hay más que ver lo que ahora llaman «resistencia civil» a la puerta de los cuarteles en Brasil pidiendo una intervención militar que interrumpa el traspaso de poderes.
Y esta es la lección principal de este «nuevo orden democrático» en Occidente. Un orden facilitado por la normalización de la mentira y del discurso del odio desde el bipartidismo clásico (de la democracia cristiana a la socialdemocracia). Y un veneno de intolerancia, fanatismo y locura colectiva como siempre en beneficio de caudillos y corporaciones caprichosas de ambos lados de la moneda pública, con el que tendremos que acostumbrarnos a convivir en este decadente Occidente Colectivo los próximos años, porque ha venido para quedarse.
Si habrá Guerras Civiles totales, o solo de Baja Intensidad, o se limitará a un periodo de incremento de la violencia política, como ha habido otros antes en la historia, y como afirma el Editor Jefe de la influyente revista Político este enlace para los que sepáis inglés*, está por verse. Pero que la locura colectiva ya ha llegado, de eso no hay duda.