Los hunos y los otros: el gen caníbal

El Vaivén de Rafael Cid

<<Buscar la alianza con los enemigos más remotos para ir contra los adversarios más cercanos es una estrategia propia de los tiempos de guerra>>

(José Castillejo)

Rafael Cid

En las sociedades cerradas y unidimensionales, pasto de dictaduras y autocracias, el gobierno descalifica y acorrala a los discrepantes para perpetuarse en el poder. Es el reino de las mayorías silenciosas, el exilio interior y la presunción de culpabilidad. Durante el franquismo, cuando detenían a alguien siempre aparecía un motivado que lo justificaba con un <<algo habrá hecho>>. En las sociedades abiertas y plurales, paradigma de democracias y regímenes constitucionales, se estimula la crítica para fortalecer la alternativa política. Aquí y ahora, el gobierno de coalición de izquierdas PSOE-UP hace una gestión acrobática del Estado con lo peor de cada escuela. Se criminaliza a la oposición por no plegarse a sus decisiones, acusándola de representar oscuros intereses, mientras celebra como perfectamente lógico que los partidos del Ejecutivo se hagan oposición entre ellos. El último renuncio lo ha protagonizado Alberto Garzón al abstenerse a la hora de ratificar la entrada de Suecia en la OTAN mientras Izquierda Unida, la organización a la que representa en el gobierno y de la que es coordinador general votaba no. Un desdoblamiento de la personalidad que un clásico con más talla intelectual y ética que el ministro comunista justificaba con un <<yo no soy siempre de mi misma opinión>>.

Lo que la izquierda española es se lo debe por defecto a incompetencia de la derecha. Vasos comunicantes y principio de Arquímedes a la vez. Si en España hubiera existido un partido conservador menos meapilas y rijoso, la alternativa política habría resultado distinta y no solo gesticulantemente distante. Nosotros no tuvimos Reforma sino Inquisición; tampoco Revolución Industrial ni Revolución Burguesa; y en la Segunda Guerra Mundial caímos del lado criminal de la historia (junto al nazismo con la División Azul). Y cuando la izquierda institucional podía reivindicar los valores republicanos del laicismo, el liberalismo y el progresismo, claudicó pactando con los cómplices de la dictadura.

De ahí el limitado pensar con mucho embestir y la intolerancia de manada que nos sigue caracterizando. La falta de contraste agonístico con una derecha cabal, ha hecho de la izquierda oficial un episodio mutante del peronismo. El Gobierno de la Gente convertida en un coro de ranas alrededor del abanderado, con los sindicatos subsidiados (CCOO y UGT) en disposición de saludo, donde antes brillaba el <<no es no>>. Se parte de una supuesta superioridad moral que permite vadear cualquier trance como un ataque a lo más sagrado, con el acople de los medios afines y la traca clientelar de los mantenidos del sistema. La condena al ex presidente socialista José Antonio Griñán, por el mayor caso de malversación de dinero público de la historia reciente, se convierte en un ataque contra los jueces sentenciadores por hacer pagar a <<justos por pecadores>>.

Tan bíblica hipocresía era una constante de la vieja izquierda. Ocurrió con el terrorismo de Estado de los GAL, los Fondos Reservados del Ministerio de Interior o el caso Filesa, el primer episodio de financiación ilegal desde la transición. Todos ellos jalones del felipismo y en todos pagando <<justos por pecadores>>. Una realidad paralela que veía la paja en el ojo ajeno y que ignoraba la viga en el propio. Pero sigue siendo el signo de los tiempos en la nueva izquierda del Gobierno de la Gente. Hay una verdad oficial que muestra machaconamente los perfiles más ingratos de la oposición con escraches semióticos (caricaturas cuasimemes tipo <<trifachito>>, <<las tres derechas>> o la <<foto de Colón>>) pero se niega lo evidente con eslóganes de efecto placebo (<<para que nadie queda atrás>>, <<un escudo social>>, etc.).

Yolanda Díaz, vicepresidenta y ministra de Trabajo, monopoliza telediarios como heroína de los desheredados promocionando a una multinacional francesa de la alimentación en perjuicio del pequeño comercio, mientras deja en suspenso explicar por qué España es líder de paro en la Unión Europea (un 12,6%, el doble de la media y casi tres veces más que la vecina Portugal). Aumento del salario mínimo interprofesional; ingreso mínimo vital (a trancas y barrancas); ayudas a la vivienda de aquella manera (la edad promedio de emancipación de los jóvenes españoles es 29,8 años por falta de un techo asequible) y otras medidas, son activos del Gobierno que no consiguen ocultar lacras persistentes. Rebasado el ecuador de la legislatura, siguen las colas del hambre (el 27,8% de la población está en riesgo de pobreza, el mayor dato desde 2010); solo un 15% de los contratos firmados son fijos a tiempo completo; asumimos la tercera peor tasa de desigualdad del continente detrás de Rumania y Bulgaria; y una inflación desbocada (el 10,5% del PIB, casi un punto por encima del estándar en la UE) lamina las equiparaciones salariales ante la pasividad de las centrales cofrades (los sueldos de los españoles han subido un 42% menos que en los países de nuestro entorno). La brecha abierta entre el veredicto de la calle y el Gobierno de la Gente es inapelable.

Cuando se ordenan las calamidades persistentes y los púlpitos mediáticos tronan ante la caverna como culpable de los males habidos y por haber, suele olvidarse un hecho nada inocente: desde el inicio de la transición la izquierda nominal ha ocupado el poder casi el doble de tiempo que la derecha. Lo que significa que, a la hora del porqué nunca salimos de la zozobra amniótica, habrá que repartir responsabilidades en razón de los trienios cosechados por cada bando. Como tantos juicios de intenciones, preconcebidos y precocinados, el debate ruptura o continuismo es falso. La izquierda fundacional (PSOE, PCE y asimilados) se decantó unánime y orgullosamente por la ruptura. Eso sí por la ruptura con la legalidad republicana contra la que sublevaron los militares franquistas y su última Cruzada.

Entre los hunos y los otros, la sociedad civil ha dimitido. Todo es gobierno, instituciones, Estado (central y autonómico), partidos (buenos y malos), sindicatos (gratos e ingratos) y el resto humo, pero humo enamorado. La liturgia del Gobierno de la Gente obvia que los derechos y libertades siempre se han conquistado luchando (desde los ilotas a Espartaco, de los Mártires de Chicago a Rosa Parks). Bajo su hipnosis se para el reloj de la historia hasta que se rearmen los titulares para volver a la pelea, que es cuando se producen los grandes saltos adelante malgre lui. De ahí el estúpido y masoquista dicho <<contra Franco vivíamos mejor>>. Incluso, en circunstancias críticas hubo grandes cambios sin los fuegos artificiales del Gobierno de la Gente. Con el autoritario Bismarck, el Canciller de Hierro, se alcanzó la legislación social más avanzada de su tiempo, y el liberal William Beveridge sentó las bases para el despliegue del Estado de Bienestar (prestaciones en caso de enfermedad, desempleo, jubilación, etc.). Todo ello en la saga reformista de anticipación a la revuelta social iniciada en el año 594 antes de nuestra era por el aristócrata griego Solón con su Seisachtheia, cancelación de deudas públicas o privadas (nuestra olvidada <<deuda odiosa>>) con garantía personal, cuyo impago podía conllevar la esclavitud del insolvente.

Esta apuesta tiene un precio: se carga la credibilidad propia y ajena. Según el último Eurobarómetro publicado este año, los partidos políticos españoles son los peor valorados de toda la UE (concitan la confianza de un 8% de los consultados, por debajo de la Grecia tres veces rescatada, que logra un 9% de adhesiones). Y como de casta le viene al galgo, el mismo sondeo señala a nuestros medios de comunicación también en el pelotón del desguace. Con un 28% de seguidores, 10 puntos menos que la media computada. Es el problema de sobornar a la opinión publicada para que suplante y pervierta a la opinión pública haciendo de ella la voz de su amo. Sobre todo, cuando la primera empresa periodística del País, el Grupo Prisa, corifeo del Gobierno de la Gente, pertenece a un fondo de inversión extranjero (Amber Capital) que a su vez, y a pachas con Moncloa como primer accionista, controla la principal industria armamentística nacional (la corporación Indra).

Autoproclamarse desde el pódium el Gobierno de la Gente es un bochornoso ejercicio de onanismo populista. Equivale a decir <<quien no está conmigo está contra mí>>, una estrategia propia de los tiempos de guerra, el gen caníbal. Los hunos y los otros, cayetanos y descamisados, peronistas y carlistones. ¿Y la verdadera gente, sin colorantes ni conservantes?: en construcción.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies