
Ucrania en los medios
Miguel Hernández
“La realidad no es lo que es, sino lo que te digo que es”[1]. Así funciona el mundo, el mundo patas arriba, según Eduardo Galeano. Ya sabíamos que los medios de (in)comunicación social no son “un espejo en el camino”, como nos quieren vender, sino un reflejo deformante y grotesco, pero la invasión de Ucrania por Rusia será estudiada en todas las facultades de propaganda del mundo como un magnífico ejemplo de fabricación de la opinión pública.
Para comenzar, lo de “los oligarcas rusos”. Pueden pasar décadas y no oímos en esos medios el concepto de oligarquía. El mundo se divide en “democracias” y “dictaduras” en función si son amigas o no de “Occidente”. Sin embargo, basta que un “malo” haga algo fuera del guión para descubrir de pronto que tiene a una camarilla de secuaces que se benefician de su régimen, que de hecho son el núcleo del régimen, y el concepto se populariza de la noche a la mañana. Durante el mandato de Rajoy una ley premiaba con la golden visa, es decir, el permiso de residencia, a ciudadanos extranjeros que “invirtieran” en inmuebles por un valor superior a 500.000 euros. Más de un millar de ciudadanos rusos se acogieron a esa medida. También los hubo chinos, por cierto. Se sabía que el origen de esas fortunas no era muy ético, pero ¿a quién le importaba? Un derecho ciudadano se vendía, era solo para ricos. Y cabe hacerse una pregunta: ¿sólo hay oligarcas en Rusia? Por ejemplo, ¿hay oligarcas en el Estado español? No, por supuesto, esto es una democracia. Claro, claro. Aquí todo el mundo tiene el mismo poder, el poder de su voto. La ley es igual para todos. La justicia es ciega. Etc.
El mensaje es muy claro: la guerra de Ucrania es espantosa, y en la propia Europa, quién lo iba a decir, a las puertas de nuestro oasis. Ellos son como nosotros, sus ciudades son parecidas a las nuestras, incluso son más blancos y más rubios que nosotros, son cristianos (raros, eso sí, “ortodoxos”), pero cristianos al fin, nada que ver con los moros. Por tanto, hay que ayudarles, hay que volcarse con ellos. Durante días no es la principal noticia sino la única, y no solo noticia, desborda los informativos y aparece en todo tipo de programas. Y las iniciativas solidarias surgen de debajo de las piedras, a nivel público y privado, desde arriba y desde abajo, ONGs católicas o no, desde la derecha y desde la izquierda.
Rebobinemos apenas a un mes atrás. Se nos decía que Europa no podía asumir a los millones de personas que querían venir a disfrutar de nuestros valores y de nuestro nivel de vida desde África, Oriente Medio o Sudamérica. Se pagaba (y se paga) a Estados tapón como Turquía para que no dejara pasar a refugiados como los sirios o los afganos. Era mejor que se quedaran en campos de refugiados gigantescos de manera indefinida. Si algún día había otro boom inmobiliario pues ya dejaríamos pasar a los que nos hiciera falta como mano de obra barata. O si no, ya se cansarían y se irían a otra parte. Algunos morían (y mueren) cada día ahogados en el Mediterráneo o en el Atlántico y al parecer eso solo les importaba a un par de ONGs, las cuales tenían (y tienen) muchos problemas para hacer lo que es obligación legal y moral de los Estados. Lo que durante milenios ha sido simplemente una ley ética entre las personas del mundo del mar, salvar al que corre peligro de morir ahogado, ahora es cuestionado por políticos fascistas cómodamente instalados en regímenes “democráticos”. Esos mismos políticos, nos decían que se trataba de una invasión, de que pretendían subvertir nuestro mundo y nuestra religión, que los menores no acompañados (ojo a la palabra inventada, MENA) formaban bandas de delincuentes para robar y violar a “nuestras” mujeres, etc. Se levantaban muros cada vez más altos, se ponían concertinas, se mantenían (y se mantienen) CIES obscenamente ilegales y contrarios a los Derechos Humanos. Y todavía eso se sigue haciendo hoy, y se hará mañana.
Y sin embargo, a la vez, mientras tanto, eso convive con lo que toda Europa está haciendo con los ucranianos. Para mayor escarnio, a los estudiantes africanos que había en sus universidades que llegan huyendo de la guerra como los demás a la frontera con Polonia, se les dice que se aparten porque los ucranianos tienen prioridad. Y ya han montado su “show” los buenos oficiales, desde el padre Ángel al chef José Andrés. “Santo súbito”. Por cierto, estaría bien que esos medios de masas tan interesados en el conflicto nos informaran con parejo entusiasmo sobre sus causas religiosas, sobre quién es Cirilo I y Epifanio I (aunque suene a chascarrillo medieval).
Europa cuna de la civilización, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de los valores democráticos, pero pocas veces como ahora se ha visto tan claramente como ahora que su pasado racista e imperialista no ha desaparecido. Cuando se nos repite que esta guerra es en Europa y se le da tanta importancia por ello, ¿cual es el subtexto? Pues que al menos sigue habiendo dos tipos de personas para la mayoría de los europeos, los nuestros y los otros, los blancos y cristianos y esos salvajes que hay alrededor y que son pobres porque no son tan listos como nosotros. Sabemos que existen conflictos enquistados durante décadas, como el del Sáhara o el de Palestina, pero nadie se rasga las vestiduras por ellos, nadie impone sanciones económicas a Marruecos o Israel. Sabemos que en África hay varias guerras actualmente, pero ¿a quién le importan? Que se maten entre ellos, menos de ellos intentarán llegar hasta aquí. La guerra de Yemen ha sido especialmente cruel con los niños. Muchos miles han muerto de desnutrición. No pasa nada. Está muy lejos y no son como nosotros. La conmoción de la muerte del niño Aylan en una playa duró unos días, pero no sirvió para cambiar nada.
Ahora hay sitio para todos, sean los que sean. Si vienen niños no acompañados a nadie se les ocurriría llamarlos MENAS, ni decir que vienen a cometer atrocidades. Tampoco esos refugiados vienen a quitarnos el trabajo, ni a vivir de nuestros impuestos. Mientras tanto, en una valla fronteriza, un grupo de policías españoles esperaba a que un “moro” cayera de la valla como fruta madura para pegarle mamporros, sin preguntarle si era refugiado de alguna guerra, si era homosexual o si venía a buscar a algún familiar. Leña al mono. Bienvenido a la civilización.
¿Me molesta que se actúe así con los refugiados ucranianos? No, me parece lógico, necesario y admirable. Pero ha demostrado que todo lo que nos decían hasta ayer era mentira. Mi pregunta es: ¿por qué solo con ellos? La solidaridad, la empatía, la humanidad no debería ser una cuestión del número de kilómetros, ni del color de la piel, ni del dios al que se reza. ¿O sí lo es? Ya no nos podemos esconder bajo ninguna ignorancia. Las cartas siempre han estado sobre la mesa, pero ahora se ven más que nunca. ¿Vamos a aceptar abiertamente que es así? ¿Asumimos, sin complejos, que todos los seres humanos no somos iguales? Entonces, es una nueva victoria del fascismo que ya está entre nosotros y sigue creciendo como el huevo de la serpiente, al igual que en la década de 1920′. Un libro reciente afirma: “Para el fascista, el principio de igualdad es una negación de la ley natural, que sitúa ciertas tradiciones, las de los más poderosos, por encima de las otras. La ley natural supuestamente prima al hombre sobre la mujer y también a los integrantes de la nación elegida fascista sobre otras colectividades”[2].
Miguel Hernández Alepuz
[1] La fabricación de la opinión pública, en Los hijos de los días, de Eduardo Galeano. Madrid. S. XXI. 2012
[2] Facha, de Jason Stanley. Barcelona, Blackiebooks, 2020, p. 80.
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