Abel Ortiz
Paquito y Ritita se frotan las manos. Una vez más tienen cerca el presupuesto calentito de valencianas y valencianos. En menos de un mes podrán seguir repartiéndose el dinero que se ahorran con los barracones de los colegios públicos, los porcentajes de las constructoras, los contratos “partidos”, el desguace de la sanidad, el derribo de El Cabanyal, el tocomocho Calatrava. No tienen dignidad; no la quieren, no cotiza en la bolsa electoral (tampoco es raro). Lo que si tiene valor es mentarle los muertos al enemigo, da igual que sea el abuelo de Zapatero, ejecutado en León, o los enterrados en el cementerio de Valencia. Mucho valor. Y un gran cuajo.
A los abuelos de Camps nadie les hizo nada; motivo de satisfacción. No como a su nieto a quien, es público y notorio, persiguen las cuadrillas del amanecer y se juega a diario la vida luchando por una democracia a la que él, y otros como él, contribuyeron tanto.
Claro que en Valencia reina la satisfacción. El curita y la alcaldesa cumplen con su electorado de cristofascistas sin complejos. Valencia e Italia, hermanadas por las mafias de la basura, la omnipresencia del papa de las juventudes hitlerianas, la cocaína, y el trile inmobiliario, funcionan razonablemente bien. Son solo negocios. Los pobres y los parados, alpargateros, no entienden de esto. Se quejan por envidia. No tienen trabajo, no tienen presente ni futuro, se van a la mierda por el retrete de la intrahistoria valenciana, pero… ¿de que se quejan? ¿No tienen equipos en primera? ¿No tienen un gran premio? ¿No tienen barquitos de vela en el horizonte? ¿Qué más quieren? ¿Un chollito? No, eso no. Eso es para los amiguitos.
Para que Costa se compre el infiniti, se pague el caviar, o le cambie las pilas al reloj (de palo), su partido ha tenido que mantener una lucha titánica contra la evidencia. Han ganado. El bigotes, afeitado, se broncea en las terrazas a la salud del contribuyente. Canal nou deja a Orwell a la altura de un pobre ingenuo. Cotino vaticanea; ora pro nobis. La tropa, prietas las filas, aplaude con las orejas. Todos ellos tuvieron abuelitos encantadores que les enseñaron a comulgar, a vestirse de fallera, a alardear de la Valencianía más tópica y ridícula, a reírse de la miseria ajena, a bromear con los muertos de los demás.
Buena gente educada en la enseñanza privada. Un ejemplo de la excelencia.