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Opinió

Cuando el capitalismo nos rescata

El Vaivén de Rafael Cid

Las crisis del siglo XXI tienen el colmillo retorcido. Son metonimias trascendentes. Confunden causas con efectos para disipar responsabilidades. La Gran Recesión del 2008, de origen financiero, trajo la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias. Fue tan devastadora que los más optimistas hablaron de <<refundación del capitalismo>>, con rostro humano. No hubo tal ni por asomo. Volvió a ganar la banca y perdieron los trabajadores. Se liquidó el sector de las cajas de ahorros, que era lo más próximo a un modelo crediticio de carácter social,  y representaba casi la mitad del mercado. Y se perpetraron contrarreformas laborales y del sistema público de pensiones. El <<rescate>> vino de políticas austericidas cuyas cicatricen aún siguen abiertas.

La crisis que estamos sufriendo doce años después, de raíz sanitaria indeterminada, ha llevado a algunos ilustres a prever el <<fin del capitalismo>>. Tal es el impacto destructivo y el sufrimiento provocado por la pandemia y lo que le cuelga. Y de la misma forma que en la anterior, la salida se anticipa por las antípodas de lo que se pronosticaba. También hoy la banca se lleva el oro y la gente la ceniza. Las grandes fusiones en marcha, Caixabank con Bankia y BBVA con Sabadell, harán del sector financiero un duopolio imperfecto que abocará a la amortización de decenas de miles de empleados. De suyo, este letal coronavirus coronará al capitalismo del futuro. Que aterrizara digital, verde y con no sé cuántas golosinas más para poder calificarle de postcapitalismo, que suena a algo superado.

Además, esa secuencialidad del capitalismo con rostro ecológico y tecnológico se afirmara sin que haya resquicio para la rendición de cuentas. En 2008 la ciudadanía respondió con revueltas, en 2010 lo está haciendo con resignación. No solo porque entonces quedaba muy claro el epicentro del problema en el vil metal, sino porque actualmente, aparte de desconocer todavía dónde, cómo y por qué se desató la pandemia, el propio sistema económico aparece del lado de la solución. En el mejor de los casos, después de un macabro balance de miles de muertos y contagiados, serán los recursos privados los que faciliten la sanación. La vacuna, o las vacunas, no han sido producidas por los Estados, en lo que podía significar un ejercicio de solidaridad mundial, sino por corporaciones multinacionales.  El capitalismo ha llegado al final de su escapada logrando lo que con tanta unción ambicionaba: hacer del Estado su sucedáneo. Serán los Estados, con el dinero público, los que no solo pagarán la factura sino los que incluso puede que obliguen a la población a someterse a la tonsura de la vacunación masiva.

Al negocio de la guerra; de la deforestación; de la contaminación en tierra, mar y aire; y de cuantas tropelías se sirve la única economía realmente existente para explotar el globo, se une ahora el negocio de la salud y de la muerte. Nuestras últimas voluntades retroalimentan y fertilizan al capital transgénico de la <<nueva normalidad>>. Pero el relevo imperial lo ostentará otro actor hegemónico: la China andrógina capimunista de donde se escapó  el mortífero  y aún misterioso <<bicho>>. Eso en lo máximo, pero en el detalle sucede parecido. No hemos deshecho el nudo gordiano, lo hemos usado para la corbata. ¿Cuántos de nosotros que bramamos contra la inhumanidad del sistema no contribuimos a su perpetuación? Que tire la primera piedra quién no ha haya  echado mano de Amazon y  de otras plataformas de compras y servicios on line por comodidad y low cost.  ¿Y si no lo hiciéramos, dejaríamos sin curro a los más vulnerables que los currantes menos cualificados? Hoy ser consecuente tiene un precio: despreciar la mentalidad utilitarista. Este Leviatán es tecnodarwinista, y cuenta con que nuestra banalidad juegue a favor de la adaptación a su implacable medio. La diferencia es que ahora los clónicos no son los más fuertes (inadaptados) sino los más débiles (adaptados y confinados).

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