El Vaivén de Rafael Cid
<<Soy capaz de recordar todos mis olvidos de memoria>>
(Escrito en el suelo de un paso peatonal)
Casi todas las opiniones que se están vertiendo sobre el auge de la extrema derecha son interesadas, de parte, y por tanto sin fundamento en los hechos. Buscan justificar una realidad que certifica el fracaso de las políticas de quienes se presentan como denunciantes. Por eso, ni siquiera se atina a la hora de etiquetar lo que sucede. Ultras para unos, populistas para otros, neofascistas para los más, su polisemia indica la volubilidad del fenómeno. Miopía tanto más grave cuando la sedicente izquierda desalojada del poder lo blande como excusa para una recomposición de fuerzas con que evitar el colapso. La fórmula es muy socorrida, consiste en fabricar un enemigo hurtando las evidencias (un fantasma recorre….) Soslayar las raíces del conflicto es un error, porque lo único que consigue es vitalizar lo que en teoría se pretende superar. El ejemplo español es un espejo de este insano proceder.
Dado el carácter continuista de la Transición (de la Dictadura a la Democracia sin solución de continuidad), con la muerte de Franco no caducaron las ideologías autoritarias pre-existentes. Los partidos de <<signo facha>> nunca fueron ilegalizados, y con ese aval en ristre se presentaban a las elecciones, aunque sin sentar plaza en las Cortes. Hablamos de un grupito de nostálgicos con escaso reconocimiento social, por más que su actividad pública se hiciera notar en fechas señaladas como el 20-N (Ynestrillas y demás ralea de mamporreros, por ejemplo, no cantan misa en este convento). Una antigualla rozando la marginalidad y la indiferencia. Únicamente en 1979 logró una cierta notoriedad, al arañar un escaño el dirigente de Fuerza Nueva, Blas Piñar, con 378.964 votos recibidos, el 2,11% de los sufragios.
Travesía en el desierto que ha durado 40 años. Hasta que el pasado 10 de noviembre una formación de nueva planta consiguiera diez veces más refrendos en las urnas, convirtiéndose de la noche a la mañana en la tercera fuerza parlamentaria del país. Exactamente 3.640.063 votos, alcanzando el 15,1% del total emitido y 52 disputados, y ello en plena orgia antifranquista con la expulsión de la momia del dictador del Valle de los Caídos. Pero con ser eso importante, lo más inquietante estuvo en que esta vez no se trataba de desechos de tienta del viejo régimen. En España no hay, se mire por donde se mire y por mucha obcecación que se ponga en el intento, cerca de cuatro millones de fascistas convictos y confesos. La que ha permitido al partido nativista de Santiago Abascal colocarse por delante de Unidas Podemos y de Ciudadanos es que sus votantes proceden mayoritariamente de la clase obrera y trabajadora. Y eso señala en una dirección inédita, ajena a las tesis del revanchismo, el franquismo sociológico o el totalitarismo racista, otra cosa es la xenofobia instrumental. Lejos de identificarse como antisemitas, los <<populistas fachas>> muestran admiración por el Estado de Israel, de la misma forma que son neoliberales en lo económico y observan con creciente interés el modelo chino de mercado libre salvaje en lo económico, control comunista-absolutista en lo político, y paternalismo de videovigilancia en lo social. Los bárbaros están aquí porque son de los nuestros. Ese es el secreto de su resiliencia: la cantera. Veamos.
El fenómeno ha cristalizado en Europa precisamente en los dos países donde el partido comunista y los sindicatos hermanos, el bloque de izquierdas clásico, eran las fuerzas político-sociales dominantes. Marine Le Pen por parte de Reagrupamiento Nacional (antes Frente Nacional, ojo al giro semántico de cambiar el concepto hostil de <<frente>> por el más cordial de <<reagrupamiento>>) en Francia, y Matteo Salvini por la Liga en Italia, representan en estos momentos los principales polos de atracción ultra. ¿Casualidades de la vida? No parece, normalmente si corre como un perro y ladra como un perro suele tratarse de un perro. La prueba del algodón de semejante apareamiento (¿contra natura?) radica en el hecho de que el otro territorio donde el alzamiento del populismo es más acusado está en los antiguas repúblicas populares de la órbita soviética, y más en concreto en la Alemania del Este, donde incluso adopta parte del utillaje ideológico del nazismo (acrónimo, no debe olvidarse, de nacional socialismo).
Hay pues una transferencia de clase trabajadora de un extremo al otro. Algo aparentemente disparatado si no reparamos en los elementos de afinidad que, aún de manera solapada y clandestina, comunicaban ambos disensos ideológicos. Un mismo magma autoritario; cohortes acostumbradas a la disciplina del ordeno y mando; gentes jerarquizadas en el culto a la personalidad; feligreses de un pensamiento único siempre dopado desde la cúpula de la organización. En pocas palabras, lo que ha hecho posible esa alquimia bipolar izquierda-derecha, ha sido comulgar disciplinadamente con un ideario iliberal de arriba-abajo. La inexistencia, en suma, de una sociedad civil activa al margen de lo que se proyectaba desde las alturas del Estado pentocrator. Por eso, cuando los antiguos referentes del socialismo de Estado y la socialdemocracia fallaron, por mostrarse falsos o porque fueron abducidos por el estamento neocapitalismo, sus bases de antaño buscaron refugio en cuarteles que ofrecían parecidos argumentarios en odres nuevos. El horror al vacío es mal consejero. De ahí que la creación del enemigo utilizado como salida de urgencia por las antiguas fuerzas victimarias no sirva sino para apuntalar su decadencia ante el goteo de una realidad tozuda.
Porque no todo es psicología de masas desdichadas. Existe una materialidad desencadenante. Un principio fundante que moviliza esa interacción entre adversarios. Las personas (amén de colectivos y comunidades) que así obran son las perdedoras del progreso y de la crisis. Hombres y mujeres que por su posición en la escala social resultan más vulnerables a las diferentes olas modernizadoras. Incapaces de adaptarse a lo cambiante por mentalidad o falta de recursos y habilidades para afrontar las bruscas transformaciones que impone el big-bang del sistema económico, quedan a merced de los elementos. La última encuesta del CIS, de noviembre-diciembre de 2019, corrobora esta sinopsis reflejada en el target de los votantes de VOX. Lejos de lo que mediáticamente se propaga con profusión, a sus electores apenas les motiva el asunto de los inmigrantes (3%) ni el conflicto independentista catalán (5,2%), sino, y a mucha distancia, la economía (31,4%), el paro (30,8%) y la sanidad (19,2%), y además constata que atrae mucho más voto joven que el PP y el PSOE.
No es algo nuevo en la historia, salvo en las dimensiones con que se presenta en la actualidad. Ocurrió cuando la revolución industrial expulsó de su hábitat a millones de agricultores y población del sector rural propiciando el movimiento ludista. Y sucede ahora ante nuestros ojos a caballo de una revolución tecnológica y cibernética que asume la emergente robotización como un rentable sustituto del factor trabajo. En ese extrañamiento y desarraigo es donde pululan los populismos forjados en la tradición materialista de las clases obreras que fidelizaba la izquierda autoritaria. Curiosamente el nuevo gregarismo camina en dirección opuesta a lo pronosticado en el Manifiesto Comunista (“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”) como inevitable rampa de lanzamiento de un proletariado emancipador.
En ese contexto, conceptos como democracia, justicia o libertad resultan banales cuando la dignidad es atropellada. Incluso la misma distinción de progresistas y reaccionarios pierde sentido, si de lo que se trata es de dar valor a categorías humanistas. ¿No ha sido históricamente la izquierda a la vez progresista y reaccionaria? Progresista en su afán por mejorar las condiciones para disfrutar de la plenitud de la vida sin ataduras ni dependencias castrantes. Reaccionaria en su rechazo de los poderes que se oponían a su emancipación. El Mercado Común Europeo, primero, y después de la Eurozona, se configuró sobre ese desplazamiento progresista. De ahí el escepticismo europeista y el salpullido nacionalista que enarbolan los populismos de nuevo cuño. Contenidos sus efectos marginadores durante años gracias a los colosales fondos estructurales con que se dotó la gran transformación, su efecto dañino sobre la población asalariada se constata en el paro estructural y precariedad existencial que hoy es seña de identidad de la nueva economía. También en la paulatina devaluación del Estado de Bienestar, cada vez más en debilitado debido a los ingentes gastos sociales que tiene que atender por el <<licenciamiento>> forzoso de millones de ciudadanos, desubicados de por vida.
Muchas veces el cambio, el progreso técnico-científico, la modernización, conlleva la destrucción de una forma de vida y de subsistencia acorde con los intereses y necesidades de unos poderes autorreferenciales, provocando un rastro de víctimas (perdedores e inadaptados) y un hondo malestar. Con lo que antes o después, de manera pausada pero constante, entre la perplejidad y el sentimiento de ofensa, se va tejiendo un instinto de supervivencia entre los afectados que se galvaniza en disidencia abierta, rechazo y nostalgia de un tiempo pasado que se percibe mejor. El eslogan <<los nuestros primero>> en todas sus modalidades es el banderín de enganche de este movimiento justamente <<reaccionario>> ante la agresión que supone el cambio de ciclo sin medidas preventivas-paliativas ni alternativas existenciales. Porque el guion del cambio liderado por el neoliberalismo siempre prima el utilitarismo feroz de lograr el máximo beneficio con el mínimo coste, dejando a su paso un marco de derechos sociales jibarizado (trabajo basura; pensiones insuficientes; acceso a la vivienda gravoso; retórica igualdad de oportunidades; brecha generacional; desigualdad social estructural; segregación de género; parasitación territorial del campo por la ciudad, que en el caso español se agrava con la flagrante inequidad entre comunidades; desprecio de las minorías; etc.). En estas cohortes de marginados y deslocalizados por la ruleta rusa del sistema se explican situaciones como ver en los migrantes una competencia desleal; el repudio de la globalización (en esto coincide con la izquierda aunque por motivos diferentes) o el desdén con que se juzga todo lo que suponga diversidad ajena al acervo tradicional en usos y costumbres (la defensa del animalismo versus festejos populares sangrientos, como la <<fiesta de los toros>>).
Esa vorágine que liquida lo viejo sin acabar de legitimar y sedimentar lo nuevo deja heridas profundas en la cohesión social y en colectivos excluidos por la obsolescencia sobrevenida de su <<valor de cambio>> en el mercado competitivo. Abocados al infortunio de un futuro punitivo, muchos ciudadanos añoran épocas pasadas y abrazan políticas conservadoras y recalcitrantes que a menudo erosionan valores de libertad, igualdad y solidaridad, imprescindibles para el prestigio y la sostenibilidad de la democracia. Así hemos visto a sindicalistas aplaudir la entrada de contratos (<<carga de trabajo>>) para construir buques de guerra destinados a regímenes que vulneran sistemáticamente los derechos humanos, o al personal de las muy contaminantes centrales térmicas rechazar frontalmente su cierre al no existir un plan de recolocación cierto y seguro. A la fuerza ahorcan, y se comete una injusticia histórica cuando se coloca a los trabajadores ante la única salida de optar entre ser villano o víctima (martillo y yunque) en el avatar de la aceleración de un progreso depredador. En esta encrucijada es preciso recordar que durante la Segunda República los afiliados de la CNT se negaban a firmar convenios laborales que admitieran la construcción de cárceles. Un compromiso ético concordante con la declaración menos conocida de la Primera Internacional empatizando la doble responsabilidad del naciente movimiento obrero: <<no más deberes sin derechos, ni más derechos sin deberes>>.
El vendaval reaccionario no amainará porque desde la centralidad política se le ha interpretado oportunistamente como un resurgimiento del ADN fascista, inoculando una deshumanización interesa al proceso que representa, y no es así salvo para una minoría de exaltados anacrónicos. Por el contrario, su fuerza anida en masas populares que se sienten víctimas de la globalización progresista y traicionadas por sus antiguos representantes. Derivada del <<eterno>> conflicto entre la alienación del trabajo (fuerzas productivas), la fetichización de la mercancía (relaciones de producción) y la obsolescencia de la política concebida como franquicia económica. Frenar esa deriva y crear anticuerpos disuasorios exigiría, pues, desmontar la mentalidad autoritaria y pauloviana que induce a sus adherentes a buscar refugio, apoyo y defensa en estructuras dirigentes refractarias. Algo muy difícil porque sería incitar a un proceso de transgresión sistémica que cuestionaría su propia existencia. Y sobre todo debido a la acusada falta de perspectiva por parte de una izquierda narcisista que, al consignar su irrupción en clave retrógrada para camuflar sus carencias y renuncias, provoca un bucle frentista que dinamiza la reputación social del adversario. Sin revertir las causas no es posible refutar los efectos, sobre todo cuando su huella biológica adelanta una realidad mutante. Como ya advirtió David Hume, <<la razón es esclava de las pasiones>>.
(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de Febrero de Rojo y Negro)
Comentario del análisis de Rafael Cid por el Cagallero de la Tenaza
Es digno de valorar en positivo el diagnostico de Rafael Cid sobre la situación social y política del país, pero sobre todo su acierto en el filomeno VOX en la arena política de esta sociedad nuestra, tan desnortada ella. Es esta biocenosis de dicho filomeno el resultado torpe y obtuso de una izquierda pos-moderna y sin sustancia. Cierto que las cabezas visibles de VOX no ofrecen un discurso brillante y creíble que haga de ellos algo a tener en cuenta, pero, todo se andará. Las verdaderas cabezas pensantes de esta formación de extrema derecha están entre bastidores tirando del hilo ideológico y no son precisamente unos cualquiera, pues tienen formación y fuste ideológico para dar y vender, lo que les falta es tiempo para ir aplicando su método ideológico, el cual tiene un larguísimo recorrido en la «Escuela de Oviedo» del fallecido Gustavo Bueno. Por ello no es caso de despreciar o minusvalorar a semejante adalid del neo liberalismo en su versión más cerril y fascista, ¡¡¡OJO!!!
En la situación del sector primario, tan dependiente este del capricho de la ciudad, de los políticos de turno, sindicatos sin excepción y faunas variadas que medran a la sombra de ese ídolo construido por la minoritaria, pero poderosa sociedad política en detrimento de la sociedad civil, que a su vez esta sociedad civil se mueve como pollo sin cabeza y a la contra de lo que debiera ser la defensa de sus intereses y de conjunto. El sector agrícola lo tiene muy difícil, pues si mira a su alrededor solo encuentra hostilidad e incomprensión, por tanto nada esperen de los políticos, sindicaleros y demás faunas. El sector primario nunca estuvo bien tratado. Comenzado por los Austrias primero, después los borbones, segunda república y el franquismo después y como remate la política agraria de Europa, de primero la zanahoria y después el estacazo en la cabeza es el resultado de un sector maltratado siempre por políticas favorecedoras de la concentración de capitales. Sólo nos queda los servicios, las PUTAS y nada más, bueno… Y los hijos de estas últimas muy dignos y estirados todos ellos y ellas. Por lo demás chapó el artículo de Rafael Cid. Y a la CGT le lanzo esta andanada: además de publicarlo en vuestro Rojo y Negro haríais bien en tomar nota de ello. Fin del comentario
Emili Justicia