Artículos Perecederos
Antonio Pérez Collado
Pocas noticias (o simples anécdotas noticiables) tan difundidas como la expulsión de Ciudadanos de la marcha del orgullo LGTBI de Madrid; ni siquiera la conquista por la selección española del campeonato europeo de baloncesto femenino (evidentemente no ha sido el de balompié masculino) ha superado el momento de gloria de Inés Arrimadas llamando fascistas a quienquiera que les pite o les grite su incoherencia y oportunismo a la hora de abrazar causas susceptibles de ser rentabilizadas en las urnas.
Como suele ocurrir cada vez que que algún personaje político se agarra al derecho a la libertad de expresión (si es él la víctima de un escrache, boicot o abucheo) los medios de comunicación se alistan enseguida en dos bandos: los afines a los ofendidos, que claman contra los intolerantes y enarbolan todos los derechos que protegen la libre expresión, y los simpatizantes con los supuestos ofensores, que justifican los insultos y empujones, puesto que han sido la lógica respuesta a una provocación; que es lo que parece haber ocurrido con las huestes de Albert Rivera en más de una ocasión.
El problema y la falta de rigor de esa prensa tan poco objetiva estriba en que, a la una y a la otra, les importa muy poco la libertad de expresión (y el resto de libertades) si los que ven como se impide su derecho de opinión, de manifestación o de huelga son ciudadanos de a pie o colectivos en lucha por una vivienda digna, por los servicios públicos, contra la corrupción o sindicatos alternativos que están defendiendo salarios, empleos y condiciones de trabajo. En esos casos, el silencio cómplice ante la represión y los abusos policiales y judiciales es la respuesta casi unánime.
Desde luego que no es tarea fácil saber en cada caso a quién asiste la justicia (la Justicia ya sabemos que está con los poderosos) ante este tipo de conflictos. Es evidente que todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones, por minoritarias o radicales que sean, pero la duda surge cuando esas opiniones se quieren manifestar dentro del acto que otras personas o grupos -con ideas contrarias- han convocado legalmente para defender públicamente sus reivindicaciones o quejas. Como forma de tirar por el camino de en medio se me ocurre sugerir que tales confrontaciones se diriman sin recurrir a las agresiones físicas. Mucho diálogo y más paciencia cuando haya que convencer a alguien, que no ha sido convocado, de que ese no es su sitio ni su compañía es grata para los organizadores y los asistentes al acto en cuestión.
Volviendo al asunto de la expulsión del Ciudadanos de la comitiva del orgullo madrileño, hay hacer alguna observación más. Por ejemplo, se puede comentar el tono exaltado de la unánime reacción en redes sociales de todo ese entorno sociológico de la izquierda progresista contra la presencia de Arrimadas y los suyos en la mencionada manifestación del 6 de julio en Madrid.
Cierto que este partido buscaba la imagen de manifestantes que les cerraban el paso y les increpaban. Pero precisamente porque su presencia se debía a esa clara intención, quizás hubiera sido mejor ignorarlos y no proporcionarles la ocasión de acaparar portadas y telediarios al día siguiente. Supongo que tampoco las carrozas de muchas empresas e instituciones que participan en el día del orgullo son vistas con simpatía por todo el colectivo LGTBI y no por ese se les expulsa del cortejo a base de improperios.
Porque si nos ponemos tiquismiquis podríamos llegar a cuestionarnos si es coherente participar el 1º de Mayo (por ejemplo) en manifestaciones donde están, precisamente, las organizaciones y los líderes sindicales responsables de la firma de las reformas laborales, los ERE, los recortes salariales y de las pensiones, los convenios de hambre y todo una seria de actuaciones que son el origen de la situación de precariedad, paro y pobreza que sufre esa clase trabajadora a la que aseguran pertenecer los que aún apoyan a los sindicatos del sistema.
Y no olvidemos el cabreo que nos invade cada vez que vemos cómo los políticos profesionales encabezan las manifestaciones cuyas demandas colectivas poco o nada han defendido desde sus cómodos y bien remunerados puestos, dejando a los verdaderos impulsores y protagonistas de las luchas el honor de portar las pancartas que no salen en las fotos.
En fin, que a veces nos vemos obligados por las más diversas circunstancias a salir a la calle “arrejuntados” con gente que alguna vez viene con nosotros por intereses poco confesables.
Antonio Pérez Collado