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Opinió

Mediocracia

El Vaivén de Rafael Cid

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“La primera condición para toda cultura verdadera es que corresponda a las realidades sociales de aquellos que modelan su modo de vida conforme a ella” (Karl Polanyi. La cultura en la Inglaterra democrática del futuro)

En un reciente artículo sobre un poeta oral que solo en sus últimos años aceptó publicar sus versos en libro, señalé esto: “El paso de la tradición oral a la escrita, y de esta a la impresa, representó un cambio de paradigma tan contundente que se podría asimilar al tránsito de la democracia directa (en su espléndido origen ateniense fue ágrafa) a la denominada democracia representativa (mediante intermediarios). La primera era popular e inclusiva. La segunda elitista por estar monopolizada en sus inicios por la clase monacal (un guiño a la democracia censitaria), y en la actualidad funge selectiva al necesitar cierto bagaje instrumental (desde las cuatro reglas a los arcanos de la informática) para ejercitarla”.

“Pero en realidad lo fundamental en todo este recorrido histórico son los contenidos y lo contingente solo los envases que cada etapa impone. Este proceso cognitivo que conduce desde la era analítica a la digital, sustantiviza lo que se dice (software) y relativiza aquello con lo que se dice (hardware). De ahí que los poderes recelen tanto de la recuperación de la memoria histórica, que es una mezcla sulfurosa de experiencia individual (la memoria) y colectiva (la historia). Aunque es indudable que la tecnología ha permitido la comunicación a escala (otro ingrediente común con la democracia de masas) muy por encima de la capacidad de la voz debida a la cultura de proximidad. Un salto exponencial (como el que va de la artesanal honda al teledirigido misil) y metonímico de herramientas que declaran la guerra en nombre de la paz”.

Me parece que en estos dos párrafos hay materia para encarar el tema de la problemática de los medios de comunicación alternativos. Porque insinúan valores que seguramente justifican el mérito de su irrupción. Estamos ante una especie de competición sin rivales. Por un lado, parece que lo importante en todos los tiempos han sido los contenidos, lo que la gente decía. De la calidad de esos mensajes dependía en buena medida la interacción social. Pero al lado, se reconoce que los cambios continuos en el tipo de medios utilizados han tenido una influencia decisiva en el hecho comunicacional. Uno de los grandes teóricos del ramo, Marsall McLuhan, tiene pontificado que “el medio es el mensaje”. En realidad un cliché sacado de contexto si no se completa en su literalidad fundante: “el medio es el mensaje y el masaje, en la medida en que el frotamiento continuo a que somete a los cerebros modela a estos y los deforma”. O sea, el soporte técnico (el medio) desvirtúa y re-nombra al mensaje, “lo mediatiza”. Curiosamente, lo mismo que hace la democracia representativa frente a la democracia a secas (directa), que desplaza al sujeto de la política, re-presentándolo para en teoría salvar el problema de la estadística electoral (el despotismo de la “ley del número” que denunció Ricardo Mella).

Ese determinismo mediático, por su complejidad y naturaleza industrial, ha estado casi siempre en poder de las capas más ricas de la sociedad, lo que les ha permitido influir además de mandar. Es la hipótesis marxista sobre la ideología dominante como la ideología de la clase dominante, tan próxima a la que desarrolla Thorstein Veblen en el célebre libro La cultura de la clase ociosa, sobre la cultura como expresión de la distinción de clase. Por eso, durante muchos años la opinión pública ha sido clonada por la opinión publicada (admitiendo sin reservas que sin una amplia libertad de expresión no existe ni puede existir ejercicio democrático). Quiere decir esto que mediante esa técnica de gota malaya institucional, la gente ha terminado admitiendo como suyas las opiniones y las informaciones que vertían los medios de comunicación ajenos, gubernamentales o privados, y casi siempre hostiles. No había alternativa. Si alguien la postulaba era en una situación de tanta desigualdad en cuanto a los recursos utilizados que casi siempre se convertía en un “desideratum”. Con su consiguiente dosis de frustración bumerán, que servía para reforzar lo políticamente correcto.

Por eso cuando internet socializó la capacidad mediática se abrió un nuevo campo para “lo alternativo” que brincaba sobre su habitual y estéril marginalidad. Desde ese momento casi cualquiera podía tener su propio medio informativo y además ser comunicador global. Era en la muy lejana distancia un vago remedo del “gobernar y ser gobernados” del ideal democrático. Comenzaba el ocaso de los media como cuarto poder y coto cerrado de los poderosos y con ello esa especie de númerus clausus que reducía a los profesionales del periodismo la misión de transmisión del conocimiento. Tamaña democratización de los medios-herramienta ha significado la puesta en valor de nuevo de los contenidos. Montar una web o gestionar un blog, embriones del quinto poder 2.0, es una realidad plural que puede reportar una satisfacción personal aunque conlleva servidumbres. Solo los que ofrezcan contenidos (informaciones y opiniones) veraces, valiosos y renovados gozarán de verdadera influencia. Y claro, al haber sido durante casi dos siglos los mass media un sistema de control desde arriba (el frotamiento de los cerebros que dice MacLuhan), los alternativos están beneficiándose de su creciente descrédito y de la autocensura que como intérpretes espurios de la realidad practicaban. El caos en la red que ha subvertido las clásicas jerarquías mediáticas representa por primera vez en la historia de la cultura de masas una ventaja para los amateurs.

Con ello podría afirmarse que se ha cumplido aquella profecía de Marx sobre que “la primera libertad de prensa consiste en no ser ninguna industria”. No olvidemos que el “negocio de la información” se basa en dos saqueos que expolian esa necesaria libertad de prensa a sus verdaderos titulares, los ciudadanos. Uno es el que otorga en exclusiva a las empresas (privadas o gubernamentales) la comercialización de la información, una actividad que goza de la gran ventaja de manufacturar bienes libres, ya que en origen la materia prima, las noticias, es gratuita. Y otro, más patente en los casos de los grandes canales (radio y televisión), consistente en otorgar concesiones públicas a los empresarios del sector para la explotación de ese pool que aglutina información, opinión, publicidad e influencia. No es casualidad que la otra gran concesión al libre mercado desde el Estado tenga que como diana el vil metal, el dinero, el valor de cambio por excelencia, el rey de los intermediarios. Esta licencia afecta al establecimiento de entidades bancarias con su correlato de creación de dinero (bancario) a través de la propia actividad financiera.

Ese mundo aparte, superior y campeador, está siendo cuestionado por la emergencia de la guerrilla alternativa. El retorno a los contenidos, una vez compensada la brecha mediática por la accesibilidad técnica, tiene además un alto sentido simbólico. No solo interfiere el monopolio de la información y de la opinión, que ha hecho posible ese “corta y pega” mental de que la opinión pública quedara subsidiaria de la opinión publicada, sino que está democratizando la globosfera en la propia dimensión política, interfiriendo el eje de transmisión de señales desde arriba abajo con que el poder actúa a control remoto. La entrada en escena de medios de comunicación alternativos críticos del sistema dominante introduce una ruptura en el proceso de formación de toma de decisiones, hasta ahora dominado por los media oficiales, que afecta a todos los ámbitos de la vida social (elecciones, consumo, rutinas, etc.).

Veíamos al principio que se podía establecer una serie de equivalencias entre el tipo el soporte de los medios (oral, escrito, impreso, digital) y el modelo de democracia (directa, censitaria, representativa, de masas). De hecho en estos dos ámbitos el invariable es el mecanismo de mediación, comunicativo o político. Ambos señalan una característica fundamental de la dominación en el capitalismo avanzado. El hecho de que son otros los que nos representan, que el derecho a decidir lo ejercen desde afuera en nuestro nombre y a menudo con nuestra aquiescencia.

Es la famosa “servidumbre voluntaria” remozada en el plano político, comunicativo y económico bajo la rúbrica del consentimiento. Gobiernan porque les elegimos; nos explotan porque consentimos el moderno trabajo esclavo y, en fin, nos cuentan cómo paso bajo su retórica porque son ellos quienes tienen los medios para moldear la opinión pública (el mensaje y el masaje). De ahí que suela decirse que lo importante no son los hechos sino la percepción que de ellos tengamos. Malestar existencial que llevó a la Premio Nobel de Literatura 2004, Elfriede Jelinek a afirmar: “ya no existe lo que podríamos llamar primera naturaleza, la autenticidad de la experiencia de cada uno es producto de la segunda naturaleza, de la avalancha de imágenes de los medios de comunicación”.

Notable también es señalar que todo este carrusel de “ordeno y mando por nuestro bien” se consuma sobre un plano de irracionalidad que añade, albarda sobre albarda, un elemento más de sostenibilidad ficticia a un modelo por de sí cada vez más volátil e imprevisible. En este sentido resulta notable que el sistema pivote sobre la plena libertad de la persona jurídica, las empresas (el libre mercado autorregulado), mientras en el terreno de las personas reales, físicas, predomina la regulación coactiva del marco legal estatal. Un choque de trenes on line. Política, economía y medios cabalgan juntos. En épocas de vacas gordas rige la concentración política-económica-mediática como divisa de su gravitación universal. Y cuando el ciclo cambia, la crisis se instala en la triada y el desplome de uno repercute en los otros como si se tratará de descalabradas fichas de dominó. Ahora mismo, el descrédito se ha instalado en esos tres tenores, perdiendo a borbotones la eficacia funcional que pregonan.

Decía J.T. Klapper en su clásico Efectos de la Comunicación de masas, “los análisis sistemáticos de contenido revelan que gran parte del material de los medios masivos describe un mundo que no corresponde al que existe a nuestro alrededor. Este mundo mítico se caracteriza principalmente por una representación excesiva de los poderosos, e insuficiente de los miembros de las clases inferiores; por una ausencia casi absoluta de problemas sociales, el predominio de una rígida moral de clase media y el triunfo de la justicia poética”. De esta manera, a través de la bola de cristal de los mass media del sistema, el entorno perceptible se adapta a la horma de los intereses dominantes y a causa de los mensajes recibidos cada individuo vive una experiencia vicaria (la vida de los otros).

Por su parte, Max Weber citaba la formación del “carisma” en la decantación en la memoria individual de cierto número de imágenes de personalidades que fabrican “líderes de opinión” ad hoc. Ese mundo de famosos que tienden a ocupar todo el imaginario social contribuye iconográficamente a la consolidación del statu quo. Es un proceso que Ernst Cassirer describió en El mito de Estado, ubicando su genealogía totalitaria en la exaltación del mito del héroe por Carlyle y el romanticismo retrógrado. “Los caudillos políticos de los estados totalitarios –mantiene el filósofo- han tenido que tomar a su cargo todas aquellas funciones que en las sociedades primitivas correspondían al mago”. Lo que por su parte el historiador Max Bloc analiza en “los reyes taumatúrgos”.

Vencen pero no convencen. Son legales en cuanto institucionales, pero ilegítimos respecto al consenso popular. La economía ha demostrado su impostura como medio de extracción de renta de arriba abajo; la representación política aparece como un tosco mecanismo de suplantación de la voluntad de ciudadana y los medios de comunicación naufragan en el descrédito general por su impúdica impostura. No nos representan. Se mecen como sonámbulos en una cuerda floja que va de la mediación a la mediocridad. De ahí que su poder mengue al tiempo que el crac les sobrevuele y, lo que es más importante en nuestro caso, que aliente la alternativa de un contrapoder en las iniciativas que surgen del caos inoculado en las redes sociales. En este contexto sistémico irrumpen los medios alternativos del siglo XXI. Tecnologías de última generación, contenidos sin censura y públicos nuevos son los principales activos de su emergencia.

Y no se trata de un aterrizaje puntual en la caverna mediática. Medios alternativos, si por alternativo entendemos “otra visión” de la organización social, los ha habido siempre y en casi todas las familias ideológicas. Hubo en su día una prensa obrera que sirvió para articular a los trabajadores frente a la patronal, estructura que fue perdiendo fuerza e intencionalidad a medida que los partidos de izquierda referenciados se integraban en el régimen. Existieron también episodios underground de prensa de combate, como el proyecto del diario Liberación en España, un inframedio frente a sus contrincantes, que fracasaron porque no lograron maximizar su discurso más allá de la óptica sectaria de sus convencidos. También por la enorme desigualdad de oportunidades. Como elemento estratégico del sistema de dominación capitalista, los media institucionales no son ajenos al modelo de alta concentración de recursos que lo caracteriza, como bien ha analizado Takis Fotopoulos en la obra Una democracia inclusiva. Al monopolizar el sector en la práctica, lo mismo que en el plano político y en el económico, actúan como fábricas de consenso en favor del statu quo. Encerrados con un solo juguete casi logran que su oferta cree la demanda. Al menos en los dilatados periodos de paz social y relativa prosperidad económica.

Sin embargo, los medios alternativos de hoy están logrando atravesar el umbral de la visibilidad porque nacen con vocación de sociedad civil transversal sin excesivas dependencias ideológicas canibalizantes, es decir, con talante de comunidad (en el sentido cooperativo que Ferdinand Tönnies da al término). Periódicos como Diagonal; emisoras libres y libertarias como Radio Klara, con más de 30 años en antena; televisiones independientes tipo La Tuerka y sobre todo portales digitales progresistas a la manera de Nodo50, Rebelión o Kaos en la Red, disputan hoy con éxito el territorio de la comunicación a los mamuts del sector atrincherados entre la clientela más adocenada, pasiva y banal de la ciudadanía. Y ello por razones prácticas y deontológicas. Como refiere Pekka Himanen en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información, “los hackers se oponen al funcionamiento jerárquico por razones éticas como la que fomenta una mentalidad de humillación de las personas, pero también piensan que la fórmula no jerárquica de funcionamiento es más efectiva”.

Kaos en la Red es una web líder de las que operan desde España y su perfil identitario permite formarse una idea estándar de los medios alternativos de perfil izquierdista. Fue fundada en la localidad catalana de Tarrasa en 2001 como desarrollo en internet de Radio Kaos, existente desde 1987, con el propósito de servir de servir de portavoz para la difusión de noticias y opiniones del universo “anticapitalista y antipatriarcal. En la actualidad el portal tiene presencia en 36 países, cuenta con 154 colaboradores activos y 250 inscritos. Según datos facilitados por el propio colectivo, en junio pasado tuvo de promedio de 51.970 clientes diarios con un pico máximo de 75.458. En el reparto de audiencia por zonas geográficas, el primer lugar corresponde a España con el 54%, seguido de Estado Unidos con el 17% y México en tercer puesto con el 4%.

Lo cual no quiere decir que no haya que pagar un tributo. Algunos acontecimientos recientes deben ser entendidos como un aviso de los peligros que acechan a quienes ceden a la tentación de corromper los contenidos para favorecer sus propias posiciones ideológicas a costa de valores superiores como la paz, la libertad, la equidad o la solidaridad. La maldición del dicho “nunca dejes que al realidad te estropee una buena historia”, divisa del amarillismo periodístico a lo Primera Plana, también acecha a los webs-master (los nuevos gatekeepers) que semaforizan sus flujos informativos. La cobertura ofrecida por algunos medios alternativos sobre los sucesos de Ucrania ha sido un exponente alarmante de esos riesgos. Por ejemplo, el que posiblemente pase por ser el medio alternativo más afluyente (no influyente, ojo: recibe más 50.000 visitas por día) de esa galaxia, Kaos en la Red, ha tirado por tierra parte de su prestigio ante terceros no aliniados al visualizar los trágicos acontecimientos una pelea entre buenos y malos. Los buenos, buenísimos, los rusos antifascistas de Putin, y los malos, malísimos, los presuntos nazifascistas del Maidan.

En su ejercicio de claro holliganismo, Kaos ha llegado a centrar sus noticias en la reproducción de las crónicas que transmitían las agencias dependientes de Moscú, sin siquiera disimular su fuente. Por ejemplo, el 24 de agosto destacaba una noticia de Russia Today con el siguiente encabezamiento:” En Venecia quieren juzgar a Obama y Poroshenko por desatar la guerra de Ucrania”. Russia Today, el canal televisivo 24 horas creado por el jefe de prensa de Putin. Nunca nadie en ese marco comunicacional trataría la masacre de Gaza utilizando al gobierno israelí como portavoz de cabecera. Esto demuestra que en ocasiones la ideología anticapitalista de muchos de estos medios se interpreta desde posiciones de grosero antiyanquismo. Sospecha refrendada con alevosía cuando ese mismo portal tituló atribuyendo a una conspiración de la CIA-OTAN el derribó del avión holandés sobre la zona prorrusa de Ucrania donde murieron cerca de 300 personas.

Considerar este tipo de episodios como simples anomalías coyunturales sería tanto como renunciar al enorme potencial que tienen los media alternativos en el momento presente. En el caso que tratamos, Kaos es “un líder de la contrainformación”. Lo demostró en la cobertura del 15M, las protestas de los movimientos sociales y en asuntos tan estratégicos como todo lo que tiene que ver con la lucha por una vivienda digna, el hostigamiento policial a los sin papeles y otros hechos clave del activismo ciudadano radical. Y lo hizo ofreciendo a través de su sitio web servicios “triple-play” (texto, audio y video), ampliando con ello su campo de maniobra con la recepción de material procedente de los propios protagonistas y “corresponsales” puntuales. De ahí que no sirva solo con aprovechar la profunda desafección político-mediática existente. Dejarse colonizar por lo que Marie Bénilde, profesora de la Universidad Sthendal-Grenoble, denomina la “dictadura de la emoción” y “la inmediatez de la apariencia” (Periodismo para ordenadores. Le Monde Diplomatique, octubre 2008), puede ser un error letal, un suicidio mediático. Porque significa incurrir en los mismos vicios y prácticas tramposas que han socavado al periodismo del Ibex-35. En la riqueza de sus contenidos y la pluralidad de las opciones radica la posibilidad de un futuro de influencia para los alternativos como mentores más cercanos de la sociedad civil. Sin renunciar, incluso, a que un día portales como Geogle, Yahoo u Orange tengan que valerse de sus contenidos para responder a la demanda de sus propios públicos.

Concluyo con una última reflexión. La creciente fortaleza de los medios alternativos es adventicia, no nace de sus propias virtudes sino de los errores que han acumulado los medios de comunicación convencionales. Aunque sin duda contribuye a realizar su autopsia, al favorecer el colapso de la percepción que hacía pasar como positivos los referentes económicos y políticos que postulaba el sistema. Por tanto, el futuro dependerá de cómo actúen unos y otros en el marco de los tiempos venideros. Una perspectiva que para resultar halagüeña y duradera necesitaría un chocante cambio de roles. Los medios alternativos deberían aprovechar ese transitorio periodo de gracia que permite la tregua de la crisis sistémica potenciando la fiabilidad de los contenidos como fin. En la seguridad de que sus rivales fiaran su remontada casi exclusivamente en la apuesta tecnológica, convirtiendo en un fin en sí mismo la renovación de su arsenal de medios multi-soportes. Porque si los alternativos caen en el fetichismo de la tecnología entraran en una inútil carrera para ver quién de los dos posee el mejor medio de producción de mercancías informativas.

Como en el caso del poeta oral que citábamos al principio, igual que “publicar” no se puede reducir al hecho de editar en un libro, como parece dicta la modernidad, el acceso a la información no cabe jibarizarlo en una opinión pública rehén de la opinión publicada. Los medios de comunicación alternativos, que no son solo herramientas low cost, tienen ganado un sitio relevante en la sociedad de masas por tres razones fundamentales: la traición de los canales profesionales de comunicación; la irrupción de nuevas tecnologías que han democratizado el tratamiento de las noticias y, sobre todo y en primer lugar, porque reubica el proceso a los titulares del derecho de la información, que son los ciudadanos y no las empresas que los suplantan (representan) para reducirlos a una experiencia vicaria. Aunque para que la alternativa sea cierta y no una alternancia inocua, hay que persistir a la vez en las armas de la crítica y en la crítica de las armas. Una cultura que en palabras de Polanyi, “corresponda a las realidades sociales”.

(Nota. Este artículo fue publicado en el número 80, de otoño 2014, de la revista Libre Pensamiento).

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