El Vaivén de Rafael Cid
Zapatero se reinventa en el franquismo. Cuando aquel Caudillo de España por la gracia de Dios que padecimos, y nos dejó al Rey Juan Carlos como sucesor, tenía problemas serios que ponían en peligro la existencia del régimen, se inventaba la reconquista de Gibraltar para que con el fervor patriótico de las masas se olvidarán los verdaderos problemas. ZP tal baila. Ahora resulta que ha propuesto a la comunidad internacional liderar una intervención militar para quitar de la circulación a Gadafi. Va en serio, y aunque no habrá una foto como la del cuarteto de las Azores, el gobierno socialista está moviendo sus peones para llevar aquella patraña de la Alianza de Civilizaciones a su máximo nivel de incoherencia.
La especie tiene trazas de venir condicionada desde el otro lado del atlántico. Porque el anuncio de que España estaría dispuesta a intervenir en el conflicto libio si obtiene el aval de los países árabes llega después de una gira de urgencia realizada por el propio Zapatero y Juan Carlos a Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Túnez, que a su vez se realizó tras la celebración, también por la vía de las prisas, de un gabinete de crisis falto de la oportuna explicación en cuanto a justificación y contenido por nuestros siempre mordaces medios de comunicación.
¿Un auténtico disparate? Puede ser, pero la desesperación ante una debacle que según todas las encuestas va a ser memorable para el PSOE, no impide las salidas más procelosas y extravagantes del arsenal socialdemócrata. Sin caer en la teoría de la conspiración, que es algo que dejamos para Pepe Blanco, la cierto es que en sus momentos comatosos el PSOE sólo consiguió acceder al poder con prótesis excepcionales y cuando todos los pronósticos le daban calabazas. En el 82 a rebufo del miedo que el 23-F metió en el cuerpo de los españoles, y el 14-M, como consecuencia de otra catarsis de semejante calibre. En las restantes ocasiones, fue la propia inercia del ejerció del poder lo que le permitió conservarlo hasta que el pedaleo se agostó.
Para interpretar estos supuestos en su debido contexto hay que tener en cuenta algunos factores. El primero de todos, que la operación de recambio instrumentalizada por el felipismo jugando la opción Rubalcaba está en vía muerta. Y ello por un doble motivo, endógeno y exógeno. El exógeno es que la dinámica de paz con ETA previa legalización de Sortu queda prácticamente descartada, ya que la oposición de las asociaciones de víctimas, llevando a la calle su protesta, y la actitud recalcitrante de instancias judiciales haría recaer todo la responsabilidad de la aceptación de la nueva marca del independentismo abertzale en el ejecutivo, con el riesgo de, como indican los sondeos, aumentar aún más su descrédito ante el electorado. Lo que añade un elemento de incertidumbre sobre cuál vaya a ser la actitud final de ETA si Sortu no consigue sortear la criba de Ley de Partidos. ¿Existe algún malhadado cálculo que indique que la vuelta de la violencia etarra puede beneficiar las posiciones del gobierno al capitalizar la protesta de la sociedad civil de nuevo pillada en la atroz maraña del terrorismo? El elemento endógeno es en realidad una implosión y tiene como vector la reactivación del “caso Faisán”, hasta ayer un misil sin dirección que hoy acecha como una maldición al futuro político del ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba.
En ese galimatías adquiere sentido la sorprendente revitalización del papel político de la actual ministra Carme Chacón, precisamente la paladina por excelencia de la injerencia preventiva en el asunto libio. De ahí que, logrado -según parece al más alto nivel- un inicial “aval” de las monarquías del Golfo de Arabia para que España asfixie militarmente la opción Gadafi, conjurando con ello el contagio de las revoluciones populares en la zona, desde las estructuras de Defensa se haya comenzado a diseñar una salida por la tangente que la clase política en el poder estima podría cambiar el signo de la historia inmediata. El revelo del actual jefe del Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (CIFAS) por el vicealmirante responsable del Cuartel General Marítimo de Alta Disponibilidad de la OTAN es el último movimiento en el tablero para evitar el alud revolucionario en el sur del mediterráneo matando dos pájaros de un solo tiro. Y la penúltima jugada, ahora ya lo podemos deducir, fue la visita de Estado (al margen de Exteriores) del presidente del Congreso José Bono al dictador Teodoro Obiang, personaje que en esta coyuntura crucial ostenta la presidencia de turno de la Unión Africana (UA) y cuyos yacimientos petrolíferos (en las ganancias son de él, no de su pueblo) surgen como la alternativa más atractiva al lógico estrangulamiento de los pozos de la Libia de Gadafi. De ahí quizás el encuentro secreto entre Bono y Zapatero en la Cámara Baja y la enigmática y a la vez soez declaración de intereses que aquél hizo ante el tirano ecuatoguineano al proclamar “es mucho más lo que nos une que lo que nos separa”.
Claro que todo ese enorme despliegue no se justifica sólo desde la perspectiva partidista. Como toda maniobra que pretende conmover estructuras de poder, tiene necesariamente su compromiso social. Y en este caso de enorme calado: impedir que la elevación del precio del crudo y nuestra dependencia energética construyan los cimientos de una nueva y más dolorosa recesión, y la creencia estrafalaria en que una suerte de microkeynesianismo bélico ayudaría a desperezar la economía nacional. Por eso, a la ofensiva anti-Gadafi se han sumado con entusiasmo celebridades del atlantismo como el ex embajador ante la ONU, Washington y la OTAN Javier Rupérez, quien el pasado lunes 7 de marzo publicaba una tribuna en el diario monárquico ABC titulada “Intervenir o no intervenir: esa es la cuestión”, en donde se despachaba de esta beligerante guisa: “Pero si el Consejo de Seguridad –es decir algunos de sus miembros permanentes- no quiere considerar el tema, o haciéndolo no desea conceder su plácet, ¿dejaremos que los esbirros del exótico coronel se ensañen impunemente con los que piden su destitución?”. Curiosa diplomacia de las cañoneras para un curtido político que entre 200 y 2004 fue secretario general adjunto del Consejo de Seguridad.
Por cierto, esa no es la única indigencia ética que anima la pretendida guerra de Zapatero, aparte de olvidar que Ben Alí y Mubarak eran colegas suyos en la Internacional Socialista. Al parecer nadie ha pensado en la negativa reacción de muchos países latinoamericanos (destino de nuestras multinacionales) que apoyan una salida pacífica del conflicto consensuada con Gadafi; la posibilidad de que el islamismo radical ponga a España en su punto de mira o que, si la sangre llega al río, las armas que el gobierno vendió con avaricia al régimen libio se vuelvan contra la coalición que nuestro país abandera retomando el frustrado proyecto de Aznar con Irak. Los dos periodos de gobierno socialista pueden estar cortados por el mismo patrón incivil. El primero, con Felipe Gonzalez en Moncloa, empezó con “OTAN de entrada no” y encumbró a su secretaría general al que fuera ministro de Educación, Javier Solana, de infausto recuerdo en Belgrado. Y el segundo empezó con Rodríguez Zapatero bajo el viático de “No a la guerra” y lleva camino de consumarse en la misma lógica bárbara de razón de Estado con que se encubre el usufructo ilegítimo del poder.
PP y PSOE son mano derecha e izquierda del mismo organismo: EL CAPITAL.