Abel Ortiz
La segunda legislatura de Aznar fue gloriosa. No sólo ajustamos las cuentas al moro de la costa en Perejil sino que volvimos al lugar que nos corresponde en la historia, junto a los “grandes”, con los pies en la mesa y fumando un puro. Regresamos gallardamente a las pomporrutas imperiales que nunca debimos abandonar, por dios, por la patria y el rey, y enviamos a “nuestros” militares a morir en una tartana voladora que estaba de oferta.
Volvieron a casa amontonados de cualquier manera, confundidos los ataúdes, mezclados los restos. Aznar tenía prisa para la ceremonia, banderita tu eres roja, banderita tu eres gualda. El enviado a recoger los cadáveres se mamó en el viaje y, obediencia debida, apestando a coñac, ocultó aquella infamia. La culpa la tuvieron los turcos que no nos perdonan lo de Lepanto. Trillo y la familia bien, gracias. De la familia de las víctimas mejor no hablar. Víctimas, lo que se dice víctimas, sólo eran las del movimiento vasco de liberación. Las otras lo único que querían era joder la foto.
Nada de indios con jerséis de mercadillo, nada de mindundis, estuvimos, en prime time, con el mismísimo George W Bush, ese gran amigo, cenando en su rancho filete de búfalo mientras trabajábamos en ello y hacíamos un master en Georgetown. Los rogelios, verdes de envidia, ladraban su rencor por las esquinas incapaces de entender los grandes designios de dios y de la guerra.
Beatriz Talegón empieza la universidad. Derecho, que tenía, eso decía el estribillo familiar, mucho futuro. No lo sabían bien. La chica tenía labia, era espabilada, un poquito redicha pero suelta. Toca el piano con habilidad, estudia el microcosmos de Bela Bartok y cuando está de bajón escucha a Malher y a Silvio Rodríguez. De subidón le da por la salsa. En una manifestación del no a la guerra decide afiliarse al partido socialista, moderadita ella. Empezaba a ser culpable. Ya la miraban mal los compañeros más aguerridos.
La izquierda extraparlamentaria y ensimismada, liada en encarnizadas luchas intestinas, volvía al mantra relajante. Votar al PSOE era venderse al miedo. Los socialistas, con un ya largo historial de traiciones, definitivamente vendidos al patrón, como cantaba el inolvidable Chicho Sánchez Ferlosio en el romancero de Durruti, chantajeaban con el coco de la derecha. El chantaje era real, el coco también, el círculo de Dante. Por lo bajini, yo por lo menos, rezábamos a San Vladimir unos y a San Bakunin otros, para que quien fuera nos quitara de encima aquella camarilla de falangistas que amenazaba con quedarse décadas, como de hecho ocurriría en Madrid, en Valencia, en Galicia o en Castilla y León. Eran habas contadas, nos pusiéramos como nos pusiéramos, por más toneladas de imaginación que le echáramos al asunto. O ganaba el PSOE, con o sin IU, o tomábamos el palacio de invierno. Aquí sólo teníamos palacio de entretiempo y lo dejamos para mejor ocasión.
Durante esos años el noventa por ciento de los billetes de curso legal tenían rastros de cocaína, salsa rosa arrasaba y Felipe González, ya con problemas morales, se hacía joyero y amigo de gente de posibles. A su izquierda, el “abismo” empezaba a reaccionar. Una generación que había crecido con él de reina madre estaba hastiada de política de patio de colegio de curas y, más o menos conscientemente, no quería saber nada de congresos de majaras.
A pesar de todo, algo empezaba a moverse y fructificaba en el secarral la labor de militantes incombustibles que habían cruzado diecisiete desiertos, catorce océanos y veinticinco cordilleras. Se escuchaba el eco de Zapata.
Parece que los nietos del 36 empezaron a enterarse de que aquí hubo una guerra. Se teorizaba sobre una juventud acomodada, aburguesada y hamburguesada, que no sabía lo que valía un peine y que se había hartado de escuchar una amenaza que resultaría premonitoria: Hambre teníais que pasar.
Las generaciones anteriores, que venían de infancias muy duras en la España, España, España, calificaban de pijos a todos aquellos que no habían pasado calamidades sin cuento ni un miedo atroz. Puede que tuvieran razón. Ahora se arrepentirán de la profecía. Eran, al fin y al cabo, sus hijos.
Tuvimos ocho años de gaviotas para construir algo fuera del parlamento; no fuimos capaces o no dimos para más. Ni los sindicatos alternativos, CNT, CGT, SO, CSI y otros, ni los movimientos sociales, ni las decenas de partidos criptocomunistas, teníamos capacidad transformadora más allá de luchas parciales, necesarias, imprescindibles, inevitables pero insuficientes. Y eso, si somos minimamente congruentes, habrá que reconocerlo. O no, hay gente para todo. No se puede omitir que el empedrado estaba fatal.
Un buen día unos hilillos de plastilina nos pillaron cazando, pero era Cascos, el intachable, y no esos conspiradores antipatriotas de Bermejo y Garzón. De todas formas fue para allá Mariano y en un pis pas las playas estaban esplendorosas, a dios pongo por testigo. Piqué, el ministro, no el central, que por entonces era alevín, en primer tiempo de saludo, marcaba la pauta.
No sólo había armas de destrucción masiva, como probó el frasquito de polvo blanco que enseño Powell en la ONU, además es que los islámicos ponen burka a sus mujeres, no como nosotros que las matamos porque son nuestras y le ponemos música.
Allá que fuimos, de las Azores a Irak y Afganistán, a poner orden. Ya se sabe que los españoles dónde no llegamos con la mano llegamos con la punta de la espada. Toñín Blair, el socialdemócrata que acabó su mandato haciéndose católico, el de la tercera vía de frente contra el muro de hormigón, bromeaba con José Mari sobre quien tenía más gente protestando en la calle, gajes del oficio de sátrapa.
Conviene no olvidar que una parte importante de esta sociedad, amnésica cuando quiere, avaló aquello. Jeff Bush, in person, el hermanísimo, pasó por Madrid y prometió grandes beneficios. Algunos cuando oyen la palabra beneficios sacan el cetme y lo que haga falta. El gran Zaplana, huevos de oro, Mister Terra Mítica, ese gran negocio para todas las valencianas y valencianos, que ya iba en 16 válvulas, paradigma de la honestidad más acrisolada, paseaba moreno cartagenero señalando con el dedo dónde había que invertir, convenientemente asesorado por el injustamente olvidado ecónomo, que no economista, del arzobispado de Valladolid. Gescartera y Forum filatélico ya producían pingues beneficios y servían para ir tapando agujeros negros.
Durante los ocho años que duro aquel maravilloso sueño azul con la vuelta del guerrero del antifaz como icono patrio, la oposición, parlamentaria y extraparlamentaria hizo lo que pudo, ruido. Zapatero ya era bambi, un tontito cazurro del que poco había que temer, los bolcheviques estaban bajo control, no tenían periódicos, radios ni televisiones, los anarquistas éramos utilizados para asustar a las viejecitas y felices se las prometían, aunque no las tenían todas consigo, cuando explotaron los trenes.
Una masacre de obreros lo llamó, dando en el centro de la diana, Haro Tecglen, un periodista grande que era para ellos un divieso infectado. Le llamaban la momia, siempre tan finos. Tenía una columnita en el País, donde todavía abrevaba Herman Tersch antes de que le hostiaran en Chueca por patoso. Quedó claro que había sido ETA, como aprobó la ONU, siempre tan ingeniosa, a petición de la ministra Palacio.
Al presidente del gobierno, con esos reflejos que dios le dio, le faltó tiempo para llamar a los directores de los periódicos que no sabían que titular poner. Acebes dio el pié. Ha sido ETA. El que diga lo contrario es un miserable.
La gente, que es muy mala, no se lo creyó. Zapatero salió al balcón. No os fallaré.
Desde el minuto uno del Zapaterismo la artillería pesada no dejó de disparar, por tierra, mar y aire. La orquesta Mondragón incluida. Miles de horas de raca-raca en la radio obispal, miles de páginas de periódicos rancios. Cesar Vidal sacaba un libro diario contándonos que el abuelo de Zapatero era en realidad un asesino; le fusilaron los nacionales, si, pero era más malo que la quina. Llega a su esplendor Jiménez Losantos que venía, como Piqué, de la pureza revolucionaria más contrastada, desencantado del gran timonel y de vuelta a casa del padre con armas y bagajes. El pobre no lo hacía de mala fe, era para pagar a su hijo los estudios. En USA que es lo suyo.
Beatriz Talegón, flamante licenciada, se pega sus viajecitos, y se gana el dinerito para sus gastos o eso cuenta la leyenda. En el partido los cazatalentos empiezan a mirarla de reojo y le aconsejan que mejore el inglés. Ya tiene una bibliotequita apañada, sabe distinguir a Indalecio Prieto de Besteiro y Largo Caballero, ha oído a los mayores contar las aventis de Suresnes y el exilio y le aburren las batallitas internas del abuelo Guerra y los tíos Cháves, Ibarra y Maragall. Eso sí, hace unas fotos cojonudas a lo Cristina García Rodero.
Estamos ahora en los tiempos de Wyoming y la que está liando Zapatero. España se rompe, se vende Navarra a un señor de marrón y Aznar nos avisa de que con el tripartito se abre una puerta a la ablación del clítoris. Hay descojone general con los mini pisos (que lejos estaban los desahucios) y las ministras, mejorando lo presente, son objeto de burla.
El capitalismo es definitivo, cuenta Fukuyama, y quien puede compra pisos a siete para venderlos a diez. La primera línea de playa llega a los Monegros y se ha descubierto el desarrollo sostenible. Paparruchas. A diario llegan pateras. Se ahogan infinitamente más personas en el estrecho, intentando llegar a Jauja, que las que murieron cruzando el muro de Berlín. Rubalcaba manda a la policía nacional y Saura a los mossos. Pegan hostias como panes a los idealistas irredentos que erre que erre no se creen el cuento del japonés. Si la historia se ha acabado tenían razón los punkis. El futuro es chanel, cocaína y Dom Perignon. Menos lobos. La Cañada Real crece. Calatrava construye aquí y allá. Baratito claro.
Mañana el desenlace….