In memoriam
(A la luz inextinguible de un anarco comunista, mi hermano Oswaldo Muñoz, muerto en Paris este mes)
Abelardo Muñoz
En las últimas esquinas
Toqué sus pechos dormidos,
Y se me abrieron de pronto
Como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
Me sonaba en el oído,
Como una pieza de seda
Rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
Los árboles han crecido
Y un horizonte de perros
Ladra muy lejos del río.
(F.G. Lorca)
Mi hermano Oswaldo Muñoz, escritor y poeta, y por encima de todo, hombre cabal y dialéctico, ha muerto a los 57 años en su casa de la rue Titon de París, distrito 14; como un Heráclito de segunda debió preguntar a su hermosa esposa francesa, Laure, ¿en esto consiste irse del mundo? Ella no supo qué contestar. Mi querido e irremplazable hermano sabía de sobra la respuesta. Dejar de ser no es tan trágico como parece a primera vista. Además, como cuando tienes la suerte de ser joven, llega de sopetón y te evitas aguantar la pesadilla hospitalaria.
Pero Oswaldo sabía la respuesta. Corrían los inicios de los setenta y los fascistas aun detentaban el poder; no sólo ellos, los llamados reformistas no eran más que unos cabronazos camisas viejas a los que excitaba la política represiva más que una puta del chino. Así que a mi hermano Oswaldo y sus colegas, la Brigada 26 (cuerpo policial armado de corte matón y fascistoide) les jodió bien.
Luego la población hispana respiró hondo cuando vio por la tele en blanco y negro como volaba por los aires un asesino llamado Carrero Blanco; carnicero de obreros y campesinos, enemigo de la libertad. Acaso el atentado por el que la organización vasca ETA pasará a la historia de la democracia española, por mucha basura que ahora el pensamiento correcto de los ejecutivos social demócratas o neo fascistas quieran maquillar. Muerto ese matarife de demócratas, el criminal Franco se quedó sin sucesor.
Prendimos fuego a los fachas
Hay una secuencia memorable de nuestra humilde guerra antifascista en la que Oswald es protagonista. Una asamblea estudiantil en el paraninfo de La Nau; han asesinado a Puig Antich y los estudiantes estamos cabreados. Una asamblea masiva. Arrancamos las fotos del dictador fascista y su segundo y las sacamos al patio para quemarlas. La vieja universidad, una de las primeras de la desdichada península, y a cuyo rector republicano Peset ya habían asesinado con mucha vileza los fascistas, está cercada por unidades de la cutre policía de Franco, les llamábamos los grises.
Pero los maderos no se atreven a entrar. Había decanos con muchos cojones que nos defendían.
Es entonces cuando arrojamos, los 300 que allí estamos, las fotos de los carniceros al suelo y Oswaldo, mi hermano, 16 años cumplidos, saca su zippo y prende fuego a los cuadros. Un griterío revolucionario sale de todas las gargantas. Las jetas de los dictadores fascistas se chamuscan bajo la atenta mirada de Luís Vives, que allí nos apoya en efigie.
Oswaldo fue un valiente; ese gesto de su zippo le podría haber costado muy caro. Pero la masa de estudiantes antifascistas le protege. Sí. Amigos, fue Oswaldo Muñoz, mi hermano, quien prendió fuego a la foto de Franco en la Universidad, en vida de Franco y con la represión fascista cotidiana. Ningún partido lo había preparado. Fue pura improvisación bolchevique. Fue memorable. De las fotos de los militones no quedó ni el marco.
Oswaldo y algunos de sus amigos querían llevar la lucha antifranquista más lejos. Los marxistas políticamente disciplinados no sabían de Antonin Artaud o de Guilles Deleuze. Ni de Bataille ni Baudelaire. Por entonces muchos luchadores clandestinos comunistas tenían una moral de confesionario. El tumor estalinista que nació en los 30 les tenía atontaos. Por eso los abogadillos socialdemócratas del PSOE, con la inestimable ayuda del traidor Carrillo y su dirección parisina, se hicieron con el cotarro en la medrosa Transición, y bueno, ya veis como estamos a finales del año 11.
El caso es que creo recordar que fue por entonces cuando Oswald, rechazado por el estalinismo comunista de los partidos, decidió montarse una película a lo Tarantino avant la lettre. Con un amigo. Se habían puesto de moda los atracos a mano armada. Pasamontañas y un par de pistolas de juguete. La cosa les salió tan mal que los trincaron.
Le cayeron cinco años, tenía 19: así que le dije, toma 30 mil pelas y tómate las de Villadiego. Oswaldo se instaló en París y se tiró casi dos lustros sin poder entrar en su patria en plan legal. Venía a ver a su madre con pasaporte falso y a jalar jamón serrano.
Luego, se hizo periodista y sobre todo escritor.
Un escritor puro. No daba concesiones. Gran melómano. Sicótico lector y amante de la cultura sicoanalítica francesa, esclavo de lo bello, andariego, paseante, seductor, gamberro, y sin embargo con tres dioses hispanos en su cabeza: Goya, Góngora y Picasso. Descartó su gran talento como periodista y pese a sus grandes artículos para las páginas de cultura de el mejor diario hispano, El País, no se entusiasmó demasiado.
Y luego sus amigos, Leopoldo María Panero, Miguel Angel Campano, Toni Moll, Jesús Ferrero, Enric González, Javier Valenzuela, Goya, Deleuze, Lacan, Larrauri, Antonio Maenza.
Es difícil imaginar que Oswald está muerto, por la sencilla razón de que ha dejado escrito más que el tostao. Y quien escribe, pervive. ¿Están muertos Conrad o Stevenson?
Pertenecía a ese tipo de hombres que son más espíritu que cuerpo. Un ser abstracto. Un filósofo futurista. Un refinado estilista del lenguaje. Escribía de puta madre y no sólo dominaba el relato o el ensayo, sino que era un fenómeno para escribir cartas y hacer dibujos sencillos.
Hay una foto maravillosa de mi papá Don Abelardo, Oswaldo y su hermana Susana, frente a la tumba de Oscar Wilde en el cementerio de Pere Lachaise de París. Fueron a honrar a Wilde. Los tres ríen frente a la tumba del genio británico. Oswald ha dejado escritos cuatro o cinco. La última vez que nos peleamos me dijo que su favorito era el primero, El Deseo. Ha escrito también un libro de aforismos, a la manera nietzschiana.
Me juego la mano izquierda, como que no hay Dios, que todos nosotros leeremos ese libro preferido de mi querido Oswald, antes o después. Y tranquilizáos, queridos amigos, Oswald se ha ido porque lo ha querido así.
Y hay algo mejor, el cineasta valenciano Carles Candela ha terminado su película sobre Antonio Maenza, amigo estrecho de Oswaldo en los tiempos del cuplé, y ahí se han eternizado las últimas imágenes del apátrida valenciano.
Mi hermano pequeño, me descubrió medio mundo: desde la importancia de leer a Flaubert hasta el no tomarse a broma el sicoanálisis. Le falló lo esencial, empero, aprender a sobrevivir.
Es un cuento de los hermanos Grimm o de Stephen King: erase una vez tres hermanos, Abelardo (1952); Oswaldo (1954) y Susana (1957), la pequeña, murió en las Fallas de 2011con 52 añitos; el mediano, Oswaldo, la siguió al final del año, con 57; el primogénito sigue vivo. Pero, ahora que empieza el segundo milenio, como si estuviese muerto.
Larga vida, Oswaldo, amado hermano, irremplazable amigo.
“Como si la mano de un muerto me acariciase
Así es el poema”.
(De Carta al padre . LP Panero)
València,
Barrio del Carmen, diciembre 2011
Abelardo:
Luis, Córdoba; yo vigilaba mientras Oswaldo y Pepo entraron en el teatro… cuánto tiempo y cuanto dolor.
Los dos o tres años en que frecuenté a Oswaldo, nada ni nadie los borrará
Luis
gracias amigo