Abel Ortiz
Supongo, de suponer, no de supositorio, que hablar del clan de los marselleses mientras se reúnen los líderes, pues tal cosa se creen algunos directores de concesionario, será un lugar común. La apelación a la Marsellesa, himno patriótico sangriento, con acento alemán, será también inevitable para los surcos rutinarios del cerebro espongiforme que llevamos entre las sienes moraitas de martirio. Previsibles somos y en la refundación, March, Noos, Franco, nos encontraremos.
Se ha hablado poco, sin embargo, en la simpática ciudad del Midi, desde la que Plá informaba sobre entradas y salidas de barcos al régimen, de orgasmos. Cierto es que una materia tan árida no entra fácilmente en según que agendas. Ha bajado el interés para que fluya la liquidez; de acuerdo. Para salir de la depresión, explican; conforme. Anuncian que no habrá una segunda oportunidad; vale.
Eso ya lo decía Cantinflas en «El candidato», tolerada, y se le entendía mejor. Salta a la vista que ninguna de las autoridades ha pronunciado la palabra culo, tan presente en nuestra cotidianeidad. Sin embargo toda evidencia señala que es, precisamente, en lo que están pensando. Millones de culos en fila y en pompa de toda textura y condición. De ahí la ortodoxia, a la argentina.
Para que entre Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy surja el orgasmo, liberador de energías, hace falta, más que un plan de choque, un druida, otro Wagner, y algún obispo del rito griego, ortodoxo también desde luego. El primer paquete de medidas, aún con tacones, se ha quedado corto. El fondo monetario, después de un largo rato de sado, envió a Strauss Khan a solucionar el déficit. A pesar de que hizo lo que pudo, rico, judío, y candidato socialista, fue empalado inmisericordemente en la mismísima Roma.
El enviado español del partido popular, más partidario del caldo galaico maragato que de la bullabesa, nada que ver con bullarengue, mucho más pragmático, aportó lubricante, espermicida y un escapulario de la virgen dolorosa. Para que luego digan de I+D+I.
Es consolador, para los mercados, el titánico esfuerzo de refundar, o refundir, a saber, a la pobre Europa, secuestrada y desnuda, que los sacerdotes del templo han elegido para pasar por el altar de los sacrificios.
Lo que resulta más excitante es recordar que todos los ahorcados mueren empalmados. O, por lo menos, eso cantaban en Vigo después de un siniestro total.