El Vaivén de Rafael Cid
Aunque hubiera sido deseable un mayor ejercicio de perspicacia por parte de Zygmunt Bauman para evitar dar a El País el titular que el diario buscaba contra el 15M, lo cierto es que el movimiento de los indignados, a medida que trasciende y se globaliza, va despertando rencores a diestro y siniestro entre una parte de la comunidad intelectual. Recuerda a la misma suerte adversa que tuvo la democracia ateniente respecto a la mayoría de los filósofos, que desde Platón en adelante se significaron como antidemócratas. Dando al término “antidemócrata” el sentido de adversario del autogobierno del pueblo, concebido éste colectivo indiscriminadamente, sin ponderar sus capacidades ni a niveles de formación.
Por parte de la derecha, las críticas han sido tan alicortas y chuscas que sus valoraciones apenas aportan nada. Se califican por sí solas. El registro en ese ámbito va desde opinadores que denostan las movilizaciones ciudadanas como prefascistas hasta los que, aún más a su derecha, hablan con parecido desdén de chusma y perroflautas, para vocear una presunta marginalidad radical que debería anularles socialmente. Nada nuevo bajo el sol. Es la respuesta crispada, entre infantil y prepotente, de quienes sienten amenazado su monopolio de poder y privilegios.
Mucho más interesantes son las reacciones cosechadas de parte de cierta izquierda, en especial de la que se reclama del marxismo como método de análisis político, bien sea en sus declinación clásica o en esas formas agiornadas y posmodernas, propias de un cierto revisionismo galante que intenta cambiar algo para que todo lo esencial de la ideología siga igual. Un exponente revelador del primer grupo son las críticas procedentes del marxismo del cono sur, que consideran el fenómeno contestatario iniciado en las revueltas árabes de Túnez y Egipto, y su derivada europea del 15M, casi como una performance estratégica o incluso una moda puesta en marcha desde no se sabe qué entrañas del capital para dotarse del adversario-trampa con que capear la crisis sin que peligre el sistema dominante.
Es una postura que está en línea con cierta teoría de la conspiración que tantos adeptos tiene entre los que prefieren una salida de pata de banco antes de que la realidad les estropee una bonita conjetura. Un reciente artículo de Sami Nair, Izquierda latinoamericana y revolución árabe (El País, 13 de octubre 2011), daba buena cuenta de esta perspectiva que gravita sobre la convicción de que al no estar dirigidas por vanguardias las revueltas ciudadanas consolidan a las fuerzas de la reacción mundial. Ciertamente, esta línea de pensamiento se ceba como piedra de toque en el confuso, profuso y difuso episodio de la revuelta Libia, y en la sobredimensionada intervención militar de la OTAN apoyando a los combatientes antigadafistas.
En este contexto, las declaraciones del famoso sociólogo polaco Zygmunt Bauman restando capacidad de verdadera trasformación al movimiento 15M, cuando éste acaba de liderar la primera contestación global al capitalismo de toda la historia, suponen un salto cualitativo en lo hasta ahora leído. Aunque el titular elegido por el entrevistador como reclamo supone una cierta manipulación del texto, Bauman devalúa la disidencia de los indignados con el argumento de que es fundamentalmente emocional y carece de pensamiento, añadiendo que si lo primero vale para destruir sin lo segundo no se puede construir. O sea que se trataría de otra manifestación del fenómeno de la liquidez de los acontecimientos que en su experta opinión identifica a la modernidad. ¿Un movimiento banal, un carnaval?
Dejémoslo en una interrogación que sirva para la reflexión de avanzada. Porque lo singular de la crítica de Bauman al 15M, su supuesta inoperatividad fáctica, está en las antípodas de lo que ha producido este movimiento en sus ¡sólo 5 meses de existencia! E incluso es contradictorio con las propias tesis del sociólogo cuando aún no estaba empeñado en poner el adjetivo “liquido” a todo lo que se moviera. Me refiero al primer Bauman, el de Modernidad y Holocausto, donde argumenta que el holocausto no debe interpretarse como un accidente en la historia de la humanidad sino que es algo que anida en la lógica de la civilización moderna y su creencia en la ingeniería social a gran escala. Una denuncia que entronca con la crítica central que asume el 15M sobre la inhumanidad consustancial del sistema que habitamos a consecuencia de la emulsión de los avances técnico-científicos sometidos al rigor mortis que impone el modelo de explotación del capitalismo neoliberal.
Por todo ello, el calculado desmerecimiento que el premio Príncipe de Asturias 2010 lanza con toda su autoridad sobre los indignados puede referenciarse con su biografía ideológica como antiguo miembro del partido comunista polaco desde 1946 a 1967 y su etapa como miembro de los servicios secretos en lo que él ha llamado el “ejército interno” en una entrevista publicada por el diario argentino Clarín el 4 de mayo de 2007. Porque alguien que lejos de lamentar esas credenciales reivindica que “todo buen ciudadano debería participar en el contraespionaje” y justifica su dilatado servicio en aquél régimen totalitario porque “las ideas comunistas eran una continuación de la ilustración”, debe tener un idea de la transformación social más próxima a la doctrina de las vanguardias que a la de la democracia de base del movimiento de los indignados. Tiene pensamiento pero le falta emoción. Salvo que preso de su propio personaje líquido, Bauman ensaye el juego de la profecía autocumplida.