Lo de Marrakech
Viene esto a cuento del reciente atentado ocurrido en una de las plazas más transitadas de Marraquech, con un saldo de muertos y heridos que recuerda de lejos a nuestro 11-M. Siempre dijimos que la fuerza imparable de las revoluciones populares en Túnez y Egipto radicaba en su carácter pacífico y democrático. Pacífico y democrático por parte del pueblo, porque a medida que la censura corre su velo va aumentando la cifra de asesinados en la represión –en un principio silenciada por los medios- que desataron aquellos gobiernos para aniquilarlas.
¿Libia como Timisoara?
Cuando llevamos semanas del conflicto libio lo único cierto que sabemos es lo poco que sabemos de verdad, y que apuntan sospechas de que la guerra real ha sido precedida de una guerra virtual. Pisamos un terreno pantanoso que exige prudencia y tino, porque a poco que nos descuidemos en las valoraciones podemos caer en el fango y aparecer como mamporreros involuntarios de un dictador que sólo merece el exilio exprés. Pero precisamente en defensa de las revoluciones populares de Túnez y Egipto, que marcaron el camino para la ruptura democrática con las tiranías sin posibilidad de medias tintas, dada su gran legitimidad de origen y su civismo, no podemos dejar de esbozar dudas razonables sobre bondad de la versión oficial en torno a hechos que como ciudadanos del mundo nos conciernen.
Es demo-cracia y lo llaman vacío de poder
Los acontecimientos de Túnez y Egipto han tenido un tratamiento placebo en Europa. Incapaces de prever el volcán social que alimentaban las dictaduras homologadas del Magreb, las cancillerías occidentales han respondido a las justas demandas de aquellos pueblos con la neutralidad cómplice que sirvió para entregar a sus verdugos al pueblo español en 1936. Pero si entonces la criminal traición de esos gobiernos se vio contestada con el decidido posicionamiento de sus ciudadanos, que apoyaron mayoritariamente la causa de la II República, llegando incluso a integrar “brigadas internacionales” para defenderla por las armas, en el siglo XXI, representantes y representados han estado uncidos por el mismo dogal.