La Veranda de Rafa Rius
Los emperadores chinos de diferentes dinastías tardaron dos mil años en hacer que sus esclavos construyeran los 21.000 Km de longitud con los que cuenta la Gran Muralla. A pesar del ingente proyecto defensivo, no mucho después de su conclusión, a mediados del S. XVII los manchúes lograron atravesarla y derrocar la recién creada dinastía Shun. Podría ser el paradigma de lo difícil que es poner puertas al campo y lo inútil que resulta. Mucho más recientemente y más cerca, ejemplos como la inoperante y patética Línea Maginot en la 2ª Guerra Mundial, lo corroboran.
En nuestros días y, a pesar de los numerosos ejemplos históricos acerca de lo inservible a medio plazo de las fortificaciones, la Unión Europea se empeña en revivir viejos fracasos con la creación de un organismo (FRONTEX) encargado de la vigilancia y el control de las fronteras exteriores. Vano afán. Ahora la invasión no es bélica sino pacífica y los intentos de poner puertas al campo -o al mar- están de nuevo condenados al fracaso. La catástrofe es que las víctimas de ese despropósito son personas totalmente desprotegidas, carentes de cualquier clase de recursos y abandonadas a un destino trágico; obligadas a abandonar sus países por situaciones atrozmente aciagas causadas en su mayor parte por la actividad depredadora y los intereses económicos de las empresas transnacionales de los mismos Estados que han creado FRONTEX.
De igual forma están condenados al fracaso los intentos de crear una zona de contención de los flujos migratorios en los países de las orillas Sur y Este del Mediterráneo. La creación de macrocampos de concentración donde tantos miles de refugiados se hacinan en condiciones infrahumanas y sin esperanza, en Libia o Turquía, donde unos dirigentes políticos mafiosos aceptan gestionar lo ingestionable a cambio de las migajas que caen de la mesa de la UE, no sólo no soluciona nada sino que lo complica todo mucho más, convirtiendo una situación supuestamente provisional en permanente y en endémicas las deplorables condiciones de vida de las personas que los habitan, mientras ahítos de hipocresía e insolidaridad, el conjunto de países de la UE silba y mira hacia otra parte. Palestinos y saharauis conocen bien lo que significan unos campos de refugiados provisionales que se eternizan.
Cualquier intento represivo de poner freno al tsunami migratorio sin comenzar a dar solución a las causas que lo provocan, no hace sino añadir más sufrimiento y perpetuar una situación inhumana que tiene difícil solución en el marco de unos mercados globalizados para los que cualquier cuestión relativa a la ética no produce beneficios y por tanto está fuera de contexto. Actuar en los países de origen -la vieja cantinela de todo político que se precie- no debería tener nada que ver con la caridad y si con el desmantelamiento de las estructuras de poder industrial occidentales y su sustitución por empresas locales autogestionadas por los propios trabajadores. Todo lo que no sea eso, no son sino brindis al sol. Promulgar medidas disuasorias o represivas además de inicuo es inútil.
Por mucha policía de fronteras con la que pretendan blindar un territorio tan extenso y de geografía tan abierta, la realidad ha demostrado que es imposible. Mientras en sus países de origen la situación continúe como hasta ahora, la cuestión no es impedir que lleguen, porque en cualquier caso y por muchas ignominiosas medidas represivas que se inventen, llegar van a seguir llegando, sino como gestionar la acogida en un continente como Europa, que ni siquiera es sino un apéndice de Asia y que a lo largo de la historia ha sido conformado por una población mestiza procedente de los cuatro puntos cardinales.
Dejémonos de FRONTEX y de inútiles murallas y pensemos en como les vamos a dar una acogida digna. Analicemos como vamos a gestionar lo que, tal como está la situación mundial, además de justo, es inevitable.