Artículos Perecederos.
Lo tradicional es dar cien días de cortesía a los nuevos gobernantes para empiecen a trabajar sin la presión de las críticas prematuras y esbocen sus planes de actuación. En el caso del ejecutivo de Pedro Sánchez no han sido necesarios esos tres meses de expectación y paciencia, porque a la semana de formarse el gobierno socialista han sido ellos mismos los que se han encargado de despertar a los sectores que soñaban con un cambio a mejor que, lógicamente, iba a iniciarse con la derogación de todas las reformas y recortes perpetradas por el gobierno saliente.
Salvo algunos gestos, que siempre quedan bien ante los incondicionales y descolocan temporalmente a los críticos, lo cierto es que en los asuntos más complejos los flamantes ministros y ministras (la mayoría femenina podría ser el mejor ejemplo de esos gestos simbólicos dirigidos a la grada) ya han dejado bien claro que sobre legislación laboral, Ley de Extranjería, pensiones y demás agresiones de gobiernos anteriores (también alguno del PSOE) no tienen la intención de efectuar cambios significativos; si acaso algún retoque para lavar la cara a los mayores recortes de nuestra historia reciente. No es que se nieguen a derogar la herencia de Rodríguez Zapatero, es que tampoco se atreven con la de Mariano Rajoy. Los socialistas siempre tienen una excusa para no aplicar cambios profundos; González se justificó en la debilidad de la nueva democracia frente a los poderes fácticos que seguían activos, Zapatero dijo que la crisis económica de 2008 le impedía implantar las mejoras que el cuerpo y el pueblo le pedían, y ahora Sánchez alega la fragilidad de su posición en el Congreso con sólo 80 escaños propios y apoyos poco firmes de otros grupos. El caso es que -habiendo gobernado más años que el Partido Popular- el PSOE aún no ha realizado la Transición que se podía esperar de la socialdemocracia española.
La acogida (parece que temporal) de los 629 refugiados del Acuarius, la promesa de subir el IPC a las pensiones, el anuncio de reformas en memoria histórica o contratación, así como una ley que regule los derechos a una muerte digna o la reinstauración de la sanidad universal son gestos positivos, pero están muy lejos de las necesidades de una sociedad, sobre todo la clase trabajadora, tan maltratada y esquilmada como la española, a la que siguen sin llegar las prometidas ventajas de llevar ya 32 años en Europa.
Que lo van a hacer mejor que el Partido Popular es algo que parece evidente y sencillo; peor es imposible. Pero también es cierto que para amplios sectores sociales no basta con que el nuevo gobierno realice pequeños retoques a las políticas antisociales que se vienen aplicando en nuestro país durante esto que llaman crisis económica, pero que tan buenos resultados ha proporcionado a las grandes empresas y la banca. Para esa gran mayoría que está sufriendo en propia carne los recortes en libertades y derechos, si Pedro Sánchez hace lo mismo que González o Zapatero, será una gran decepción que –nos tememos- puede ser utilizada por opciones políticas neoliberales o claramente reaccionarias, como ya estamos viendo en otros países europeos.