La Veranda de Rafa Rius
El tiempo actúa como los géneros literarios: Hay épocas épicas, épocas líricas -las menos- y épocas para el drama –las más frecuentes y con más momentos de tragedia que de comedia. Para los que hemos nacido a la fría luz del tiempo y aceptamos la condición teatral de la vida con sus dos grandes vacíos antes y después de la representación, transeúntes de una escalera que no lleva a ninguna parte y que cuando llegas arriba sólo te ofrece la posibilidad de lánzate al vacío, resulta difícil situarse en un contexto en el que puedas esperar con serenidad la caída del telón.
En la actualidad, si tuviéramos que definir la situación social en eso que llaman Estado Español, de una manera teatral, diríamos que estamos en plena representación de un sainete tragicómico en el que si no fuera tan terrible para tanta gente, podríamos regocijarnos con los abundantes elementos de esperpento que contiene. Pero la cuestión es que, lamentablemente, a pesar de su indudable carácter grotesco de gran guiñol, el panorama no tiene ninguna gracia.
No tiene ninguna gracia que se humille a las personas que se han pasado su vida trabajando, con unas miserables subidas de las pensiones que no les permiten unas condiciones de vida dignas en sus últimos años de existencia.
No tiene ninguna gracia que se veje a las mujeres con la incapacidad de detener la ola de violencia contra ellas y, si en algún caso llegan a ser encausados sus agresores, se las mortifica más todavía con unas sentencias delirantes que, amparándose en una tendenciosa interpretación de los textos legales, hace recaer la culpa y la carga probatoria en la víctima, mientras la actuación de los agresores se considera tan razonable como disculpable (-¡si no fueran provocando…!)
No tiene la más mínima gracia que un numeroso grupo de personas estén en la cárcel o el exilio por defender sus opciones políticas –sean las que fueren- de forma pacífica.
No tiene ni pizca de gracia que, debido a arbitrarias y totalitarias leyes de “Seguridad Ciudadana” tanta gente se enfrente a penas de prisión o desmesuradas multas por ejercer su derecho a la libertad de expresión.
No resulta para nada gracioso que descubramos que tantos políticos mientan tanto y tan impunemente en medio de una total normalidad en la corrupción (¡Es lo que hay…!)
No tiene ninguna gracia el que nos empeñemos en ignorar donde reside el poder real y sigamos permitiendo que nos estafe incesantemente.
No tiene gracia ni es comprensible el que a pesar de todo, llegue la hora electoral y tantos millones de personas acudan sumisas a las urnas para ser engañadas una vez tras otra y renovar durante cuatro años más el compromiso con la indignidad de unos políticos que han demostrado hasta la saciedad cuales son sus intereses reales.
No importa: dentro de apenas un año comienza un nuevo ciclo de variadas elecciones lampedusianas. ¡Todas a gozar, y que no decaiga!
Malos tiempos para la lírica, pero también para la épica.
Bueno, no es del todo así. Indudablemente mucha gente acude a participar en esos comicios a través de las urnas, con la mayor ingenuidad del mundo, pero, sin embargo,hay cantidad de gentes que desde una manera patológica y por un masoquismo que no se explica, lo hace de una forma perversa, como si en ello les fuera la vida, e igual que los ultras de los equipos de futbol, son partidarios acérrimos hasta el fanatismo de esos juegos peligrosos, pues no son ellos los que arriesgan algo de su pertenencia. Al entrar en ese envite, ponen en riesgo la seguridad de las gentes que no creen en semejante artimaña y encima por añadidura les convierten en reos culpables y responsables en último término de ese juego de tahures. Hoy más que nunca el hecho de participar en el juego electoral no es más que la práctica de un rito y una litúrgia que la religión laicita de la democrácia nos invita a formar parte de ella sin criterio ni razones. Pero ¡ojo!, todos no van engañados.
Emili Justicia